José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Hay dos forma de lograr la independencia: la separación territorial, ya fracasada, o mediante la extirpación de lo español en Cataluña. Esta segunda vía está en marcha
Felipe VI y Pedro Sánchez estarán mañana en Barcelona. Al margen de la visita concreta que les lleva a los dos a la capital catalana, la imagen de ambos, juntos en un mismo acto, no puede ser más oportuna. Lo es por dos razones simultáneas: porque su presencia se produce en uno de los peores momentos políticos, sociales, económicos e institucionales de Cataluña, y porque uno y otro están vinculados —quizá más de lo que suponen— en los riesgos que provoca la crisis secesionista sobre el sistema constitucional, especialmente centrados en la jefatura del Estado y en el modelo territorial.
La operación de Sánchez de situar a Salvador Illa al frente de las listas del PSC, con la aquiescencia de Miquel Iceta, ha resultado exitosa, aunque el exministro de Sanidad no alcance la presidencia de la Generalitat. Que los dirigentes de la CUP sean los que parten el bacalao en Cataluña, pone los pelos de punta. Allí, sin embargo, se asume su anarquismo, su propósito antisistema y su embate contra la policía autonómica como un contenido natural de su patrimonio táctico destructivo. La sociedad catalana parece adormecida por los mantras independentistas, sedada por el discurso de lo políticamente correcto y abducida por un falso progresismo que hace detestable la invocación a la ley, el orden y la disciplina social. Allí o se es progre secesionista o se incurre en el peor de los fascismos.Un Gobierno independentista —otro más— llevará Cataluña a peores registros de todo orden sobre los que presenta en la actualidad. Si se contase con Illa y el PSC para romper con la dinámica destructiva que se ha instalado allí, habría alguna esperanza de cambio, pero la fórmula gubernamental previsible consiste en la suma de ERC, JxCAT y CUP. Sánchez sabe que de Barcelona le vendrá el gran problema de la legislatura, alentado, además, por sus socios de Unidas Podemos, que comulgan con las tesis que propugnan el revisionismo del pacto constitucional de 1978.
Es imprescindible que Sánchez y el PSC-PSOE no se confundan más en sus políticas con Cataluña. La terapia del ibuprofeno, la mesa de diálogo y la complicidad con ERC no han sido recursos eficaces. Hay que ensayar otras medidas: una propuesta, abierta a negociar, para reformular el autogobierno en el marco explícito de la Constitución y el Estatuto con la necesidad de una nueva financiación autonómica. Seguir jugando con escenarios sin límites, sin líneas rojas, transaccionar con indultos o reformas del Código Penal, es una temeridad. La Cataluña de hoy, en la que el empresariado comienza a no contemplar horizonte de recuperación, ha ido ingiriendo en la ‘década perdida’ del proceso soberanista dosis constantes de cicuta a tal punto que el entramado institucional está colapsado y la mentalidad colectiva, sumida en la depresión.
Cataluña es el vórtice de la tormenta política de España entera que debe resolver Pedro Sánchez con un realismo que le ha faltado en el primer año de gobierno y que quedará comprobado cuando el PSC sea excluido de cualquier responsabilidad institucional en la Generalitat, pese a ser el partido más votado y empatado en escaños con ERC. Allí todo está en cuestión, en un propósito general de deslegitimar la institucionalidad por completo. El objetivo es el de tierra quemada para reconstruir sobre las cenizas una imposible independencia.
Por eso, Sánchez ha de entender también —y seguramente ya lo sabe de sobra— que su suerte y la del PSOE están ligadas a la de la monarquía parlamentaria sobre la que percuten los independentistas, zahiriendo al rey Felipe, el monarca con más conexión emocional y efectiva con Cataluña. El jefe del Estado y el presidente del Gobierno han de ser la expresión sólida y permanente —vinculada institucionalmente— de un sistema que el independentismo, el anarquismo y el nihilismo que se instala cíclicamente en Cataluña pretenden abatir.
Ellos representan el Estado —junto al poder judicial y el legislativo— en una comunidad en la que su presencia ha sido proscrita. La imagen del Rey y del presidente del Gobierno juntos en la Ciudad Condal, en estos momentos, adquiere una significación especial porque, además, deja traslucir una sintonía adecuada entre Felipe VI y Pedro Sánchez sobre la que en ocasiones se ha dudado. Y una imagen, esa, vale más que mil palabras.
Hay dos formas de lograr la independencia: la separación pura y dura o extirpar de Cataluña los factores de comunidad
Una razón más sobre la conveniencia de esta visita al alimón del jefe del Estado y del presidente del Gobierno: avisar a la sociedad española —harta e indigestada con el protagonismo siempre problemático de Cataluña— de que es preciso seguir pendiente de lo que allí ocurre, que es imprescindible no dar por perdida la batalla política, cultural, económica e institucional en Cataluña, que el resto de España debe salir del aburrimiento que procura la constante recepción de contrariedades que Cataluña causa a la democracia española y a la convivencia solidaria.
Hay dos formas de lograr la independencia que pretenden los secesionistas: la separación pura y dura, territorial, y otra, más sutil, pero igualmente efectiva: extirpar de Cataluña los factores de comunidad con el resto de España. Puede que se renuncie a la unilateralidad, ensayada y fracasada en 2017, porque carece del más mínimo realismo, pero se está intentando vaciar Cataluña de sus rasgos idiosincráticos que la hacen parte de España. Este ‘borrado’ de lo español en el Principado es algo similar al proceso soberanista que culminó en 2017, aunque con una metodología diferente. Por eso, Cataluña es la tormenta perfecta en una España fatigada y empobrecida por la pandemia y por la incuria de una parte sustancial de la clase política, particularmente incompetente y torpe en aquella tierra. Este miércoles, el conocido Marc Murtra publicaba en ‘La Vanguardia’ un artículo cuyo título lo decía todo: “Catalanes, estamos en decadencia”. Cierto.