Iñaki Unzueta-El Correo
- El autoritarismo, el envío masivo de carne de cañón al frente en Ucrania y el capitalismo de rapiña se han adueñado de Rusia
‘Los demonios’, la novela de Fiódor Dostoievski publicada en 1871, contiene la profecía más clarividente del destino que cuatro décadas después le aguardaba a Rusia: el intento de materializar la gran idea de la igualdad social por medio del sistema comunista soviético. En ‘Los demonios’, el autor aborda la cuestión de la recepción en Rusia de los procesos de racionalización de Occidente. Ahora bien, mientras que en Occidente la racionalización iniciada en el XVII ha culminado -hasta el momento con éxito, exceptuando ciertos costes y alguna grave sombra- con la constitución de la Unión Europea y Estados sociales y democráticos de Derecho, en Rusia, la recepción de dicho proceso tomó en el XIX un curso patológico que dio lugar, primero, al terrorismo nihilista y después al totalitarismo comunista. Hoy, el fracaso del sistema democrático y la agresión imperialista a Ucrania podrían considerarse como la tercera réplica de un fallido proceso de racionalización.
La racionalización en Occidente avanzó sobre la guía de la secularización y del desencantamiento del mundo. Lo que se conoce como «lingüistización de lo sacro» liberó el potencial de racionalidad del habla, asumiendo así las funciones de coordinación y entendimiento entre las personas. Significó el paso de un entendimiento normativamente prescrito bajo la autoridad de lo sagrado a otro en el que la coordinación entre las personas se basa en sus propios esfuerzos interpretativos.
Todo ello se materializó en diferentes complejos de racionalidad (cognitivo-instrumental, práctico-moral y estético-expresiva) y propició el surgimiento, entre otros, de la empresa capitalista y el Estado democrático de Derecho, la autonomía del sujeto, el arte liberado del yugo de la religión o, en la esfera del desarrollo moral, la reflexión en un nivel posconvencional.
En Rusia, por el contrario, la racionalidad se encauzó por una vía estrecha y unidireccional. En un campo de fuerzas donde batallaban fe y ateísmo, religión e ideología, fin y medios, razón y fanatismo, triunfaron la incredulidad, la ideología, los fines y el fanatismo. En definitiva, de la mano del nihilismo -«si Dios no existe, todo está permitido», Dostoievski dixit- se adoptó una concepción reduccionista de la razón que tan solo consideraba la dimensión instrumental de la misma. Y como la razón instrumental viene siempre acompañada de una actitud objetivante, el pueblo ruso se convirtió en un ente manipulable y objeto de experimentación.
El sistema nihilista constaba de tres elementos: una gran idea, un pueblo-objeto manipulable y un método terrorista para la destrucción del Estado y de su estructura moral. En los periodos de transición suele ocurrir que no son las personas las que se hacen con la idea dominante, sino que es ésta la que se adueña y esclaviza a las personas. Como señala uno de los protagonistas de ‘Los demonios’: «No puede figurarse la rabia y la melancolía que se apodera del espíritu cuando una idea grande, que uno viene venerando solemnemente desde antiguo, es arrebatada por unos necios y difundida por esas calles entre otros imbéciles como ellos».
La idea grande de los nihilistas era la igualdad social y el método para alcanzarla lo formuló otro de los protagonistas de la novela, Shigaliov. La sociedad había que dividirla en dos partes desiguales: «Una décima parte recibe libertad personal y un derecho ilimitado sobre las nueve décimas partes restantes, que deberán convertirse en una especie de rebaño y, mediante su absoluta sumisión, alcanzarán, tras una serie de regeneraciones, la inocencia original, algo así como el paraíso terrenal». Y Shigaliov completa su propuesta del modo siguiente: «Cada miembro de la sociedad espía a los demás y está obligado a delatarlos, uno para todos y todos para uno. Todos esclavos e iguales en la esclavitud. En casos extremos, calumnia y asesinato, pero ante todo igualdad». Unas décadas después, Stalin aplicó rigurosamente la doctrina y el método de Shigaliov.
Periódicamente, una capa de cieno pestilente de vodka, cebolla y violencia cubre la extensión de Rusia. Hoy se puede decir con Kapuściński que la libertad de pensamiento en Rusia se ha convertido en libertad de actuar y de matar. Los crímenes políticos, las levas indiscriminadas de carne humana para ser sacrificada en la guerra, el autoritarismo, el control de los medios de comunicación y el capitalismo de rapiña y piratería se han adueñado de Rusia, identificándose cada vez más con la sociedad 9/10 de Shigaliov.
Pero Putin no se encuentra solo, por lo que a nosotros respecta sus apoyos tienen tres variantes: 1) la retroizquierda anclada en el paradigma antiyanqui de los años 70; 2) Unidas Podemos, con un modelo cuasi-instrumental de racionalización que colisiona con el canon europeo y; 3) la propuesta arcaizante de partidos nacionalistas como Bildu y ERC, que anhelan el reencantamiento de la sociedad, la vuelta trágica a un paraíso que nunca existió.