Sami Naïr -El País
Se requiere un proyecto esperanzador, épico, movilizador, dibujando un nuevo imaginario
2017 se acaba; habrá sido un año clave, cuyas mutaciones provocarán efectos a medio y quizás largo plazo. La elección de Macron en Francia, la crisis de gobernabilidad en Alemania, las consecuencias imprevisibles del Brexit, la ruptura de solidaridad del grupo de Visegrado (Polonia, Chequia, Hungría y Eslovaquia) con el resto de los Veintiocho, el modelo de relanzamiento económico, con la reducción parcial del paro (salvo para los jóvenes y las mujeres) a cambio de empleos y sueldos precarios, así como el impulso económico general de los países de la OCDE, marcan las incertidumbres y los anhelos europeos.
Con todo, es la irrupción en el tablero mundial de Donald Trump, tan imprevisible como descomedido, jefe del Estado más potente del planeta, la que plantea las cuestiones más complejas. Sus primeras decisiones esbozan nuevas orientaciones. Si, desde el año 2000, EE UU ha sido el principal vector de la globalización neoliberal, encarna ahora el foco de una potente tendencia político-económica de proteccionismo regresivo. Todas las medidas adoptadas por el nuevo inquilino de la Casa Blanca se integran en este sentido: retirada de la Cumbre del medio ambiente y del Pacto Mundial de la ONU sobre migración y refugiados, expulsiones masivas de inmigrantes, intento de parálisis de las pocas medidas sociales logradas con Barack Obama, abandono de la UNESCO, sin insistir aquí sobre el pisoteo de los usos diplomáticos —haciendo estrategia de los insultos y del racismo más brutal—, hasta el fomento de una guerra eterna con el mundo islámico por su decisión de “reconocer” Jerusalén como “capital” de Israel. Esta última provocación trumpista reduce muchísimo el alcance de la victoria contra el ISIS: generará, inevitablemente, otra ola de terrorismo en Oriente Medio en los próximos años.
En pocas palabras, la salida progresiva y dolorosa de la crisis económica es incierta y a la vez está ya hipotecada por la ausencia de un orden mundial estable. El telón de fondo es el auge, reactivo, del papel de los grandes Estados-naciones, desde China, Rusia, India, hasta EE UU y Alemania, cuya estrategia de hegemonía en Europa está cada vez más cuestionada, incluso en su propio seno. Y el proyecto europeo se está estancando inexorablemente, por causa del economismo vigente. Reino Unido se fue; las crisis sociales provocadas por la Gran Recesión de 2008 están destejando los sistemas políticos más sólidos, generando el auge de movimientos xenófobos por doquier.
Ahora bien, la historia demuestra que el retorno de los nacionalismos excluyentes en Europa solo se puede vencer con algo que lo supere. Más allá de las instituciones económicas y tecnocráticas, requiere Europa una dirección política consensuada, un proyecto esperanzador, movilizador, épico, dibujando un nuevo imaginario europeo. El reto es el de la Europa política y social, capaz de existir y pensar en el actual sistema mundial, tan violento y despiadado. 2018 debiera ser un buen momento, en previsión de las próximas elecciones europeas, para lanzar este proyecto.