JORGE BUSTOS-EL MUNDO

RECONOZCO que contra Sánchez se vive estupendamente, así que deberían aguardarme como mínimo cuatro años más de felicidad. Pero tampoco me importaría sacrificar mi placer personal en el altar de la geometría variable y posicionarme algún día a favor de Sánchez. No solo para saber lo que se siente militando del lado del Periodismo, o sea, ascendiendo de la umbría caverna al cielo socialdemócrata por la escala luminosa del rayo del progreso, sino porque eso significaría que incluso Sánchez puede ser distinto de Sánchez si se dan las condiciones adecuadas. Y eso brindaría una esperanza decisiva a todo adulto atrapado en una identidad inmadura de la que ansía liberarse.

Veamos. Sánchez tiene 123 escaños y suma 175 con Podemos, PNV, CC, Compromís y un señor enviado a Madrid por Revilla, nuestro primer populista, el hombre de Altamira de la política espectáculo. Yo mismo, que soy uno de los antisanchistas más reconocibles del país, podría experimentar una tímida floración de sanchismo si Sánchez se comprometiera a no pactar con ERC ni Bildu el resto de la legislatura, aunque ello le obligase a trabajar alianzas más arduas y respetuosas con la Constitución y la decencia. A ello le ayudaría Iglesias, que ahora va de cura obrero del 78 poseído por el ánima de Pérez-Llorca.

Imaginemos un Sánchez que, sosegado al fin por una victoria electoral, descubriese que se puede nombrar a los cargos públicos por concurso y no solo por dedazo. Que se puede respetar la neutralidad de las instituciones en vez de aterrizar groseramente sobre ellas con el rijo de un ligón de discoteca. Imaginemos que va Sánchez y decide que se va a acabar el acoso a los constitucionalistas en Cataluña, y el adoctrinamiento a los nenes en las aulas del nacionalismo, y la utilización de la tele pública como biombo de los errores propios y escaparate para los ajenos. Cómo crecería Sánchez ante nuestros ojos si respetase el Poder Judicial, acatando las sentencias sin rebajarlas a mercancía política, y si se atuviese a la «extraordinaria y urgente necesidad» que estipula la Carta Magna para evitar el abuso del decretazo. Fantaseo con un Sánchez gramatical que renuncia al desdoblamiento demagógico de la desinencia de género común y con otro Sánchez decoroso que hace el favor de no apropiarse de la defensa de las mujeres ni siquiera para ganar unas municipales. Aplaudiría, en fin, a Sánchez –escribiría arrebatadas columnas que provocarían cabezadas de asentimiento en los salones más avanzados de la Cultura– si se comportase como el presidente de todos los españoles y no como un divisivo inquisidor de fachas. Pruebe, Sánchez. Intente esta vez encaramarse a la altura de su cargo. Aunque sea para variar.