Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 17/1/12
L a transición española, tan sencilla en apariencia, resultó, sin embargo, una operación política extremadamente complicada. Y ello no solo porque el contexto económico internacional -léase la recesión mundial provocada por la crisis del petróleo- era muy difícil, sino porque todo en España empujaba para amontonar los problemas en lugar de para ir abriendo soluciones.
Paradójicamente, la principal dificultad de la transición iba a ser, al final, su gran ventaja. Hablo, obviamente, de la imposibilidad de los dos principales bandos enfrentados (la oposición de izquierda y los herederos del franquismo) para imponer sus posiciones. Ni hubo reforma, como querían los segundos, ni ruptura democrática, con Gobierno provisional, como exigía la primera. Pero de tal mutua incapacidad no surgió, como podía haber sucedido, una parálisis, de esas que llevan a los países al desastre, sino la progresiva construcción de una alternativa consensuada.
La pieza clave de ese proceso, del que acabaría por nacer la actual España democrática, estuvo en la existencia de una clase política (y sindical, empresarial o periodística) que, en su conjunto, iba a ser, como la posterior evolución se encargaría de probar, realmente irrepetible. Manuel Fraga formó parte de ella, como lo hicieron, en el ámbito político, los que alumbraron UCD, los líderes del PSOE y del Partido Comunista de España y los dirigentes del (entonces) nacionalismo moderado vasco y catalán.
Es verdad que la disposición y el entusiasmo de todos en la búsqueda de una solución consensuada no fueron, especialmente al principio, equiparables. Fraga, de hecho, estuvo, entre los que mostraron reticencias iniciales más profundas, pero su incorporación final al pacto, a través de la comisión de siete diputados que se encargaron de redactar el anteproyecto de la Constitución, resultó decisiva para que aquel llegara a puerto. Como lo resultó también la de Carrillo. Sí, porque fueron los que estaban en los extremos los que más tuvieron que ceder sobre sus propias convicciones y, por tanto, los que rindieron también, al hacerlo, un impagable servicio a este país.
Fallecido Suárez, retirados del protagonismo político diario González, Carrillo, Pujol o Arzalluz, solamente Fraga -una fuerza desatada de la naturaleza, como alguna vez se le definió con precisión- fue capaz de resistir, prácticamente hasta el último aliento, en su dedicación activa a la política.
Falleció en su casa rodeado de los suyos, pero pudo haberlo hecho en su asiento del Senado, a cuyas sesiones acudió hasta no hace mucho tiempo. Con la desaparición del gran patrón de la derecha -así se reconocía él a sí mismo- ha vuelto de algún modo a finalizar la transición. La que con él y con otros de su talla sentó las bases de una concordia civil que este país jamás había conocido.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 17/1/12