IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • El problema reside en no prever los mecanismos para afrontar el fenómeno

Uno creía que la gran tragedia de la vida es que se acaba, pero, al parecer, estaba equivocado. Lo que ha empezado a ser contemplado en el mundo desarrollado como un hecho trágico no es la mortalidad sino la longevidad. En estos días llueven los informes que nos advierten de esa calamidad insólita que se nos avecina. El INE estima que en 2037 el segmento demográfico de mayores de 65 años alcanzará el 26% de la población española y que en 2050 uno de cada tres ciudadanos pertenecerá a ese grupo poblacional que ha atravesado el ecuador de la sesentena.

En este contexto de envejecimiento internacional, hay voces que proponen medidas drásticas. Hace un par de años, Dan Patrick, vicegobernador de Texas, aseguraba que había abuelos, como él mismo, «dispuestos a sacrificar sus vidas para salvar la economía norteamericana». El generoso ofrecimiento resultaba, sin duda, emocionante, pero el misterio es a qué espera para llevarlo a la práctica, porque a día de hoy el hombre sigue vivito y coleando, así como dando titulares de prensa. El caso del que fue ministro japonés de Finanzas, Taro Aso, ha sido aún más expeditivo y contradictorio. En 2013 pedía a los ancianos de su país que «se dieran prisa en morir». Lo curioso es que entonces él tenía 73 años, o sea, que no se encontraba muy lejos de convertirse en candidato a esa iniciativa tan brillante. Ahora tiene 82 primaveras y debe de seguir considerándose un yogurín.

La gente es que no se mira al espejo. A Christine Lagarde se le atribuyeron unas palabras que iban en la misma dirección cuando dirigía el Fondo Monetario Internacional: «Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo ¡y ya!». Hoy son varias las webs que desmienten esas declaraciones, pero puntualizan que fue el FMI el que sí alertó en un informe oficial de «las implicaciones financieras potencialmente muy grandes del riesgo de longevidad; es decir, el riesgo de que la gente viva más de lo esperado».

A uno, la verdad, semejante explicación le deja perplejo. Se puede entender, y resulta hasta obligado, que un organismo mundial de esa naturaleza y competencia haga sus pronósticos y previsiones económicas a largo plazo. Lo que no se entiende es su lenguaje, propio del Tercer Reich. ¿Cómo que «riesgo de longevidad»? El riesgo no residirá en que «la gente viva más de lo esperado», sino en no prever los mecanismos que hagan frente a ese bienvenido, afortunado y deseable fenómeno.

¿La longevidad como un riesgo? Christine Lagarde tiene ahora 66 años. Kristalina Ivanova Georgieva, la economista búlgara que la sucedió al frente del FMI, tiene 69 años. Les deseo a ambas el ‘riesgo’ de llegar a los cien.