Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
  • Si Putin sale ganador de este envite, aunque sea parcialmente, se sentirá animado a repetir la hazaña en cuanto encuentre otra excusa fantasiosa

Con relación a la invasión de Ucrania por Rusia iniciada en febrero de 2022 suelen contraponerse dos visiones. Una es la que se basa en los principios del derecho internacional y en el compromiso con valores tales como la libertad, la soberanía o la integridad territorial, según la cual Ucrania es la depositaria de la razón en este conflicto por ser la agredida mientras que Rusia como agresora merece la condena de la comunidad internacional y debe ser obligada a retirarse del territorio ucraniano además de a compensar a Ucrania por la destrucción causada. La otra es la “realista”, que presenta esta guerra como el resultado de sucesivas provocaciones a Rusia que, al sentirse amenazada, si bien ha reaccionado de forma desproporcionada e ilegal, ha de ser comprendida -aunque no justificada-. El corolario del primer planteamiento es que Ucrania merece toda la ayuda necesaria para ser la ganadora de esta conflagración y que Occidente ha de proporcionársela hasta la completa derrota de la potencia atacante. La conclusión que se extrae de la segunda es que el enfoque adecuado para dar una salida a este problema ha de ser “pragmático” y ha de consistir en un acuerdo de paz en el que ambas partes enfrentadas cedan. Así, Ucrania debería renunciar al Donbás y a Crimea, que quedarían incorporadas a Rusia, y olvidarse de formar parte de la OTAN y de la UE, adquiriendo un estatus de neutralidad que tranquilice a Moscú. Rusia, satisfecha con este arreglo, cesaría de machacar las ciudades ucranianas y de matar civiles y reconocería a una Ucrania mutilada y no alineada.

Las tropas ucranianas luchan con la moral alta y con una apasionada entrega que emana de su patriotismo, a diferencia de los soldados rusos que son conscriptos desmotivados o mercenarios sin bandera

Hasta el momento, todo apunta a que tanto los Estados Unidos como Francia y Alemania, se inclinan implícitamente por el abordaje realista. La asistencia militar y financiera recibida por Ucrania ha sido de gran volumen, pero fundamentalmente de tipo defensivo. Parece como si en Washington y en Bruselas la estrategia a aplicar consiste en que Ucrania no pierda la guerra, pero que no la gane. Si los miembros de la Alianza Atlántica quisieran una victoria total ucraniana proporcionarían a su protegida misiles de medio y largo alcance, tanques Abrams y F-16, en lugar de limitarse a vehículos acorazados, artillería, armamento ligero, pertrechos y baterías tierra-aire. Ha quedado claro que las tropas ucranianas luchan con la moral alta y con una apasionada entrega que emana de su patriotismo, a diferencia de los soldados rusos que son conscriptos desmotivados o mercenarios sin bandera. También es una evidencia que el mito de un ejército ruso todopoderoso capaz de engullir a Ucrania de un bocado se ha desvanecido y que la posibilidad de que al final la “operación militar especial” resulte un fiasco sin paliativos no es en absoluto descartable.

Esta línea de acción contemporizadora, pese a que se muestra como la más prudente e indolora, es altamente discutible y ofrece serios inconvenientes, incluso desde una perspectiva que persiga descarnadamente resultados sin demasiada preocupación por los principios. No se puede olvidar que George W.H. Bush a principios de los noventa del siglo pasado, al igual que Henry Kissinger o Noam Chomsky hoy, era partidario de que Ucrania permaneciera unida a Rusia porque su independencia abriría el camino al “nacionalismo suicida”, al “odio étnico” y al “despotismo local”. Sordos a tales advertencias, los ucranianos votaron masivamente por ser un estado soberano, hecho incontestable que debe ser respetado.

Lo que le animó a entrar en Ucrania a sangre y fuego fue la debilidad que percibió en la OTAN después de la indigna retirada de Afganistán y la brillante frase de Macron sobre la muerte cerebral de la organización

La tesis de que Putin se siente amenazado por la expansión de la OTAN hacia el Este no se sostiene. Su agresión a Ucrania ha provocado que Suecia Finlandia, con más de mil trescientos kilómetros de frontera con Rusia, se hayan incorporado a la Alianza y, si fuera esa su inquietud, no se dedicaría a arrasar a su vecino, a masacrar civiles y a saquear hasta extremos obscenos. Más bien lo que le animó a entrar en Ucrania a sangre y fuego fue la debilidad que percibió en la OTAN después de la indigna retirada de Afganistán y la brillante frase -a los franceses siempre les pierde la palabra- de Macron sobre la muerte cerebral de la organización.

La técnica del apaciguamiento se ensayó concienzudamente castigando muy ligeramente la ocupación del Donbás y de Crimea en 2014, a la que siguió la construcción del gasoducto Nordstream II -pese a que la red de transporte ucraniana tenía capacidad sobrante-y el mantenimiento de nuestra dependencia energética en manos del ex coronel del KGB, que se necesita ser ingenuo para cometer tan llamativo error estratégico, por no utilizar un término menos amable. Lejos de sentirse amenazado, tantos signos de debilidad fueron un estímulo para que el autócrata del Kremlin cometiese el atropello que estamos viviendo y que está perturbando gravemente la economía mundial.

Por tanto, por rudo que suene, lo que procede es suministrar a Zelensky todo el apoyo que haga falta para que acabe el trabajo que con tanto coraje está realizando. Si Putin sale ganador de este envite, aunque sea parcialmente, se sentirá animado a repetir la hazaña en cuanto encuentre otra excusa fantasiosa. No fue entregando territorios a Hitler como se le paró, sino oponiendo a su insaciable voracidad una resistencia imbatible. Si nuestros dirigentes se dejan poseer por el síndrome Chamberlain frente a Putin, no sólo no le detendrán. sino que acumularán la leña de futuros incendios. Una salvajada del calibre de la que ha perpetrado este criminal únicamente puede ser respondida borrándole del mapa.