IGNACIO CAMACHO-ABC

  • En su embriaguez de autoestima, quizá Tamames no haya calibrado que enfrente va a tener al príncipe de los narcisistas

Decía Umbral, gran amigo suyo, que Tamames era capaz de calcular el coste exacto de cada bala empleada en la guerra civil. Su famoso libro sobre estructura económica ha sido manual de referencia para varias generaciones de estudiantes, actualizado hasta en 26 ediciones mientras el autor iba culebreando por la vorágine de una actividad pública tan incansable como volátil. Entre esos quehaceres sobre los que ha brincado como un saltimbanqui estaba el de tertuliano de radio, donde brillaba su verbo ocurrente, dicharachero e ilustrado y también el diletantismo político e intelectual que siempre ha guiado sus pasos. Esa vocación de chamán heteróclito, de conversador volatinero y un punto picaflor, desarrollada en la promiscua vida social madrileña –que el propio Umbral retrató en su novela ‘El Giocondo’ a principios de los setenta–, fulge al fondo de su decisión de aceptar la propuesta que Abascal le formuló tras recibir una serie de calabazas diversas. Extraña un poco que un hombre con tanto ego aceptase ser plato de enésima mesa, pero se conoce que le pudo la pulsión de protagonismo, la idea providencialista y algo gamberra de postularse a edad provecta como candidato testimonial a la Presidencia. En el turbión de entrevistas que ha concedido y hasta rogado en las últimas semanas no oculta en absoluto su complacencia por el papel autoatribuido de presunto salvador de España, ese «momento de la construcción personal de uno» –como ha dicho a ABC– en que se imagina levitando como estandarte de una noble causa. «Uno» es él, claro: yo, mí, me, conmigo. La moción de censura como pretexto de una última exaltación de sí mismo.

Lo que tal vez no haya valorado en esa embriaguez de autoestima es que enfrente va a tener al príncipe de los narcisistas, epítome y paradigma de la fatuidad política. Sánchez es además un ‘killer’ con intuición asesina cuya contrastada experiencia se mide por el número de víctimas cobradas incluso entre sus propias filas. Será difícil que el presidente entre al trapo del debate directo con el veterano catedrático; lo probable es que apele a la condescendencia para ningunearlo y centrarse en su verdadero adversario, que ni siquiera es Abascal sino un Feijóo que verá la sesión en su despacho. Un tipo así, ventajista insuperable –tahúr del Mississippi, diría Alfonso Guerra– nunca desperdicia un regalo ni pierde tiempo disparando contra el enemigo equivocado. Sabe que para herir el orgullo de Tamames basta con un par de puyas tangenciales y la indulgencia afable de un adulto ante los desvaríos seniles de su padre. El objetivo de sus ataques está en otra parte y para hacer sangre ya tiene su corte de adláteres. Con todo, el aspirante –es un decir– se perfila ‘a priori’ como el actor más respetable del espectáculo. Al menos el único que acude con un motivo, si no desinteresado, sí comprensiva, benévolamente humano.