Beatriz Martínez de Murguía, LA RAZÓN de México, 15/4/12
Desde que la banda terrorista ETA declarase, el 20 de octubre pasado, “el cese definitivo de la actividad armada”, sus huestes libran otra batalla, algo más sutil comparada con la del tiro en la nuca, pero igualmente delirante y, desde luego, abocada al fracaso.
Quieren reescribir la historia oficial de los últimos cuarenta años en el País Vasco y de la violencia ejercida por ETA y su brazo político, metamorfoseado a lo largo de los años en una repetitiva nomenclatura. Buscan, ahora encaramados en las instituciones que denostaron y atacaron durante décadas, limpiar su pasado de ignominia con un pretendido y “renovado” discurso moral en el que parecen haber encontrado un lugar para las víctimas del terrorismo declarando “su profundo pesar… por las consecuencias dolorosas de la acción armada de ETA”, así como que “su posición política… haya podido suponer, aunque no de manera intencionada, un dolor añadido o un sentimiento de humillación para las víctimas”. Nadie que les conozca puede creer en su “conversión” a la decencia.
Buscan, ahora derrotados policialmente, que olvidemos lo que alguna vez fueron e hicieron: quienes jalearon, apoyaron, animaron, aplaudieron, celebraron y se congratularon por el miedo, la extorsión y el asesinato de quienes pensaban diferente o representaban lo que no les gustaba. Son los mismos que inventaron la “socialización del sufrimiento”, que consistió en la justificación del terror porque así “sufríamos todos”. Ahora quieren que se reescriba la Historia con ellos como “pacificadores”, como los artífices principales del cese de la violencia de ETA cuando cualquiera sabe que la banda terrorista llevaba años agonizando, con dificultades para financiarse y militantes tan jóvenes e inexpertos que no duraban dos días, unos chapuzas vamos. Desean reivindicarse ante una Historia que les condenará irremisiblemente por su falta de humanidad.
Ensoberbecidos e inmersos en su culpable delirio, hablan también de “recuperar la verdad” para, así, transitar a un “escenario democrático”. Pero cuando alguien ha jaleado durante años el tiro en la nuca, la práctica de la bomba-lapa o el silencio de sus conciudadanos, muchas veces forzado por el miedo, no existe más verdad que su responsabilidad moral, que, desde luego, no se desvanece porque ahora les resulte más oportuno y conveniente presentarse con una nueva careta. Su discurso sobre que la “verdadera democracia” estaría por llegar gracias a su participación en las instituciones es sólo parte de su puesta en escena en la que querrían convencer, a quien se deje, que, contra lo que muchos puedan pensar, ellos siempre han creído en la democracia. Que la historia del terror, animada y protagonizada por ellos, con casi mil vidas segadas y mil familias destrozadas para siempre, no fue en el fondo más que un “desencuentro”, que sus gritos de “¡ETA, mátalos!”, que tanto y durante tanto tiempo corearon, fue casi un “malentendido”, que bastaría con que nos aviniésemos a su farsa para olvidar lo pasado y que la Historia se reescribiera. Olvidan que no se puede tapar el sol con un dedo.
Beatriz Martínez de Murguía, LA RAZÓN de México, 15/4/12