Ignacio Varela-El Confidencial

No hay un solo dato positivo o alentador para los naranjas en la encuesta que hoy publica El Confidencial. La estimación de IMOP sitúa a Cs en la quinta posición de los partidos nacionales

El 28 de abril, 4,1 millones de españoles votaron a Ciudadanos, que estuvo a punto de conquistar el objetivo de rebasar en votos al PP: solo un 0,8%, 217.000 votos y 9 escaños lo separaron del partido de Casado. Como le ha sucedido con excesiva frecuencia, aquel éxito se convirtió en un espejismo —uno más— que lo precipitó en el error. Con su gestión de los resultados de las municipales y autonómicas, resucitó a un PP que parecía herido de muerte y se autoclasificó como partido subalterno de la derecha española. Ahora se dispone a pagar la factura.

No hay un solo dato positivo o alentador para los naranjas en la encuesta que hoy publica El Confidencial. Quizá el peor es este: cuando se pregunta a quienes en abril apoyaron a Rivera qué es más probable que hagan el 10-N, solo un 44% responde que probablemente votarán al mismo partido. El 34% se inclina por elegir otra papeleta, el 16% por quedarse en su casa y el 6% restante no responde. Eso significa que, en el momento de hacerse la encuesta (hace escasamente tres días), 2,2 millones de votantes de Ciudadanos, más de la mitad, consideraban seriamente retirarle la confianza.

 

 
 La estimación de IMOP sitúa a Ciudadanos en la quinta posición de los partidos nacionales, empatado con Vox, por detrás de Unidas Podemos y a una distancia sideral de 9,3 puntos respecto al PP. Si hacemos caso a estos datos, lo que ahora se dilucida ya no es quién lidera a la derecha, sino qué partido, el de Rivera o el de Abascal, es el segundo de ese bloque.

Pese al notable avance del PP y la resistencia de Vox, el hundimiento de Ciudadanos rompe el empate entre bloques de abril a favor de la izquierda. En la pregunta expresa de intención de voto se repite la cifra ominosa: solo un 45% de sus votantes se mantienen fieles. Ciudadanos es, de lejos, el partido que más electores entrega a la abstención, el que tiene la posición electoral más frágil y aquel en el que se manifiesta con mayor intensidad el malestar por lo ocurrido en los últimos meses.

Sus votantes huyen en todas las direcciones y nutren a todos sus adversarios. Partiendo de la actual estimación de participación (un 65,7% que, lógicamente, subirá a medida que se aproxime la votación) y compensando en cada caso los votos que se entregan con los que se reciben, Ciudadanos perdería 382.000 votos hacia el PP, 322.000 hacia el PSOE, 186.000 hacia Vox y 129.000 hacia Más País. Una diáspora abrumadora que no reconoce fronteras ideológicas: cerca de 600.000 votos emigrarían hacia los otros dos partidos de la derecha y 450.000 hacia la izquierda de Sánchez y Errejón. De hecho, todo el tráfico entre bloques se debe a la sangría por su izquierda del partido de Rivera.

Es asombroso que un partido sufra una debacle de este tamaño en cinco meses, sin haberse producido un suceso traumático que lo deslegitime fulminantemente. El PSOE y el PP también perdieron en su día a la mitad de sus votantes, pero tardaron años en vaciarse, tocaron fondo y ahora ambos han iniciado la recuperación. De hecho, sin la escisión de Vox el PP estaría ya en condiciones de disputar al PSOE la victoria en votos y de superarle en escaños. Podemos va por el mismo camino (21% en 2016 y 12% en esta encuesta), pero despeñarse le ha tomado tres años y por el camino ha sufrido la pérdida de varias confluencias y la escisión de Errejón.

La cosa es aún más grave si recordamos que hace apenas año y medio, inmediatamente antes de la moción de censura, Ciudadanos lideraba destacadamente todas las encuestas de voto con porcentajes próximos al 28%. 17 puntos de caída en 17 meses merecen una profunda reconsideración. Como mínimo, puede decirse que la sociedad no ha entendido la trayectoria de Ciudadanos en los últimos tiempos.

Por otras encuestas sabemos que, tras las elecciones de abril, una parte importante de los votantes de Ciudadanos habrían visto con buenos ojos un acuerdo de gobierno con el PSOE. Se les dijo que tal cosa era imposible porque Pedro Sánchez representa la suma de todos los males sin mezcla de bien alguno, un enemigo jurado de la Constitución y de la patria, y que la prioridad nacional, por encima de cualquier otra, era desalojarlo de la Moncloa, asumiendo para ello los meses de bloqueo que fueran necesarios, incluida la repetición de las elecciones.

En consonancia con ese discurso, tras la investidura fallida de Sánchez muchos votantes de Ciudadanos creyeron —y así lo expresaron en las encuestas— que lo patriótico y responsable era concertarse con el PP (con el que se acababan de acordar todos los gobiernos autonómicos y municipales) para mejor servir al fin supremo de derrotar a Sánchez y acabar así con el poder del ‘maligno’. Se les dijo que tal cosa tampoco era posible, esta vez sin demasiadas explicaciones salvo confusos recordatorios sobre la corrupción (que no había sido ningún inconveniente para repartirse antros de latrocinio como Madrid y Castilla y León).

Da la impresión de que Rivera ha caído en el peor síndrome del político con una sobredosis de táctica en la cabeza: pedir los votos… para tener más votos

El resumen es que, en estos meses, Ciudadanos se ha convertido en la imagen perfecta del perro del hortelano. Ni ha querido contribuir a formar un gobierno posible (PSOE + Cs = 180) por rechazo a Sánchez, ni se ha prestado a construir una alternativa de Gobierno para echar a Sánchez. En un país con un problema crónico de gobernabilidad —que es lo que ha conducido a estas elecciones—, la pregunta es inevitable: entonces, ¿para qué sirve ese partido?

Da la impresión de que Rivera ha caído en el peor síndrome del político con una sobredosis de táctica en la cabeza: pedir los votos… para tener más votos. La eterna y absurda fantasía de que los ciudadanos votan a las estrategias, como si todos fueran tertulianos o politólogos. En el caso de Ciudadanos, se trata además de un electorado cuyos lazos de fidelidad con el partido al que votan son muy tenues, ideológicamente híbrido y con un gran sentido práctico del voto. Por eso Casado le viene comiendo las dos tostadas: la de la gobernabilidad y la de la oposición.

A la vista de lo que sucedió ayer, Rivera parece haberse percatado finalmente de que por ese boquete en el casco se le va la vida a chorros, y se ha puesto apresuradamente a la tarea de hacerse de nuevo útil, regresar al producto original y dar un sentido práctico, y no meramente especulativo o contable, a los votos que reciba el 10 de noviembre. Imaginen si ese mismo discurso se hubiera pronunciado hace diez meses, antes de echarse al monte. Está por ver si llega a tiempo para, al menos, salir de esta corrida por su propio pie.