Antonio Rivera-El Correo

El fallecimiento del lehendakari Ardanza ha venido a rubricar la sensación de cambio de ciclo. Su presidencia fue la de la Euskadi pluralista y la del asentamiento de los pilares reales del autogobierno (los servicios públicos); también la de la reacción institucional frente al terrorismo. Es la fase fundacional que protagonizaron jeltzales y socialistas. Todo lo que tenemos de fundamental viene de entonces; el resto han sido especulaciones sobre el ser más que sobre el estar, culpables de una agitación permanente, pero incapaz de movernos del sitio.

Aquellas respuestas están superadas. Los servicios públicos son los de siempre, pero muestran fatiga de materiales por mala gestión y por primar la ideología a las necesidades ciudadanas. La sociedad vasca hoy es posterrorista, distinta de aquella gobernada por la presencia de ETA (y de los suyos jaleando, amparando y facilitando). Por último, el pluralismo se formula con combinaciones distintas y todas válidas, porque el que se apartó en 1977 ha vuelto al redil de la civilidad y aprovecha las oportunidades de un marco español trastocado desde 2014.

Iglesias Turrión demostró con su experiencia cómo cambian los escenarios sociopolíticos críticos: salvo que medie una revolución, su supervivencia es dinámica. Los que están en crisis resisten y los que van a alcanzar los cielos comprueban que no es tan sencillo. La tendencia estructural es al cambio, cierto, pero la misma estructura se resiste a caer al primer envite.

Posiblemente vaya a pasar esto ahora. La corriente de fondo favorece al nuevo, un contendiente que se presenta sin pasado (EH Bildu). La resistencia de los tradicionales (PNV y PSE) sumará lo suficiente como para permitirse otra legislatura más. En ese contexto, un posible candidato ganador, pero no gobernante, engordará en los próximos cuatro años proyectándose como alternativa; en ese tiempo, el desgaste de los tradicionales se incrementará. La capacidad de bloqueo en 2028 desaparecerá; la apuesta abertzale por el medio plazo triunfará y gobernarán con otros aliados, hoy inimaginables aún.

Enfrente pueden pasar dos cosas. La primera, que se introduzcan otras claves que rompan el equilibrio actual (vg. otro debate soberanista, cambios en el Gobierno español y en sus alianzas con la periferia, otras crisis internas o externas). La segunda, que los viejunos actuales se tomen en serio la necesidad de responder a la demanda social, defendiendo de verdad los servicios públicos (y no favoreciendo por la puerta de atrás su privatización), desideologizando el día a día y no dificultándolo de manera innecesaria, asumiendo ideas innovadoras y no rutinas de tiempos pasados, abriendo al exterior sus propios partidos, saliendo a la calle para pulsar la opinión ciudadana y demostrando que son mejores gestores que su alternativa.

Por eso, el posible cambio de régimen no depende del próximo 21 de abril, sino de la legislatura que empezará ese día y de lo que sean capaces de hacer nuestros clásicos, los padres fundadores de la Euskadi del 86, la que todavía es hoy.