Ignacio Camacho-ABC
- El indulto requiere la firma del Rey: una humillación revanchista para quien defendió al Estado de una amenaza crítica
Este Gobierno sin principios -ni políticos, ni éticos, ni siquiera ideológicos aunque le gusta presumir de ellos- ha decidido utilizar los presos como moneda de cambio en la negociación de los Presupuestos. A los separatistas catalanes les ofrece indulto y/o reforma del delito de sedición; a los terroristas vascos, acercamiento e impunidad para los homenajes de bienvenida que les organizan en sus pueblos. Asuntos todos, como cualquiera puede deducir, imprescindibles para obtener los fondos de ayuda europeos. Habrá que ver la carita que se le debe haber quedado a Inés Arrimadas, que sigue instalada en el pensamiento ilusorio de lograr un acuerdo capaz de minimizar la influencia de Podemos. En términos suaves le están tomando el pelo; en el lenguaje crudo y llano de la calle, el castellano vulgar y aquilatado que decía Celaya, se diría que le están poniendo los cuernos. Y no a escondidas ni de modo discreto: a plena luz del día y con publicidad solemne desde la tribuna del Congreso. Ella decidirá si le merece la pena mantener el coqueteo agarrándose al argumento de que tramitar el requerimiento de perdón de los insurrectos no equivale necesariamente a concederlo. Por si acaso, y si persiste en su empeño, algún asesor debería aconsejarle que antes de pactar lea con atención la letra pequeña de la Ley de Acompañamiento.
En el anuncio formulado ayer por el ministro de Justicia hay algo más que un guiño a los independentistas. Hay una trampa para el Jefe del Estado, porque una eventual medida de gracia, en el supuesto de ser otorgada, tendría que llevar su firma. Lo que significa que el Rey, que con su intervención tajante y decidida defendió la integridad de la nación ante una amenaza crítica, se vería constitucionalmente obligado a sufrir una humillación revanchista. Con el amago de este compromiso para la Corona, Sánchez pretende dulcificar su verdadera alternativa: una rebaja del tipo penal con efecto retroactivo que conllevaría la libertad de los sediciosos dándoles la condena por cumplida. Para la primera fórmula cuenta con la complicidad de la Fiscalía; para la segunda, con la mayoría parlamentaria que su bloque de aliados le garantiza. Contra el espíritu de las leyes, la creatividad de la ingeniería jurídica progresista.
Porque para el sanchismo se trata de una cuestión de poder, no de Derecho. Y el poder de verdad se ejerce y se demuestra doblándole la muñeca a Felipe VI, lo que ya ha ocurrido varias veces, o limpiándose las manos -digamos las manos por no ser groseros- en las mismísimas cortinas rojas del Supremo. Mejor las dos cosas al tiempo. El poder que sueña el presidente, y que está consiguiendo, es el de una suerte de República coronada con el Rey de florero y él como señor feudal perpetuo que impone o quita condenas bajando o subiendo el dedo. Algún ingenuo (o ingenua) aún cree estar ante un simple debate de Presupuestos.