DIEGO S. GARROCHO-ABC

  • El coste que tendrá para el PSOE la aventura de las últimas legislaturas comienza a ser imprevisible

Tarde o temprano tenía que ocurrir. Las aparentemente audaces apuestas de Pedro Sánchez nunca estuvieron fundadas en una previsión inteligente ni en una estrategia racional. El que acierta dos veces a la ruleta tiende a confiar demasiado en su suerte o, aún peor, comienza a considerar que sabe preludiar el futuro a golpe de intuición. Pero detrás de los kamikazes con potra sólo hay un azar caprichoso y un mono tirando dados. Si lo de Galicia hubiera salido bien, si prescindir de tu propio partido y hacer campaña por el BNG hubiera servido de algo, Sánchez habría levantado los brazos y habría acaparado todo el foco para sí. Y si salía mal, como ha salido, todos sabíamos que tendería a circunscribir la hemorragia a un pobre territorio periférico. Lo lamento por Besteiro, porque esta derrota se la va a anotar entera. El día que se pierda el Gobierno central, y eso ocurrirá por el imperativo de la alternancia, el PSOE habrá destruido su patrimonio histórico, la conexión emocional con los padres fundadores y su condición institucional.

La noticia de la noche es, sin duda, el buen resultado del Partido Popular. Tanto miedo metieron las encuestas y con tantos anabolizantes retóricos se intentó cebar el patinazo de Feijóo en el ‘off the record’ que por un momento pareció posible el que Rueda perdiera la mayoría absoluta. La incertidumbre de esta campaña reordenó las expectativas de un PP noqueado todavía por el trauma del 23J, lo que, paradójicamente, hizo que la victoria gallega, por ajustada, resultara mucho más dulce. El absurdo juego de las profecías hace que al final nos olvidemos del análisis objetivo.

Es posible que ya no quede nadie en el PSOE con la capacidad de darle consejos sinceros al jefe. El sanchismo ha amortizado toda su implantación territorial a cambio de conservar con extravagantes exotismos constitucionales el poder en Madrid. Perdieron Andalucía. Y Aragón, Baleares, La Rioja, Extremadura o la Comunidad Valenciana. En el caso de Galicia no es que hayan perdido, sino que han demostrado ser una fuerza residual e irrelevante. Este ciclo político durará lo que dure, pero el coste que tendrá para el PSOE la aventura de las últimas legislaturas comienza a ser imprevisible.

En cualquier caso, mal haría Feijóo en abandonarse a la euforia. Una victoria en Galicia es cumplir con lo debido, como cuando el chaval de un hogar estructurado aprueba todo. Realmente no hay tanto que celebrar y el Partido Popular tiene la inmensa encomienda de representar a una España amplísima que trasciende su natural espectro ideológico. Proteger nuestras instituciones, regenerar nuestra calidad democrática y ser depositario del pacto constitucional es una misión mucho más importante que la de ser presidente del PP. A los populares se les vuelve a poner el viento de cola, pero ya no podrán fallar.