SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO
Se le escapaba la mayor: que el agravante de género era una galantería franquista de 1944. Desprecio de sexo, se llamaba, y estuvo vigente hasta 1983, con Felipe en La Moncloa y Fernando Ledesma como ministro de Justicia.
Defendió la eliminación en el Congreso un diputado socialista a quien yo tenía mucho afecto: Paco Granados, padre del secretario de Estado para la Seguridad Social, Octavio Granados, librero de Burgos en cuya trastienda me proveía yo de literatura antifranquista. Y lo hizo en nombre de la igualdad ante la ley de hombres y mujeres.
El programa de Ciudadanos dedicaba tres páginas al tema y comenzaba con una frase atendible: «Defendemos la igualdad de los hombres y mujeres en todos los aspectos (…) y combatimos cualquier discriminación por razón de género y sexo». Al final del capítulo explicaba: «Pensamos que [la LIVG] debe ser modificada para acabar con la asimetría penal por cuestión de sexo y la ineficacia de la propia ley». La asimetría penal fue bendecida por el Constitucional en 2008, cuando lo presidía Mª Emilia Casas, que venía a ser la Carmen Calvo del TC. Acatado y respetado, pero ¿con qué argumento puede alguien negarse a discutir las mismas posiciones que tenía hace tres años? Sobre la ineficacia, ¿quién puede negarse a evaluar el resultado de la aplicación de una ley para corregirla si procede?
Un voluntarioso ha dado a conocer el listado de chiringuitos andaluces de violencia de género. Son más de 2.200, enumerados en 87 páginas cuajadas de nombres. ¿Quién puede negarse a conocer el dinero público que cuesta todo eso y la eficacia/eficiencia del gasto? Un dato: de los 43 millones del presupuesto del Instituto Andaluz de la Mujer sólo va a parar a víctimas de la violencia machista el 2,8%.
Propondré un caso al que borrar de las subvenciones: el que mantiene Francisca Granados en Granada. Esta tipa fue la asesora que calentó los cascos a Juana Rivas y la metió en un manglar en el que se ha encontrado cinco años de prisión y seis de privación de la patria potestad por haber secuestrado a sus propios hijos. Es un ejemplo.
Hay algunos aspectos de Vox que me impedirían entrar al club: la noción identitaria de la nación española, un suponer, y la confesionalidad religiosa, otro. Pero en el concierto de voces contrarias hay aspectos mucho más antidemocráticos, pongamos que la idea del cordón sanitario, la coincidencia en negar a 400.000 andaluces su derecho a la representación política y a los políticos que eligieron el derecho y el deber de representar a sus votantes.