Alberto Ayala-El Correo
Felipe González ha sido, junto a Adolfo Suárez, el presidente del Gobierno español mejor valorado por los ciudadanos de los siete que han pasado por La Moncloa en cuatro décadas. Con él se consolidó nuestra democracia. Y España pasó de no contar en el concierto internacional, a ser un actor relevante en Europa y Latinoamérica.
González jamás fue un radical de izquierdas, un rojo peligroso. Quiso hacer del PSOE un partido socialdemócrata de centro izquierda, homologable a las formaciones de Olof Palme (Suecia), Willy Brandt (Alemania) y François Mitterrand, en Francia. Y no se anduvo con chiquitas para lograrlo. Junto a Guerra y luego enfrentado a él, primero se hizo con el control del PSOE apartando a los viejos dirigentes del exilio liderados por Rodolfo Llopis. Luego se fagocitó al PSP del viejo profesor Tierno Galván, aprovechando sus problemas económicos.
Convertido ya en el referente del socialismo español y generosamente apoyado por su internacional, González se empleó a fondo en pulir las aristas de su partido más incómodas para el establishment, lo que se tradujo en el abandono de su republicanismo para abrazar el juancarlismo, en aparcar el marxismo y en incorporar a España a todos los efectos al bloque atlantista. Y desde el primer día tuvo otro objetivo: arrinconar al Partido Comunista, la principal fuerza de oposición al franquismo, lo que también logró.
Los días de vino y rosas acabaron tras catorce años en el poder. Culpables: la corrupción y el terrorismo de Estado contra ETA.
Con el futuro resuelto gracias a su estatus de ex, a alguna puerta giratoria generosamente retribuida y un notable prestigio internacional, pese a esos GAL que esta semana han reaparecido al desclasificarse un documento de la CIA, el político andaluz amagó con convertirse en otro jarrón chino. Fue sólo eso, un amago.
El expresidente ha reaparecido cada vez que creía que algo o alguien amenazaban ‘su’ obra. Fue público su desafecto hacia Zapatero. Pero su ‘bicha’ se llama Pedro Sánchez. El sorpresivo líder del PSOE que se vio forzado a dimitir en 2016 cuando la ‘vieja guardia’ y el felipismo le impusieron respaldar la continuidad de Rajoy en La Moncloa por razones de Estado, para romper el bloqueo, contra su criterio. Parecía su final político, pero Sánchez se repuso, logró tumbar a Rajoy y ahí está al frente del primer Gobierno de coalición de izquierdas desde la recuperación de la democracia.
Un Ejecutivo con múltiples y poderosos enemigos, al que la pandemia le ha sentado bien, según las encuestas, pese a tantos errores y mentiras, y que se jugará su futuro a una carta en otoño. Si hay Presupuestos, tendrá el camino expedito. Si no, votaremos en 2021.
González lo sabe y, empujado por ese establishment que cuenta las horas para el final del experimento socialpopulista, esta semana ha reabierto las hostilidades contra Sánchez y su Gabinete, del que ha dicho que semeja al «camarote de los hermanos Marx». Apoyo mediático no le va a faltar. Su amigo Juan Luis Cebrián ha sido el primero en reavivar el fuego dialéctico.
El objetivo del expresidente, el entendimiento del PSOE y el PP, parece extremadamente complicado hoy dada la presión que ejerce Vox sobre los conservadores. Si Europa aprieta mucho las tuercas a España a cambio de su multimillonaria ayuda y el programa pactado por PSOE y Unidas Podemos termina de saltar por los aires se empezaría a entreabrir esa opción. O si ERC vuelve a dejar a Sánchez en la estacada y sin Cuentas, Ciudadanos no le socorre y tenemos nuevas elecciones.
Pero nada es lo que fue. El PSOE es un partido sin apenas debate ni vida interna, férreamente controlado desde Moncloa por el sanchismo. Y el respeto reverencial de que gozó González es cosa del pasado. Se ha visto esta semana en las descarnadas declaraciones del líder del PSE guipuzcoano, Eneko Andueza, contra él a cuenta de los GAL -por los que jamás ha habido un reconocimiento de culpa y petición de perdón del expresidente- y por su alejamiento del PSOE actual.
O González guarda algún as. O lo suyo es baraka y el Gobierno salta por los aires. O su ofensiva contra el Ejecutivo socialpopulista terminará en una nueva derrota.