IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La radiografía electoral del País Vasco es la de una sociedad aquejada de un grave lapsus de memoria sobre su propio pasado

La nueva mayoría del Parlamento vasco no es nacionalista sino independentista pero los ciudadanos prefieren ignorar el ideario de los partidos que han votado. Bildu ha arrasado entre la juventud porque los jóvenes consideran que ETA es parte del pasado y además no les importa que su legado político esté intacto ni que el candidato Pello Ochandiano haya sido incapaz de condenarlo. Muchos de ellos ni siquiera saben ya quién fue Ortega Lara y apenas tienen una idea remota de Miguel Ángel Blanco; de víctimas como Gregorio Ordóñez o Fernando Buesa ni hablamos. El verdadero triunfador de estas elecciones es el relato del olvido, o más bien el olvido del verdadero relato sobre la realidad vasca de los últimos cincuenta años. El final de la violencia ha permitido a los herederos del terrorismo asentar la narrativa sesgada de un tiempo nuevo y de un futuro que les pertenece a ellos gracias al blanqueo de su proyecto propiciado por el actual Gobierno. Con la colaboración de los anteriores, cuya dejación ha ayudado a borrar de la conciencia colectiva la memoria del sufrimiento.

Así las cosas, Bildu ya no es sólo una fuerza elegible sino presidenciable. Probablemente no gobernará esta vez porque aún no le conviene a Pedro Sánchez, cuyos intereses estarán por ahora más seguros si apoya a Pradales. Pero la formación tardoetarra ya cuenta con suficiente masa crítica de votantes para tener su primer lendakari, y lo tendrá más pronto que tarde. La estrategia de Otegi va cumpliendo a paso rápido todos sus objetivos. Ha consolidado la normalización institucional como socio estable del sanchismo. Ha conseguido que gran parte del electorado mire a la coalición posterrorista como a cualquier otro partido. Se ha situado a las puertas del poder sin cumplir el mínimo requisito autocrítico de distanciarse de un historial de sangre que por el contrario asume con el orgullo de un currículum legítimo. Y a escala nacional puede competir con el PNV en la consecución para Euskadi de privilegios exactivos.

No cabe en absoluto descartar que ambos grupos parlamentarios coincidan en la revisión del Estatuto de Guernica e inicien junto a sus correlatos catalanes un proceso de desbordamiento para llevar el autogobierno a un margen de corte confederalista. No dispondrán de una oportunidad mejor, dada la posición precaria del Ejecutivo central y la labilidad política que concede a la pinza ‘plurinacional’ de los soberanismos una influencia decisiva. Y tampoco los presos de ETA tendrán otra ocasión más favorable de anticipar su libertad o de obtener progresiones de grado. La radiografía electoral de la sociedad vasca es la de un pueblo abducido por la amnesia, renuente al duelo por su propia tragedia y entregado a quienes la causaron o en el mejor de los casos la aprovecharon. Quizá no esté lejano el día en que empiece a sufrir la penitencia de ese pecado.