LAS FOTOS sin pie son peligrosas. El pie de foto podría definirse como aquella información que no está en la foto, pero que es imprescindible para poder interpretarla. Si para ver se necesita la colaboración de la luz y de los ojos, para entender debe añadirse el contexto. El contexto es inagotable, aunque en algún punto puede proveer de información parcial, pero significativa. De ese punto mínimo, objetivo, trata el pie. Susan Sontag sostenía que, sin pie, cualquier foto se derrumba. Las fotografías que muestran las evoluciones de algunos miembros de la Familia Real en la catedral de Palma, el pasado domingo, tal vez no tengan ni tendrán el grado de objetividad que le darían unas declaraciones de sus protagonistas, esas declaraciones que, por ejemplo, están implícitas en un posado. Pero vistas y revistas parece que muestran una desagradable escena entre suegra y nuera, a propósito de la relación entre abuela y nieta.
Es frecuente, en la épica familiar, que las nueras quieran limitar la confianza con sus hijos de la suegra. En especial cuando, en presencia de filipinas, las abuelas no juegan un papel importante en la crianza, y la falta de miramientos con la suegra no provoca problemas logísticos. La abuela Sofía quería posar a solas con sus nietas pero su nuera Letizia parece considerar que este privilegio está fuera de sus competencias. Hay otra cuestión aún más desagradable. Los viejos. El tacto de los viejos. La saliva de los viejos. El olor de los viejos. No es ninguna tontería. Al llegar a los 50 el poeta Ferrater se anudó una bolsa al cuello para no sufrir todas esas características de la edad. De pequeño los abuelos me daban a veces un poquito de asco. No era nada personal. Solo era la despiadada naturaleza. Cómo no ver ese asquito en la satisfacción, ¡y drástica colaboración!, con que la pequeña heredera al trono aparta el brazo de la abuela de su hombro. Y cómo no imaginar su alivio cuando en otro momento su madre le limpia el beso húmedo que le ha plantificado la vieja en la frente. A veces mi madre me decía: «¡No te limpies!». Pero solo lo decía después de sus besos.
Pasa en todas las familias.
La suegra y la nuera de España. El tampón ensangrentado que quiso ser Carlos de Inglaterra. La axila de Anna Gabriel. Veraces ejemplos de que la igualdad verdadera la ha traído Orwell y no Marx, los descubrimientos de la cámara y no los de la plusvalía. Ciertamente, el Rey siempre fue desnudo. La novedad española es que ahora no lo vociferan los niños, sino la misma Reina.