José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • Fracasado el ‘procés’, los catalanes tienen que dialogar entre sí y, con la colaboración del resto de España, rescatar su economía y volver a ser los «compañeros de viaje» emulando el encuentro de 1930 en Barcelona

Tiene razón Félix Bolaños: el proceso soberanista ha fracasado y entramos —catalanes y los demás españoles— en otra fase. Según el ‘Pulso de España’ de Metroscopia concluido el pasado día 14, tres de cada cuatro de los consultados en el sondeo consideran el ‘procés’ un “fracaso”, seis de cada 10 creen que la “situación en Cataluña ha empeorado en los últimos 10 años”, dos de cada tres que “la situación económica es hoy peor que la de hace una década”, menos del 10% de los consultados cree que “la situación política es hoy mejor que hace 10 años” y tres de cada cuatro de los catalanes preguntados “no creen que se vaya a producir la independencia, incluida una mayoría de independentistas”.

Tampoco la mesa de diálogo suscitaba buenas expectativas. El 51% de los consultados aseguraba que los resultados de ese diálogo “serán negativos” frente al 28% que pensaba lo contrario, aunque lo más interesante de este sondeo es que “la mayoría de los catalanes considera que los partidos independentistas deberían comenzar un proceso de diálogo no solo con el Gobierno de España, sino también con los catalanes no independentistas”. Mientras, el actual Gabinete de Aragonès suscita muchos recelos: “Dos tercios de la ciudadanía catalana se muestra insatisfecha con el proceder del actual Govern” aunque también se constata que tres de cada cuatro entienden que “España está actuando de manera desacertada respecto de Cataluña”.

Como en todos los estudios demoscópicos, el margen de error puede alterar los porcentajes, pero en este caso son tan rotundos que, aunque se produjese una corrección, este seguiría resultando extraordinariamente aleccionador. Hay que llamar la atención sobre un matiz sustancial: una cosa es el proceso soberanista —efectivamente fracasado y concluido— y otra distinta la fidelidad, racional o emotiva, de cientos de miles de ciudadanos catalanes a la aspiración secesionista. Precisamente por esa razón, ha llegado el momento de rescatar a Cataluña, porque el ‘procés’ ha deteriorado, además de su convivencia interior y con el resto de España, también su economía y su dinamismo empresarial.

La comunidad catalana representa más del 19% del PIB nacional, está poblada por más de siete millones y medio de habitantes —tras Andalucía, el territorio con mayor número de habitantes—, su economía genera casi el 25% de las exportaciones totales de nuestro país, Cataluña representa el 16% de la superficie de España y Barcelona —con su puerto y su aeropuerto— es la ciudad de cabecera del sur del Mediterráneo con una posición geográfica —frontera con Francia— por completo estratégica. Todo ello hace que la comunidad catalana sea sistémica para el conjunto español y que su buena o mala marcha en lo económico, en lo social y en lo político no pueda ser indiferente a ninguna otra comunidad, ni a ninguna instancia institucional. En la mismísima medida, la indolencia ante las carencias de enlaces ferroviarios con Extremadura, la desolación de infraestructuras en buena parte de la España interior (las dos Castillas y Aragón), la conversión de Asturias en un geriátrico poblacional sin expectativas, el aislamiento de Cantabria a la que se le prometió un AVE que nunca llega, las “calvas” territoriales de desigualdad en Andalucía, la insolidaridad con la distribución del agua que afecta a comunidades como la valenciana y la región de Murcia… Hay que superar estas carencias que descoyuntan al país al compás del impulso que también Cataluña precisa. Propósito: una España más justa. 

El deterioro de la economía catalana, de continuar como hasta ahora, generará un caldo de cultivo que podría revivir otro ‘procés’ 

Los objetivos de país, mediante políticas de Estado, tendrían que ser dos, en los términos que los observadores catalanes mejor informados y más sensatos ya están apuntando: por una parte, debe producirse un acercamiento sin demora entre los independentistas y los que no lo son, y esa es una responsabilidad de la Generalitat que no puede continuar invisibilizando a millones de ciudadanos bajo su Administración que, además, forman parte de los estratos sociales castellanohablantes de más modesta condición económica y menor cualificación profesional. Debe regresar el nacionalismo catalán al concepto de “un solo pueblo” sin afanes de desnacionalizar a los catalanes de identidad también española, sino con el propósito de buscar una síntesis de pertenencias y de afectos. El Gobierno de España, por otra parte, está también obligado a entender Cataluña en su totalidad no solo desde la perspectiva que impone el independentismo, como viene haciendo hasta el momento.

El deterioro de la economía catalana, de continuar las cosas como hasta ahora, generará un caldo de cultivo frustrante que podría revivir otro ‘procés’ aunque con distinta denominación, otros protagonistas y diferente método. Es necesario el corredor mediterráneo, la mejora de sus infraestructuras, el encauzamiento hacia allí de inversiones industriales y propiciar el regreso de las empresas que mudaron su sede a otras capitales (Valencia, Madrid, Palma, Bilbao), abordar de una vez el ya caducado sistema de financiación autonómica y tratar de rehabilitar la inversión en el aeropuerto de El Prat en el importe que ofreció el Gobierno y AENA: 1.700 millones de euros, iniciativa en la que las autoridades catalanas han de valorar las compensaciones medioambientales y sostenibles que se ofrecen a cambio de afectar en parte el humedal de La Ricarda.

Para que todo este rescate de la Cataluña vapuleada por sus clases dirigentes sea posible, es necesario que los propios catalanes lo deseen y pasen a la acción poniendo en pie a la sociedad civil —ahora inaudible— que califica de insensatez estos últimos años insurreccionales, dando cobertura amplia a la voz y la presencia del empresariado con iniciativa, exigiendo a sus medios de comunicación recuperar la autonomía de criterio que perdieron desde aquel malhadado editorial conjunto («La dignidad de Cataluña») de 2009 en el que se sembró el germen de la “respuesta” al Estado que derivó en la sedición y procurando todos un reencuentro que emule el del 23 y 24 de marzo de 1930, celebrado en Barcelona, entre intelectuales catalanes y del resto de España y que Xavier Pericay relata con maestría en un libro imprescindible: ‘Compañeros de viaje. Madrid-Barcelona, 1930’ (Ediciones del viento. 2013). Fueron 48 horas de fraternidad que, casi un siglo después, deberíamos repetir. Por intentarlo, que no quede. Rescatar Cataluña es indisociable de la idea y del propósito de rescatar España.