Nacho Cardero-El Confidencial
Primero salvemos a las personas y luego, las empresas. Eso sí, tocando lo menos posible los PGE, en un momento en que parece legítimo, y lógico, tirar de déficit público
“Es el sueño de Podemos. No solamente revocan la reforma laboral, sino que las empresas tienen menos flexibilidad de la que tenían antes de la reforma. En tiempos de crisis, en los que para la supervivencia de las compañías se hace imprescindible darles capacidad de actuación, se establece el marco laboral más rígido de la democracia”, apunta un antiguo economista monclovita tras conocer las últimas medidas económicas del Ejecutivo.
Los despidos quedan prácticamente prohibidos, con grave riesgo de que se declaren nulos si se llevan a cabo; los ERTE se limitan en el tiempo y amenazan con sanciones ante cualquier error en la tramitación; los contratos temporales se extienden en el tiempo, aunque ya no sean necesarios, y las empresas deben asumir el coste de enviar a casa a los trabajadores, aunque se trate de una decisión gubernativa.
Las empresas se han convertido en los auténticos paganini de la crisis del Covid. Más que el Estado
Por si fuera poco, este martes se anunció la suspensión de los desahucios sin alternativa habitacional, la aplicación de la moratoria de las hipotecas a los créditos al consumo y la prohibición de cortes del suministro de gas y luz, entre otras medidas. Las empresas se han convertido en los auténticos paganini de la crisis del coronavirus. Mucho más que el Estado, reacio a inyectar liquidez al sistema por el qué dirán en Europa.
Entre los dos primeros reales decretos del Gobierno (RDL 7/2020 y RDL 8/2020) para hacer frente a la crisis del coronavirus y los tres últimos (RDL 9/2020, RDL 10/2020, más el que se anunció este martes), se ha producido un giro copernicano.
El Ejecutivo ha pasado de incrementar el menú de opciones para las empresas para garantizar su supervivencia durante la emergencia —plan de choque que llevaba el sello de Calviño—, a trasladar a estas mismas compañías el coste de las medidas tomadas por el Ejecutivo —un plan salido del magín del grupo de Unidas Podemos—.
Es como si cada real decreto hubiera sido confeccionado por un Gobierno distinto. Tan es así que las medidas se anulan unas a otras. Los últimos paquetes aprobados vacían de contenido los de dotación de liquidez promovidos originariamente por Calviño. Al abocar a muchas empresas al cierre, como los expertos vaticinan, no tiene sentido que dichas compañías pidan préstamos que irían, en parte, a pagar a trabajadores que se encuentran en casa.
Un ‘totum revolutum’ normativo que evidencia que no hay un solo Gobierno sino muchos, casi tantos como miembros se sientan a la mesa del Consejo de Ministros. Está el de Sánchez y Redondo, el de Iglesias y Montero, el de Calviño, el de Escrivá, el ala más socialista… Lo de Sánchez no es un Gobierno de coalición. Es un pandemónium.
El presidente del Gobierno se equivoca al comunicar las medidas antes de su aprobación. Es una temeridad con Unidas Podemos al lado
Pedro Sánchez se ha visto a rebufo de los acontecimientos, lo que luego le ha llevado a precipitarse y caer en la improvisación. El presidente del Gobierno se equivoca al comunicar las medidas antes de su aprobación. Es una temeridad con Unidas Podemos al lado.
En un acto que les honra, tres de los protagonistas de estas guerras intestinas, Iglesias, Calviño y Montero, salieron ayer a pedir perdón por el descontrol. Asumieron errores. Arguyen que el Gobierno tiene que legislar con celeridad para hacer frente a una pandemia de enorme gravedad y que va evolucionando, y ello hace que no siempre se respeten los protocolos de comunicación y coordinación. Pocas reuniones de Gabinete y en todas se han producido filtraciones y rectificaciones de anuncios previos. Y la opinión pública no está para divisiones. No las está habiendo en países como Alemania, Italia o Francia, y no debería haberlas en España.
En esta batalla ideológica que enfrenta a las distintas facciones, el vencedor es Unidas Podemos, que está empleando la excepcionalidad de la situación para imponer su programa de máximos y llevar a cabo su más anhelado y oscuro deseo: enterrar la reforma laboral de 2012 que tantos réditos ha dado a España. No la deroga. La hace añicos.
Además, con la excusa del poco margen presupuestario, ‘expropia’ las rentas empresariales haciéndoles asumir un coste que correspondería al sector público. El Estado, lejos de mojarse y dar oxígeno a unos empresarios que cuentan con los dedos los días que faltan para el fin del confinamiento, se acochina en tablas por miedo al déficit. Y se equivocan los que plantean el dilema en términos keynesianos o liberales. Las escuelas económicas clásicas no valen para el coronavirus. Tampoco la demagogia.