Ignacio Varela-El Confidencial
- Hay tres cambios sustanciales en el planteamiento del segundo ‘procés’, que patrocina Junqueras, respecto al primero, al que sigue enganchado Puigdemont
Dicen que el indulto penal que el Gobierno expedirá para los condenados del primer ‘procés’ será rápido, parcial y condicionado. Exactamente igual que el indulto político que Oriol Junqueras concede a Pedro Sánchez: rápido, parcial y, sobre todo, condicionado.
Puesto que Ábalos lo elevó al pedestal de Nelson Mandela, el jesuítico líder de ERC ha comenzado ya mismo a meterse en el papel. Para empezar, acepta magnánimamente que le quiten una condena de 13 años. El indultado perdona la vida al indultador, que se lo agradece entre grandes reverencias mediáticas. Además, se ofrece generosamente a ejercer el mando político efectivo del segundo ‘procés’ (dejando a Puigdemont, que aspiraba a ese papel, compuesto y sin novio) mientras su comisionado Aragonès se encarga de los pedestres asuntos autonómicos. Y con la misma altura de miras, otorga a Pedro Sánchez los dos años de tregua que necesita para llegar al final de la legislatura con la brasa catalana en estado incandescente, pero sin prender el incendio que le arruinaría definitivamente las próximas elecciones generales.
Es tanto el desprendimiento del Mandela catalán que hasta está disponible para hacerse presente en la afamada mesa de negociación “entre Cataluña y España” (lenguaje homologado por Moncloa), aportando la autoridad moral del mártir recién libertado al Diálogo (se diferencia del diálogo con minúsculas en que este suele tener contenido). Ya se está tardando en promover su candidatura para el Premio Nobel de la Paz, no será este Gobierno español quien se oponga.
Junqueras no ha dicho en su última epístola nada distinto a lo que escribió, por ejemplo, en todos los artículos que publicó en ‘La Vanguardia’ durante los dos últimos años. Sugiero que se repasen “Vía amplia para la independencia” (13-12-2020), “Construyamos la Cataluña del bien común” (13-4-2020) y “Un camino factible hacia la república” (9-2-1919), y se compruebe que las impostadas alharacas con que se ha recibido este último texto del prócer secesionista responden más bien a los apremios de algunos —o quizás a un déficit de lectura atenta—. El líder de ERC puede exhibir una relación más higiénica con la hemeroteca que su circunstancial aliado monclovita.
En el primer ‘procés’, la unilateralidad consistió en que la Generalitat derogó la Constitución y el Estatuto, convocó un referéndum de autodeterminación y proclamó la república independiente de Cataluña, pretendiendo que el Estado español lo deglutiera. La aventura terminó como terminó.
La bilateralidad, concepto fetiche del segundo ‘procés’, consiste en hacer lo mismo, pero esta vez como resultado de un acuerdo político con el Gobierno de España, que se encargaría de hacérselo tragar al resto de los poderes del Estado: el Parlamento, el poder judicial, el Tribunal Constitucional y el jefe del Estado.
No se cambia el objetivo, únicamente el recorrido. El final de la película es siempre el mismo, pero se reescribe la trama para hacerlo transitable. La “solución política”, en la versión junqueril o en la de cualquier otra fuerza independentista, excluye de raíz cualquier escenario final que contemple el retorno al marco constitucional y estatutario, que se considera irreversiblemente periclitado.
Muy hábil, Morgan: se da por hecho el desenlace y se desvía la discusión hacia la vía para llegar a él. Elijan ustedes la forma de separar Cataluña de España: puede ser unilateral o bilateral, pactada o sin pactar, al contado o en cómodos plazos, para mañana o para pasado mañana. ¿Cabe mayor flexibilidad negociadora?
Hay tres cambios sustanciales en el planteamiento del segundo ‘procés’, que patrocina Junqueras, respecto al primero, al que sigue enganchado Puigdemont:
- ERC admite que el 50% es insuficiente para imponer la secesión y eleva el listón hasta el 60%, que ya sería, en sus palabras, “una mayoría incontestable”. En eso no hace sino seguir la sugerencia que en su día formuló el actual ministro de Administración Territorial: conseguid el 60% y tendremos que rendirnos. Lo peor es que probablemente tienen razón.
- Naturalmente, para eso se necesita tiempo. Segunda lección del primer ‘procés’: la división de Cataluña en dos mitades no se rompe de un día para otro. Así que las precipitaciones de 2017 dan paso a la fórmula paciencia + determinación. Tras unos años, quizás una década, gobernando Cataluña con un pie dentro de la ley y otro fuera, controlando hasta la náusea el sistema educativo, el tinglado mediático y los recursos públicos, exprimiendo todos los mecanismos clientelares del hábitat político catalán y asegurando la desaparición de todo rastro visible de España en ese territorio, la ‘mayoría incontestable’ por la independencia será un hecho. También en eso tiene razón el fraile republicano.
- La tercera pata son las condiciones políticas. Por un lado, ERC necesita asentar su hegemonía en el nacionalismo catalán. Conquistada al fin la fortaleza, hay que intentar quedarse ahí para siempre, como enseñó Jordi Pujol. Por otro, se requiere que haya un Gobierno en Madrid dispuesto a jugar el juego, y un espacio constitucional fracturado, que renuncie a dar la batalla política en Cataluña para atender únicamente a su derivación electoral en el resto de España. (La batalla política del constitucionalismo consistiría en trabajar concertadamente para que en 2030 un 60% de los catalanes, nacionalistas o no, prefiera seguir en España. Abandonen toda esperanza).
En este momento se dan todas esas condiciones, pero en estado precario. Esquerra está amenazada por la presión de sus socios y el PSOE por la crecida de la derecha tras el reventón madrileño. Por eso, más allá de la palabrería estomagante del Diálogo para el Reencuentro, Junqueras y Sánchez han formado una sociedad de auxilios mutuos a corto plazo, con Unidas Podemos como voluntarioso palafrenero de ambos.
Dos años de escenificación negociadora es todo lo que pueden ofrecerse por el momento y lo que se han comprado mutuamente. Pasado ese tiempo, Sánchez sabrá si esta tregua trampa puede costarle el poder, en cuyo caso tendrá que desempolvar a toda velocidad la gigantesca bandera española de sus primeros mítines, y Junqueras sabrá si le conviene prolongar su Agenda 2030 hasta la autodeterminación pactada o Sánchez dejó de serle funcional y en realidad, para revitalizar su causa le viene mejor que en España gobierne la derecha.
El problema actual no es tan solo que el presidente haya entregado a los nacionalistas la estabilidad del Gobierno de España. Además, por el mismo precio, ha puesto también en sus manos el destino electoral de su partido. Si Junqueras tiene una Agenda 2030 para la independencia, Sánchez tiene una Agenda 2023 para la supervivencia, quién sabe hasta cuándo casarán. Hay ruletas rusas menos arriesgadas que esa.