Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
El problema es endiablado, necesitamos dinero extra con urgencia y al mismo tiempo reactivar la economía
La crisis del Covid-19 ha obligado a todos los países a incurrir en grandes gastos. Unos, dirigidos a la atención sanitaria de los enfermos y otros a paliar sus efectos sociales en las personas que han quedado excluidas del sistema económico y para sostener a las empresas y evitar que la brecha se agrande. Ninguno ha reparado en cantidades y nadie, ni los países ortodoxos más exigentes, han puesto pegas a este súbito aluvión de gasto público. Incluso la siempre recatada Unión Europea ha suspendido la aplicación de sus criterios de compromiso de las cuentas públicas para no encorsetar la acción de los gobiernos.
Las situaciones de partida son muy diferentes -hay países más previsores antes y más o menos frugales ahora-, pero prácticamente ninguno de ellos va a ser capaz de salir del atolladero con sus propias fuerzas y sin ayudas exteriores. Por eso, la UE ha esbozado el mayor plan de apoyo de toda su historia. Digo esbozado, que todavía falta por decidir el monto de las cantidades implicadas, su distribución geográfica por países y, lo que será más complicado, el grado de condicionalidad requerido en su uso final.
Es decir, habrá dinero y, seguro, habrá condiciones. Entre ellas, lógicamente, estará, la de elaborar un plan de consolidación de las cuentas públicas que se extenderá por un periodo largo de tiempo. La UE admite abollar hoy las cuentas públicas, pero exigirá un plan de recomposición de las mismas en el medio plazo.
Para elaborar dicho plan, lo queramos o no, hay que hablar de fiscalidad. Lo cual no es sinónimo de subidas de impuestos. Aquí hay dos grandes teorías. Hay quien piensa que simplemente con subir los tipos impositivos se obtienen más recursos y los hay quienes pensamos que es mejor ampliar las bases imponibles, para aumentar la recaudación de manera sostenida en el tiempo, aún a riesgo de dañarla en el corto plazo.
Pero la pérdida de la actividad provocada por la pandemia ha complicado todo mucho y nos ha embarcado en un verdadero galimatías. Vemos a la patronal vasca admitiendo subidas de todos los impuestos y a la Cumbre empresarial celebrada estas dos últimas semanas pidiendo rebajas generalizadas. Vemos al Gobernador del Banco de España apostar por subidas del IVA y a los representantes del comercio exigiendo su rebaja. Vemos ¡a Podemos! diluir y retrasar sus exigencias de aumentar la tributación a los ricos en la Cumbre para la Reconstrucción. Vemos a Francia y a España, entre otros, decididos a imponer por libre las famosas tasas Google y Tobin y la UE tratando de armonizar el momento de dar el paso hacia su implantación.
El problema es endiablado. Necesitamos dinero extra con urgencia. Una parte vendrá de Europa, pero no todo el necesario, así que hay que generar ingresos. ¿Apretamos más a los ya apretados o tratamos de aumentar la actividad y con ella el empleo y la riqueza? ¿Y cómo se hace esto sin gastar más previamente?
La UE prepara un amplio abanico de nuevos impuestos que se presentan como temporales para cubrir las nuevas necesidades. Pero esto tiene muchos matices. El primero es que no serán temporales. La experiencia demuestra que una vez implantados, esto impuestos temporales adquieren un estatus definitivo. Recuerde lo que pasó aquí con el Impuesto sobre el Patrimonio o lo sucedido en Alemania con los impuestos para afrontar la reunificación con el Este, que se implantaron en 1995 y, dicen, empezarán a eliminarse en 2021. El segundo es que un aluvión impositivo podría dar la puntilla a Europa como destino de inversiones extranjeras y acabar con sus esperanzas de reindustrialzación. La competencia es mundial, y lo es tanto para las ventas de las empresas, como para el atractivo de los países.
Total, que todo esto es muy delicado. Hay que pensarlo todo con calma y sin aprioris ideológicos. Una vez acometido, que no superado, el objetivo sanitario, el de ahora está muy claro: hay que reactivar la economía. Todo lo demás es secundario.