El Correo- PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO

Si algo nos ha quedado claro es que una moción de censura no tiene nada que ver con una sesión de investidura. Ir a la contra de Rajoy estaba tirado, pero cuando se trata de construir, la cosa varía. Adriana Lastra lo ha definido a su manera básica y contundente: Pablo Iglesias ha conseguido por segunda vez que no haya gobierno de izquierdas en España. Recordemos que la primera ocasión en la que se presentó Pedro Sánchez a la investidura y perdió fue el 2 de marzo de 2016. Al cabo de 48 horas hubo una segunda votación en busca de la mayoría simple y volvió a perder. Entonces el hoy presidente en funciones había conseguido el apoyo previo de los 40 diputados de Ciudadanos, que unidos a los 90 propios daban 130, muy lejos de la mayoría absoluta, pero más que los magros 124 conseguidos ahora. Iglesias con sus 67 diputados entonces se negó en redondo a sumarse a los apoyos y ahora con 42 lo mismo y ni siquiera le vale entrar en un gobierno de coalición: le faltan al respeto o le ofrecen poco. Esta sesión quedará como un eslabón más de la lucha por la hegemonía dentro de la izquierda española que se va decantando ya claramente a favor de Sánchez, un político al que le vamos a tener que agradecer, nos guste o no, haber parado el mayor desafío populista padecido por nuestra democracia desde 1978.

Otro principio político es el de la conveniencia, por el que se olvidan todas las afrentas pasadas y hasta las futuras: si no fuera por eso, ese ambiente acabaría haciéndose irrespirable y aun así muchos se van quedando por el camino. Pero por encima de todos los factores apuntados, el que más pesa es otro: el miedo al gobierno de coalición, que es la variante en el Congreso actual del miedo a lo desconocido en política. Y de nada sirven aquí los ejemplos autonómico y municipal. La política nacional demuestra, por eso, ser otra cosa mucho más grande y distinta.

Miedo tiene Ciudadanos, un partido que podría dar estabilidad al gobierno de España para cuatro años, con una mayoría absoluta que tanto esgrime Sánchez como razón para no darle más poder a Unidas Podemos. Miedo de Sánchez, que en su día se negó a formar coalición con Rajoy, tras los resultados de 2015, y ahora exige la cabeza del líder morado, reconociendo así la inseguridad con la que se maneja en este terreno. Y miedo, en fin –y quizás con el que más rige este principio–, en Pablo Iglesias, porque

no tiene claro qué sería de él y de su partido integrando un gobierno de coalición y porque él mismo representa todavía la mayor oleada de miedo político que ha sacudido España desde el inicio de la Transición: todos le tuvieron miedo, hasta los nacionalistas, a los que barrió en su propio terreno en dos elecciones generales consecutivas.

Ese miedo a la coalición de gobierno se enmarca en un escenario político que arranca de las elecciones generales de diciembre de 2015, las últimas celebradas ‘cuando tocaba’. Hemos llegado así a un punto en el que de nada vale ya invocar nuevas elecciones: multipartidismo significa gobierno de coalición sí o sí. En 2015 el resultado fue para el PP de 123 escaños, exactamente los mismos que tiene el actual PSOE. Pero Rajoy, ante el ‘no es no’ de Sánchez, ni siquiera lo intentó, rechazando el ofrecimiento del Rey y mostrando sus limitaciones ante el nuevo tiempo político. Tras la disolución de las cámaras y consiguiente convocatoria electoral en junio de 2016, salió un Congreso con un PP de 137 escaños, un PSOE de 85, un Podemos y confluencias de 71 y un Ciudadanos de 32. Con lo cual se penalizó a los que más se implicaron en desactivar el bloqueo –PSOE y sobre todo Ciudadanos– y eso cuenta también para explicar sus miedos actuales.

El ejecutivo de Rajoy que salió de aquellas elecciones de 2016 se apoyó en Ciudadanos y Coalición Canaria, reuniendo en su investidura 170 síes. Y las pocas abstenciones que necesitó para lograr salir con mayoría simple las obtuvo del PSOE, que se abrió en canal por este motivo, en aquel infausto Comité Federal del 1 de octubre, y en cuyo grupo parlamentario votaron no a Rajoy todos sus diputados catalanes, entre los que se encontraban los ahora nombrados por Sánchez nada menos que presidentes del Congreso, Meritxell Batet, y del Senado, Manuel Cruz. ¿Con qué bagaje pueden estos invocar ahora la responsabilidad de las cámaras para cumplir el mandato de los ciudadanos sin tener que llegar a nuevas elecciones?

Esta segunda derrota en una investidura de Pedro Sánchez, no obstante, tiene una diferencia ostensible con la primera. En aquella ocasión, el plazo de dos meses corrió sin mayor pena ni gloria y se convocaron elecciones para junio de 2016. Ahora, en cambio, aguardamos hasta septiembre con la esperanza de que al final haya arreglo, como lo hubo en octubre de 2016 cuando Rajoy salió elegido in extremis, dejando como víctima a un PSOE fracturado. En esta ocasión en cambio los desgarros se adivinan a ambos lados del PSOE, donde ni Ciudadanos ni Unidas Podemos hace tiempo que no pueden disimular la tensión que la actuación de sus líderes viene generando en sus organizaciones. Y por ahí puede que consiga Sánchez que a la tercera sea la vencida.