El Señor de las Boinas

A finales de este año se cumple el centenario de la muerte de Sabino Arana, fundador del nacionalismo vasco y del partido que lo encarnó en solitario durante décadas, el PNV. La lectura de sus pensamientos aún impresiona por su crueldad, su racismo y su odio. El PNV se prepara para conmemorar el aniversario de este fabulador político.

¿Qué El Señor de los Anillos es la más brillante novela de fantasía que se ha escrito? ¡Venga ya! Ese Tolkien, por muy profesor de Oxford que fuera, por mucho que se leyera las sagas islandesas y por muchas pipas que se fumara tuvo menos imaginación que Sabino Arana Goiri. ¡Ése sí que era un autor de literatura fantástica! A fin de cuentas, el éxito de un escritor se mide por su capacidad para cambiar la historia y la sociedad, como San Agustín, Santo Tomás, los malditos libreprensadores, Carlos Marx, etcétera. ¿Y cuánta gente sale a la calle vestida de hobbit o cuántos se creen orcos? Nadie. En cambio, ¿cuántos se creen vasquitos y neskitas?, ¿cuántos escalan sus árboles genealógicos hasta el patriarca Aitor o hasta Jaun Zuría? Miles.

Una tarde de 1882, Sabino se dio un paseo por el jardín familiar con su hermano Luis. A medida que éste hablaba nació en Sabino la idea de inventarse un mundo. Para eso había nacido: para recrear un mundo. Se puso a dar más paseos, a escribir, a beber chacolí y pacharán (con las endrinas bien puestas), a conocer gente, a darse panzadas y a veces a pensar. Así, poco a poco, como el artesano que teje un inmenso tapiz, inventó un país de fantasía para olvidarse de la tosca rutina y de la fealdad que se extendía más allá del hermoso jardín, donde el humo de las fábricas oscurecía el sol y las melodías de los organillos apagaban los trinos de los pájaros.

A su nueva patria la llamó primero Bizkaya; pero era muy pequeña para sus aventuras, por lo que la amplió y le puso el nombre de Euskeria. Éste no le gustó y unos años después lo rebautizó como Euzkadi. En ella habían vivido felices durante siglos los euskadianos o vascos, gentes a las que les gustaban los montes y los árboles, siempre pacíficas, amantes de sus hijos, sus mujeres, sus vacas y sus piedras. Se les reconocía por sus narices, por sus andares y porque tenían por lo menos cuatro apellidos autóctonos. Pero su felicidad y su libertad concluyeron cuando un pueblo malvado, de rasgos africanos (nuestros moros, los llamó él) cruzó el Ebro, el río que separa los verdes valles del desierto sahariano, e invadió Euskeria (o Euzkadi).

Eran los maketos; otras naciones les denominaban españoles. Trajeron con ellos la suciedad, la avaricia, el dinero, la mentira, la impiedad, las corridas de toros. Talaron los bosques, horadaron los suelos en busca de hierro y construyeron ciudades. Entre ellos los dirigentes pertenecían a la clase de los castellanos, mientras que los más torpes se llamaban gallegos. No sólo saqueaban y oprimían, sino que se atrevían a mezclarse con los euzkadianos. A los muchachos los llevaban a oscuras tabernas para que se emborracharan y abandonaran sus honradas labores campesinas; a las mujeres, las seducían y después usaban sus feraces vientres para esparcir la raza maketa. Ensuciaban las plazas de los pueblos con una danza detestable y pecaminosa, el baile agarrao. Les hacían pagar impuestos y les obligaban a expresarse en una lengua aborrecible, el kastellano. Los libros de Sabino están llenos de arengas a los baskos para que se rebelen y aplasten al invasor.

Sabino se inventó una bandera, un santoral de nombres euskéricos, una historia, una lengua, unos enemigos, unas tradiciones, unos derechos históricos, unas virtudes… y encima consiguió que le aplaudiesen. Ahí sigue su obra. Desde hace un siglo se representa a diario en España. Hay comarcas enteras que interpretan sin descanso la creación de Sabino y le han añadido nuevas partes, como a un poema anónimo que canta el pueblo.

Los protagonistas de esta odisea se suceden generación tras generación. He aquí los más populares en nuestros tiempos. El Gran Druida Setién, hechicero de la tribu con la potestad de definir el bien y el mal, al que siempre acompaña el Humilde Blázquez, su acólito, un maketo que abandonó las filas de los invasores al descubrir las masacres que cometían y el sufrimiento que ahogaba a los euskarianos. El Gruñón Arzallus, que conmueve al pueblo con su verbo y sus nóminas; renegó de su padre, un vasco que fue soldado en el ejército de Saurón-Franco. El Viajero Egibar, que recorre el mundo en busca de un pueblo guerrero que quiera ayudar a los euskarianos a recobrar su independencia; ya ha estado en Gibraltar, Croacia, Quebec, Eslovenia, Irlanda, Letonia, Idaho, Baviera; un vigía permanente en el aeropuerto de Sondica (Bilbao) avisa de sus llegadas, pero siempre regresa solo. El Verdugo Josu Ternera, encargado de reclutar jóvenes y de entrenarlos para el combate, en especial el ataque por la espalda; sus mesnadas beben dos pociones mágicas: el kalimotxo y el cóctel-molotov. El Príncipe Ibarretxe, a quien la princesa Elecciones de Mayo besó y convirtió de un sapo tartamudeante en el hermoso y valiente defensor de los baskos y las baskas. Tontón Elorza, dueño del tesoro más hermoso de Euzkadi, la Perla del Cantábrico; se aliará con quien le garantice su posesión. Ana Sagasti, el Pelopintxo, que ha aceptado la carga de vivir en Madrid, la horrible capital del opresor, lejos del Guggenheim, para ser el embajador de su pueblo. Rosaceo Madrazo, que consiguió domar a la tribu de los Rojos con la promesa de no ponerse nunca corbata; el Príncipe Ibarretxe compró su apoyo con un coche oficial. Y así hasta más de 700.000 jugadores.

Por Pedro Fernández Barbadillo, LIBERTAD DIGITAL, 1/2/2003