Fernando Ónega, LA VANGUARDIA, 1/12/11
Con lo dicho y oído, es probable que el sentimiento catalán y el español se hayan separado un poco más
Como dicen en mi país, manda carallo. Manda carallo lo que se oye en las emisoras españolas de radio cuando llaman los oyentes, bastantes oyentes, a opinar sobre Carme Chacón. Habría que encargar un estudio más riguroso al CIS, pero no saben ustedes la cantidad de ciudadanos que la consideran una independentista catalana. No expresan dudas sobre su capacidad política, ni sobre su inteligencia, ni critican su labor como ministra; simplemente la acusan de buscar, en el fondo, la secesión de Catalunya. ¿Cómo la verán cuando pasa revista a las tropas del Estado, cuando diseña la defensa nacional o cuando, como pide José Bono, grita «¡viva España!»? Para ellos debe de ser una farsante, una infiltrada que dice trabajar para España, pero, en el fondo, es más soberanista que Artur Mas.
Lamentablemente, no es ninguna anécdota. Responde a un estado de opinión que no acaba de digerir que se pueda ser catalán, y menos aún catalanista, y español al mismo tiempo. Es el reflejo de esa corriente que sobrevive en parte de la sociedad y entiende la unidad de España como algo uniforme, donde sobran las singularidades territoriales, y la identidad de los pueblos es la enemiga que combatir. Y más lamentablemente todavía, esos instintos son alentados por políticos de renombre. Aunque José Bono aclare después su pensamiento real, lo que dijo el lunes ha quedado para las hemerotecas. Y queda también lo que el martes añadió Alfonso Guerra.
Ambos respiran por la herida de un PSC que periódicamente expresa su voluntad de salirse de la disciplina del grupo parlamentario del PSOE en el Congreso y aplican su lógica: si el PSC quiere irse del hogar paterno, no se puede entregar la dirección de ese hogar a uno de sus militantes. Si esto tiene una irrefutable razón de partido, ¿cuál es el problema? Que el oyente simplifica: si el PSC sufre impulsos de volar por su cuenta porque el PSOE es un partido estatal; si, además, transmite la imagen de ser tan nacionalista como CiU, sus miembros no son de fiar. La razón de partido se amplía a la razón de Estado, y ya está: tampoco la gobernación de España se podría entregar a un catalán, salvo, supongo, que sea del PP.
Ese es el síndrome Chacón, que la ministra tiene detectado hace tiempo, y por eso se preguntó en campaña por qué una mujer, y además catalana, no podía dirigir el socialismo español. Pues ya tiene respuesta. Este cronista se limita a decir dos cosas. Al PSC, que ahí tiene una dificultad: o se encierra en Catalunya y limita sus horizontes, o se integra con claridad en el PSOE y amplía sus aspiraciones. A la clase política en general, que ahí tiene una enorme responsabilidad: o acomoda su discurso a la pluralidad de España, con todas sus identidades, o no llegaremos nunca a la normalidad territorial. Al revés: con lo dicho y oído, es probable que el sentimiento catalán y el español se hayan separado un poco más.
Fernando Ónega, LA VANGUARDIA, 1/12/11