ABC-ANA I. SÁNCHEZ
El líder de Vox suda tinta china en las ruedas de prensa y en su entorno inquieta su relación con los periodistas en el Congreso
LOS focos se encienden. Las cámaras empiezan a grabar. Y Santiago Abascal empieza a sudar. No es el sofoco típico por el calor de las luces de las televisiones. Es el incómodo sudor frío que acompaña a veces a la inquietud o al malestar, porque al presidente de Vox le ponen muy nervioso las ruedas de prensa. No tiene inconveniente en lanzar discursos ante pabellones a rebosar de miles de seguidores. Ni le sonroja subirse a un banco en mitad de la calle, megáfono en mano, a lanzar consignas aunque los viandantes le ignoren. Pero que los periodistas puedan preguntarle cuestiones que no sepa muy bien cómo responder, le hace perder buena parte de su seguridad. «Lo pasa mal, le cuesta», admiten en su entorno, con cierta preocupación por la desenvoltura que pueda tener el líder en el Congreso, un territorio hostil para todos aquellos políticos que no sepan manejarse ante la Prensa. Cuando hay pleno, es imposible escapar. El pasillo de entrada al hemiciclo está copado por una veintena de periodistas –y más en los grandes debates– que acompañan o persiguen a los políticos grabadora en mano. Y entre la nube de cámaras hay una dedicada a difundir lo grabado a todos los medios acreditados. La presión es máxima.
En la sede de la política con mayúsculas, a Abascal no le servirá responder con vivas a España como en aquel famoso desayuno del Club Siglo XXI en el que demostró no tener conocimiento ni posición política sobre la manipulación de embriones, las estrategias para atraer a empresas, temas urbanísticos o fiscales. Su equipo es consciente y en esta clave hay que entender que, con la que está cayendo en España, la primera rueda de prensa del líder de Vox como diputado versara ayer sobre la negociación de José Luis Rodríguez Zapatero con ETA: el tema que mejor se sabe. Una cuestión trascendente, pero ni lo más grave que se ha publicado en España en los últimos tiempos, como intentó justificar, ni lo que más preocupa a los españoles que llegan a duras penas a fin de mes, no pueden comprarse una casa o ven a sus hijos emigrar. Todos estos problemas que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias señalaban con fruición cuando gobernaba Mariano Rajoy, no han desaparecido aunque la izquierda ya no los denuncie.
Abascal dio muestras de cierto agobio al llegar a la comparecencia –«¡que concurrido está esto!», dijo al ver a los periodistas– pero se ciñó al guión previsto y se desenvolvió bien durante su intervención. Sus inseguridades salieron aflote cuando la Prensa se salió del tema y le preguntó por los pactos con Cs y PP. Repitió dos ideas básicas y él, siendo el presidente del partido, acabó remitiendo al portavoz, Iván Espinosa de los Monteros.
¿Es osado aspirar a ser jefe del Gobierno cuando a uno le tiemblan las piernas ante las cámaras? Es posible. Pero no es el primero. Era sorprendente ver cómo los tics afloraban en Rajoy ante una rueda de prensa difícil, siendo presidente, con siete años de ministro a sus espaldas y tres como vicepresidente. Aquello degeneró en ruedas de prensa por televisión. Abascal sin llegar a La Moncloa veta a periodistas. Pedro Sánchez se permite convocarlos y no admitir preguntas, mientras Pablo Iglesias cuestiona a la Asociación de la Prensa de Madrid cuando no le gustan sus decisiones. Quizás es el momento de empezar a pedir unos mínimos a nuestros políticos. Para empezar, que no vean a la Prensa como un mal trago a pasar, sino como la herramienta fundamental que es para la democracia. Nos iría mucho mejor como país.