El soberanismo del mejorestar


Manuel Montero, EL CORREO 17/11/12

La principal coincidencia entre el nacionalismo vasco de la pasada década y el catalán ahora es que ambos identifican soberanía con mejoría económica.

En el País Vasco sucedió hace diez años, en Cataluña ahora. El ímpetu nacionalista condiciona de pronto la vida política. Nadie escarmienta en cabeza ajena, pero aun así sorprenden las similitudes entre el soberanismo vasco que siguió a Lizarra y el independentismo que encarna Artur Mas, que viene a hacer de Lizarra e Ibarretxe en uno.

Primera coincidencia: la brusca llegada del rupturismo soberanista. Nada anunció en 1998 la desestabilización del País Vasco. La autonomía se desarrollaba con la normalidad que permitía el terrorismo, no subía el apoyo a la independencia y las elecciones presentaban el habitual reparto nacionalismo/constitucionalismo. Sin más, todo saltó por los aires, con la vorágine soberanista que duró una década. Arrancó de dentro del nacionalismo, no de cambios en las circunstancias.

En Cataluña el pistoletazo ha llegado también inopinadamente. No se descubren las razones de que ahora toque ruptura. Incluso si admitiésemos que el «España nos roba» es algo más que una sandez, tampoco parece que ‘el expolio’ sea mayor que antes. Entonces, ¿a cuenta de qué?, ¿para tapar desastres de gestión?, ¿un ataque de mesianismo? Dicen que es porque con la crisis ha aumentado el independentismo, pero ya sería que todo entrase en solfa para aprovechar una coyuntura de apuros colectivos. No resulta convincente. Los soberanistas salen de marcha sin que haya nada nuevo bajo el sol. A sus solos impulsos.

Aquel soberanismo vasco y este independentismo catalán coinciden también en la sobrevaloración de las encuestas, en las que buscan su legitimidad. Aunque sean de aliento propio. En la década soberanista su uso fue exhaustivo. Oleada a oleada los vascos (y las vascas) parecían seguir en masa al tripartito, cabrearse con el Estatuto, pedir que el proceso ‘de paz’ continuara aun con tiros, apoyar derechos a decidir… Cualquier iniciativa gubernamental llegaba avalada por su encuesta, de resultados raros, distintos a la percepción común. Dio la impresión que se confeccionaban con preguntas formuladas ad hoc y sumando churras y merinas.

Este recurso protagoniza el caso catalán: se alega que el boom independentista en las encuestas provoca el giro catalanista. Ahora bien, el independentismo comenzó a subir en las encuestas cuando empezó a realizarlas un organismo dependiente de la Generalitat. Casualidad. ¿Habrá otro exceso de celo al formular las preguntas? Y hay una contradicción. Cuando se pregunta a los catalanes por sus preocupaciones no sale la imagen de un pueblo en ebullición nacionalista. El autogobierno no está entre sus principales desvelos. Figura muy por detrás del paro (41,6 %) y la economía (23 %) e incluso de los políticos (9,9 %). La financiación de Cataluña está en el 7,7 % y la relación entre Cataluña y España en el 7,6 %. Algo no encaja.

Pero la principal coincidencia entre el nacionalismo vasco de la pasada década y el catalán ahora es que ambos identifican soberanía con mejoría económica, haciéndola argumento central. Es el soberanismo del mejorestar.

Sucedió en el nacionalismo vasco, pese a su aparente desapego de las cuitas terrenales. Al principio, cuando Lizarra, el soberanismo era básicamente identitario, lo clásico: los vascos como pueblo aparte servían como toda justificación. Después la argumentación se fue haciendo más compleja. La asociación de autogobierno y bienestar ocupó un lugar cada vez más destacado. En 2005, cuando Ibarretxe defendió en el Congreso el Plan de su nombre, el principal argumento no fue nacional ni identitario. «En Euskadi queremos más autogobierno para vivir mejor». El bienestar como palanca política no se quedó ahí. En las autonómicas de 2009 era el discurso del PNV: «A mayor autogobierno, mayor bienestar». «Los vascos quieren autogobierno pleno para vivir mejor”, insistía su lehendakari.

Resulta verosímil que el peso del bienestar en la justificación soberanista fuese un efecto de las encuestas. Que al buscar apoyos para los proyectos ‘emancipadores’ los sondeos enlazaran autogobierno y satisfacción económica, hasta que la idea entró en el corpus argumental. Venía bien: la prosperidad podía ser banderín de enganche para los que no compartiesen las nociones identitarias, que ya estaban por la labor.

En el independentismo catalán el bienestar ocupa hoy el primer plano –sin que falte la pasión nacional–. Han de tener un Estado propio para mejorar la prosperidad, una vez que se quiten de encima a España, que dicen les succiona a impuestos. Llevan hasta el final la idea economicista. Es una forma rara de afirmarse nacionalmente y un argumento para caer mal, pues en el imaginario colectivo los países ricos son los que viven de los pobres y no al revés. Se entendería mejor al sur de Italia queriendo quitarse de encima a los del ricos del norte que a los norteños en la misma tesitura abandonando a los pobres para ser ellos más ricos. Pues eso. Mutatis mutandis.

Las coincidencias entre el soberanismo vasco de entonces y el independentismo catalán de ahora son más: el toque épico, el voluntarismo, la idea del gran momento histórico, la de que la desestabilización sale gratis o la identificación con el líder carismático.

En lo último se aprecian diferencias. Al lado de Artur Mas, Ibarretxe resultaba un fino diplomático florentino. Quién lo iba a decir. No echaba de golpe toda la carne en el asador, introducía apelaciones morales… Sería un raca raca, pero se contradecía menos que su imitador, que va y viene a la vez. En comparación con el nuestro, el jefe catalán da en rústico.

Manuel Montero, EL CORREO 17/11/12