ROGELIO ALONSO / Prof. de Ciencia Política de la Universidad RJC, ABC 23/01/13
«Aunque el conflicto en el Sahel reclama una respuesta conjunta contra el terrorismo en la región, la intervención en Malí revela las carencias de Europa. En ese contexto el yihadismo puede agudizar su desafío»
La toma de rehenes por parte de terroristas islamistas en Argelia confirma que el secuestro es una táctica más del repertorio yihadista. Sus características lo convierten en un atractivo recurso terrorista para obtener réditos económicos y políticos, además de publicidad, al plantear complejos desafíos. La privación de libertad de seres humanos permite al secuestrador explotar el enorme impacto psicológico de tan dramática coyuntura tras la sorpresa y conmoción que acarrea esta forma de terrorismo, como refleja el espectacular atentado en Argelia. La probabilidad de que yihadistas en nuestro país o en escenarios cercanos utilicen el secuestro obliga a reflexionar sobre episodios como el que acaba de concluir.
Aunque en principio se criticó el asalto del ejército argelino, posteriormente Reino Unido y Francia lo apoyaron pese a su alto coste. Al criticarse como precipitada la intervención, se ignoró la complejidad que la liberación de rehenes entraña y la lógica detrás de la decisión de intervenir con urgencia. El margen de maniobra ante un secuestro suele ser limitado, de ahí que las reacciones requieran una inmediatez que puede salvar vidas. Si la reacción se hubiera demorado, prolongándose la crisis, los terroristas habrían podido explotar la situación de vulnerabilidad del Gobierno tras los fallos de seguridad que derivaron en el secuestro masivo. La amplia atención mediática que habría acaparado hubiera intensificado la presión sobre el Gobierno argelino, pero también sobre los otros países con nacionales secuestrados y sus opiniones públicas. Probablemente distintas habrían sido las actitudes ante las reivindicaciones con las que los terroristas intentarían agudizar las contradicciones de los gobiernos al responder a la crisis. Con tan elevado número de secuestrados, el peligro habría aumentado si los captores hubieran decidido asesinar o torturar públicamente a algunos rehenes.
Los gobiernos implicados habrían tenido que sopesar sus alternativas en un volátil contexto. Entre las opciones, muy posiblemente, una operación de unidades especiales más planificada, pero no necesariamente en condiciones más favorables si los terroristas restringían los movimientos de los rehenes con cinturones explosivos o si eran desplazados a localizaciones más seguras para los captores. Por todo ello, la acción terrorista le planteaba al Gobierno un auténtico dilema, pues, cualquiera que fuera la respuesta, esta suponía un significativo coste en términos políticos, además del ya terrible precio para las víctimas y sus familiares. El secuestrador es consciente de que su chantaje coloca a los gobiernos ante encrucijadas políticas y morales que solo permiten resoluciones imperfectas.
Con independencia de la pericia con la que se acometiera la operación de rescate, las consideraciones precedentes y múltiples experiencias previas dan sentido a la rápida intervención del ejército argelino. Diversos estudios demuestran que la probabilidad de que los secuestradores extraigan concesiones es mayor cuanto más se prolonga la crisis, aumentando también los riesgos implícitos a la gestión de tan sensibles coyunturas. La rápida actuación militar es coherente con la firme política argelina de negar concesiones ante secuestros. En 2010 Argelia promovió en la ONU una resolución que denunciaba el pago de rescates como una fuente de financiación del terrorismo. El deseo de los terroristas de morir si era preciso restringía aún más la capacidad de respuesta incrementando los riesgos para el Gobierno.
