Tonia Etxarri-EL CORREO
Expectación máxima en pleno ferragosto ante la ronda de consultas que hoy inicia el Rey Felipe VI para designar candidato a la investidura presidencial. Si se mantiene un tenso suspense, es debido a la inédita situación que se ha planteado en nuestro país, después de las últimas elecciones generales del 23-J. Con un ganador como Feijóo, que no suma los apoyos suficientes en el Parlamento, y un perdedor como Sánchez, que le ha doblado el pulso a su oponente en la primera batalla institucional del control del Congreso gracias a apoyo del prófugo Puigdemont.
Una vez oídos los portavoces de los grupos parlamentarios (no todos porque los independentistas menos el PNV le darán plantón) conviene precisar que el Rey no elige candidato a la investidura. El Rey propondrá a quien tenga más posibilidades de gobernar. Y, con los datos de las últimas votaciones parlamentarias en la mano, habrá que convenir en que es Pedro Sánchez quien tiene más posibilidades aunque a cambio de una factura tan elevada que para muchos se antoja inasumible.
Que los secesionistas de Junts se esfuerzan en separar el beneplácito dado la semana pasada a la nueva presidenta socialista del Congreso, Francina Armengol, de las negociaciones para una hipotética investidura de Pedro Sánchez para hacer subir la cotización de sus exigencias, es un hecho. Amnistía, referéndum de autodeterminación y, por supuesto, acabar con la Constitución. No es un lamento agorero. Es una declaración de intenciones, más o menos explicitadas según el estado de las negociación, de los protagonistas que están atando en corto a Sánchez.
Que Vox quiera corregir su metedura de pata al no haber votado a la candidata del PP como presidenta del Parlamento e insinúe que ahora sí, ahora votaría a favor en una hipotética investidura de Feijóo, no cambia mucho las cosas si, finalmente, cristaliza un acuerdo entre Sánchez y Puigdemont.
El PP debería asumir cuanto antes que a Feijóo se le ha complicado su investidura, a la que tiene derecho a optar como ganador de las elecciones pero con escasas posibilidades de ganar porque no cuenta con la mayoría de apoyos. El candidato popular piensa en los más de 11 millones de ciudadanos que votaron al centroderecha y que esperan de él ver una voluntad férrea de marcaje a «un gobernante kamikaze que está dispuesto a destruir la legalidad y la convivencia» porque así se lo exigen los aliados que le apoyan.
Podrá hacer un discurso de visualización de una alternativa centrada ante el Congreso pero, seguramente, como líder de la oposición más poderosa de la historia reciente de España. Con doce gobiernos autonómicos y la mayoría absoluta en el Senado.
Los populares se equivocaron en su diagnóstico y en los cálculos posteriores a las elecciones al creer que el PNV iba a apoyarles yendo en contra de sus propios intereses electorales. Pero están divididos con su opción de investidura, en el caso de que Felipe VI se la encargue, claro. Lo que esperan ahora de Feijóo los votantes de centroderecha es mucho más que una resistencia a la defensiva. Un proyecto claro y sin complejos . Y resolver de una vez ese vértigo escénico frente a Vox cuando Sánchez no ha tenido reparo alguno en pactar con delincuentes (¿cómo llamar a Puigdemont, señor juez?).
Si la próxima legislatura la gobierna Pedro Sánchez, con Bildu y Puigdemont dirigiendo la orquesta, no se sabe si será larga o breve. Lo que sí parece claro es que se nos viene encima un cambio de ciclo. Un gran embrollo.