ABC-IGNACIO CAMACHO
El símbolo del golpe contra el Estado es esa funcionaria judicial clavada de espanto ante un enjambre de fanáticos
NO fue su rostro lo que vimos, sino el semblante viscoso, torvo y desafiante del miedo. El deseo de ocultar sus rasgos cuando testificó el miércoles en el Supremo demuestra que Montserrat Toro, la secretaria judicial acorralada en septiembre de 2017 por una turba de radicales frenéticos, no sólo no ha superado el shock emocional de aquel momento sino que aún vive bajo la presión de un asedio. Incluso durante su declaración sufrió en las redes un escrache avieso, una demostración de prepotencia grupal con el ribete infame de la amenaza, con el sello intimidatorio de un marcaje directo. El suyo fue un testimonio de cargo explícito, sin concesiones, detallado y sincero, sobre un motín masivo contra la comisión enviada por un juez a investigar los preparativos del referéndum. Sólo la sentencia decidirá si ese acoso puede calificarse de violento, el término clave en la calificación penal de los hechos. Pero su declaración fue la de una persona sometida a un estrés tan intenso, a una tirantez tan explícita, a un pánico tan extremo que no ha olvidado un solo pormenor de aquellos instantes siniestros. El relato benévolo de la manifestación pacífica se desplomó por completo ante la descripción precisa de un ambiente enardecido, paroxístico, de hostigamiento.
Esta semana, el juicio se ha vuelto desfavorable a los intereses del separatismo. El marco bien construido por sus defensores se ha torcido. La idea de desplazar la acusación de violencia sobre el Estado mismo cobró en principio cierto vuelo ante los argumentos displicentes y evasivos de Rajoy y sus ministros, pero se ha ido diluyendo en las comparecencias de los siguientes testigos. La pasividad deliberada y culpable de los Mossos, la desactivación o el bloqueo de las órdenes judiciales mediante el sabotaje pasivo, las agresiones a los cuerpos nacionales de seguridad con su parte de daños físicos, la obcecada voluntad de los dirigentes de la Generalitat para llevar a cabo su designio: todo eso ha quedado flotando en la sala cuando los cargos medios de Interior han desgranado la lista de agravios, dicterios y maltratos sufridos. La descripción de un clima de creciente tensión social organizada y coordinada al servicio de un objetivo político.
Otra cosa es que toda esta crónica de un conflicto requeteanunciado, la secuencia descrita de preparativos y actos que conducían a un inevitable desenlace problemático, deje la duda sobre si frente al desafío había realmente alguien al mando. En ese sentido, la inhibición del Gobierno marianista, su aturdimiento ante una cadena de indicios palmarios, señala con toda claridad la ruta de un fracaso. Pero no es eso lo que se está juzgando, sino la responsabilidad de un golpe tumultuario contra la Constitución simbolizado en la imagen del colapso de una funcionaria de justicia aterrada, clavada de espanto ante un agresivo enjambre de fanáticos.