La experiencia revela hasta cinco opciones estratégicas ante el secuestro. Por un lado, el rechazo a negociar. Esta política, considerada como inteligente por muchos expertos, exige para ser eficaz consistencia en el tiempo y coherencia por parte propia y de países aliados. Servicios de inteligencia occidentales han reconocido que el pago de rescates a cambio de rehenes españoles en África repercute negativamente sobre la suerte de otros secuestrados. En 2010 un informe del Departamento de Estado de EE.UU. urgía a sus aliados, incluida España, a «no hacer concesiones a los secuestradores para que podamos contener esta fuente alternativa de financiación con la que cuenta Al Qaeda en el Magreb Islámico». Sin embargo, poco después Mauritania excarceló al secuestrador de varios cooperantes españoles que serían liberados tras el pago de un cuantioso rescate, provocando las críticas de servicios «amigos» por un final satisfactorio para los cautivos pero que facilitaba la financiación de futuros atentados.
Una segunda opción estratégica consiste en la manipulación y el engaño de los secuestradores, exigiendo esta vía tiempo y disposición para asumir un alto riesgo que se multiplica cuando los terroristas se atrincheran con un alto número de rehenes ante las cámaras de televisión, como podía haber sucedido en Argelia. Una tercera opción es la negociación secreta de la que se intenta alejar a medios de comunicación y opinión pública. Se evita así la presión adicional que el Gobierno recibe, ocultándose su debilidad al realizar concesiones. Estas cesiones, aunque soterradas, son muy reales para los terroristas y sientan perjudiciales precedentes que se agravan cuando ni siquiera se buscan represalias como las que algunos países intentan tras el pago de rescates.
La cuarta opción, la negociación abierta, aglutina múltiples elementos de presión sobre gobiernos que pueden intentar alterar las expectativas de los terroristas ofreciéndoles alguna recompensa como vías de escape seguras. No es esta una perspectiva muy eficaz cuando se afrontan secuestros por parte de terroristas dispuestos a asesinar, a morir y a hacerlo matando, como ocurrió en Argelia, en el teatro de Moscú en 2002 o en Beslán en 2004. En la escuela de Beslán los terroristas asesinaron a 21 rehenes la primera noche para demostrar su determinación. En esas condiciones, los terroristas ya logran un éxito significativo con su espectacularidad, pasando a un segundo plano exigencias difícilmente asumibles. En esos casos de enorme volatilidad, la negociación como método para influir sobre la forma de pensar y actuar del terrorista resulta limitada. En tan dramáticas situaciones la negociación suele perseguir la división de los terroristas y la adquisición de información como preparación para disponer el asalto, como sucedió en un escenario menos sangriento como el de la Embajada de Japón en Lima en 1997.
Hay constancia de que Al Qaeda ha elaborado un manual de actuación para secuestros del tipo «barricada», estando con frecuencia dispuestos a inmolarse sus terroristas. Semejante voluntad dificulta la resolución de secuestros en los que parece insuficiente que las autoridades se limiten a mostrar intención de hacer daño a los terroristas ofreciéndoles una cierta ayuda con el fin de salvar vidas. Ante la crueldad que este terrorismo despliega, y frente al desafío de nuevos secuestros, cobra mayor relevancia como instrumento de disuasión la convincente negación de perspectivas de éxito. Sin embargo, aunque el conflicto en el Sahel reclama una respuesta conjunta contra el terrorismo en la región, la intervención en Malí revela las carencias de Europa. En ese contexto el yihadismo puede agudizar su desafío con secuestros que evidencien la falta de unidad frente a tan peligrosa amenaza si los europeos son incapaces de articular respuestas coordinadas y solidarias. Los terroristas yihadistas ya han recurrido al asesinato de rehenes para fortalecer su posición negociadora ante algunos países que al ceder frente a la extorsión se erigen en «eslabones débiles», perjudicando una unidad de acción necesaria para restar eficacia a los secuestros. Algo similar ocurrió en los años noventa con el secuestro de occidentales en Líbano cuando EE.UU., Reino Unido y Francia coordinaron una política común luego incumplida al negociar en secreto con los terroristas a través de intermediarios. Los errores pasados ofrecen valiosas lecciones para el futuro.
ROGELIO ALONSO / Prof. de Ciencia Política de la Universidad RJC, ABC 23/01/13