Alberto Ayala-El Correo
Entramos, ahora sí, en la carrera electoral oficial para los comicios autónomicos del 21 de abril. Y lo hacemos con idéntico cuadro de situación al que nos encontrábamos hace algunas semanas. Con dos formaciones que, según todas las encuestas, se disputan la victoria, el PNV y EH Bildu. La sensación de que nadie podrá gobernar en solitario. Y un notabilísimo desapego ciudadano hacia la convocatoria.
Resulta del todo comprensible que la polarización extrema y el todo vale que impera en la política española constituyan una máquina de fabricación de desafectos. Pero igual que en las elecciones generales los vascos acostumbran a movilizarse, supongo que porque ven en juego sus pensiones o el escudo social contra la crisis, hoy debieran percatarse de que los crecientes problemas en nuestra sanidad, en la educación o el incremento de la inseguridad ciudadana quien deberá resolverlos es el próximo Ejecutivo. Todo un argumento para aparcar perezas, sobre todo de quienes superan los 55 años, y acercarse al colegio el 21-A.
Aunque los partidos se esfuerzan en ponerle emoción al juego postelectoral todo está bastante claro. Aunque gane EH Bildu tendrá imposible hacerse con la makila de lehendakari por falta de aliados. PNV y PP nunca votarían a Pello Otxandiano, cuya moderación impostada va a terminar por hacer historia. El PSE ya ha dicho que tampoco lo hará por la negativa abertzale a abjurar de su apoyo a los crímenes etarras. Y las izquierdas radicales o tendrán un número mínimo de escaños o directamente desaparecerán.
Toca volver la mirada a PNV y PSE. Si los jeltzales ganan el 21-A, ¿intentará Imanol Pradales formar un gobierno en solitario o buscará repetir entente con los socialistas? En 2012, tras el único trienio en el que el nacionalismo no ha gobernado Euskadi en cuatro décadas, Urkullu supo durante meses de los sinsabores de ir de bofetón en bofetón cada semana en la Cámara de Vitoria por su situación de minoría. Cuando el EBB sopesaba ya un adelanto electoral, llegó el acuerdo de estabilidad con un PSE que visualizaba en el horizonte serios problemas por la irrupción de los nuevos partidos (Podemos y Cs).
El PNV buscará reeditar pacto con el PSE, sí o sí. Pedro Sánchez ya ha dejado claro que es su apuesta pensando en su propia continuidad en La Moncloa. Así es harto improbable que el PSE haga algo diferente. Un PSE cuya lucha se centra ahora en lograr que esos miles de electores suyos en generales no les abandonen en autonómicas. De lograrlo tendrá mayor fuerza a la hora de negociar un nuevo acuerdo de coalición, más volcado a la izquierda, más exigente y menos condescendiente que el último. Pero eso sólo será posible si supera los 10 escaños actuales, el segundo peor registro de su historia.
El reto del PP es menos ambicioso: mejorar los 6 escaños actuales, la representación más modesta en treinta años. Para ello debiera comerse a Vox y recuperar a algunos de esos miles de votantes que le han ido abandonando rumbo al PNV. El discurso extremado de Feijóo y no digamos ya de Ayuso, que hará campaña por Javier De Andrés en pleno escándalo por los ‘negocios’ de su pareja, pueden ayudarle en el primer reto, nunca en el segundo.