EL MUNDO – 24/10/15
· «¡Que nadie construya muros con los sentimientos!», proclamó ayer Felipe VI. Lo dijo despacio, queriendo dar a cada una de esas siete palabras un efecto rebote sobre las propias paredes del Teatro Campoamor. Y así sucedió. Una cerrada salva de aplausos devolvió al Rey la emoción que perseguía.
Felipe VI hacía entrega de los primeros Premios Princesa de Asturias de la Historia; los primeros, también, tras los dos últimos hitos del desafío soberanista en Cataluña: la consulta del 9-N y las elecciones pretendidamente plebiscitarias del pasado 27-S.
Y es que la llamada del Monarca a la unidad de España –el primero de sus cometidos como jefe del Estado constitucional– fue ayer básicamente emocional, dirigida al «corazón» de los españoles, por encima de cualquier justificación racional o institucional.
En medio de toda la pompa y solemnidad de la que la ceremonia real de Oviedo viene haciendo gala desde hace 35 años, el Monarca aprovechó para alertar de un fenómeno social del que apenas hablan los políticos, y que atañe al deterioro de las relaciones entre amigos y familiares a raíz de la creciente tensión soberanista en Cataluña.
Claro que en absoluto hizo mención expresa a la cuestión catalana. Pero todo el mundo elaboró esta lectura cuando, tras abundar en la llamada al rearme moral de España, que ya hizo el año pasado, el primero de su reinado, Felipe VI dio una nueva voz de alerta al «pueblo» español en contra de las divisiones, sectarismos y exclusiones.
«Reflexionemos», dijo, con una entonación ya muy ensayada y profesional, «y valoremos con sinceridad y honestidad lo que los españoles hemos construido juntos, que nos une y nos fortalece; alejemos lo que nos separa y nos debilita; y apartémonos, especialmente, de todo lo que pretenda señalar, diferenciar o rechazar al otro».
Así, en el contexto del reciente desafío soberanista en la sociedad y en las calles catalanas, pero también en el de las movilizaciones contra los Premios, alentadas en las propias calles de Oviedo por los grupos de la izquierda, Felipe VI advertía: «Cuando se levantan muros emocionales, o se promueven divisiones, algo muy profundo se quiebra en nosotros mismos, en nuestro propio ser, en nuestros corazones. Que nadie construya muros con los sentimientos». «Las divisiones», insistía, «nunca hacen grande a un pueblo; sólo lo empobrecen y lo aíslan. Evitemos las fracturas sociales que tanto daño hacen a las conciencias de las personas, a los afectos, a la amistad y a las familias, a las relaciones entre los ciudadanos».
Allí estaba, repartido entre el patio de butacas, los palcos y la platea del teatro ovetense, la élite de la cultura, las artes, el periodismo, la ciencia, la empresa y la política españolas. El Rey hablaba a los galardonados, pero también lo hacía a los españoles congregados en este singular escaparate internacional que cada año aspira a convertirse, como los Nobel para la sociedad sueca, en una suerte de espejo moral y colectivo.
La semana, el día mismo, en que la trama del 3% seguía copando la actualidad judicial y política en Cataluña y en el resto de España, la palabra «valores» fue una de las más repetidas en la intervención del Rey; seguida de «corrupción», que Felipe VI pronunció hasta dos veces, al glosar los méritos de la obra de dos de los galardonados, el cineasta estadounidense Francis Ford Coppola y el novelista cubano Leonardo Padura.
La otra gran palabra mencionada en el discurso del Monarca fue «futuro». «Ser es, esencialmente, memoria», afirmó, también muy despacio, como paladeando las palabras, al citar a otro de los premiados, el filósofo Emilio Lledó, al que a renglón seguido apostilló: «Pero si ser es, sencillamente, ser memoria, yo quiero afirmar aquí que ser es también ser futuro; ser es también querer construir el mejor futuro para todos desde los cimientos sólidos de la obra que, juntos, hemos edificado».
El Rey, al que escuchaba la Reina Letizia y, desde el palco, su propia madre, la Reina Sofía –que ayer volvió a recibir el aplauso de los invitados–, ejemplificó en la historia de los Premios el «modelo» que él mismo pretende para la propia España; un modelo insistentemente basado en «valores» como «la cooperación, el diálogo, la concordia, la Justicia, la paz, la solidaridad y…», una vez más, «la esperanza en el futuro».
Por otra parte, el Rey se las arregló para disfrazar entre las citas y los elogios a los premiados sus propias reivindicaciones de mejora en el terreno de la educación y de la ciencia. Desde su plataforma institucional, y en presencia de la ministra de Fomento, Ana Pastor, y del propio titular de Educación y Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, hizo suyas las demandas de los galardonados en favor de la educación y la ciencia; particularmente en pro de «los jóvenes», lo que resultaba de agradecer en un auditorio de edad media avanzada.
Por último –pero no por este orden–, Felipe VI volvió a aportar, como en las grandes ocasiones, un sello social a su discurso. Ponderó la «solidaridad» como «norma» y aplaudió a la economista francesa Esther Duflo, Premio de Ciencias Sociales, por su «noble tarea de encontrar métodos eficaces para luchar contra la pobreza extrema».