Jesús Cacho-Vospópuli

Perplejidad en las filas del PSOE. Los Ábalos de turno hacen su particular relato de lo ocurrido en los últimos meses. Conseguimos movilizar a la izquierda cara al 28 de abril enarbolando la bandera del miedo a la extrema derecha. Ganamos las elecciones. Pablo Iglesias se bajó los pantalones hasta más allá de los tobillos y ni aun así consentimos en hacer ese Gobierno de izquierdas que nos pedían quienes nos votaron, la mayoría de los cuales están ahora muy enfadados y, lo que es peor, convencidos de que el responsable del fiasco se llama Pedro Sánchez, seducido desde la misma noche electoral por la idea de volver a las urnas para mejorar posiciones. De modo que va a ser difícil movilizar de nuevo a la parroquia, lo que explica la falta de tensión que se advierte en las agrupaciones socialistas. Todos agachan la cabeza ante el “jefe”, dispuestos a descargar su frustración sobre el blanco fácil de un Iván Redondo al que acusan de haber embarcado al partido en la aventura insensata de la repetición electoral, de ser un mero producto del marketing y, además, de estar aprovechando su posición en Moncloa para labrarse un futuro como consultor tras el sanchismo. Nadie parece reparar en el papel del gurú demoscópico de Sánchez, José Félix Tezanos, auténtico responsable en la sombra de la repetición electoral.

Horas después de que el pasado 18 de noviembre este diario publicara que Redondo se había “caído” del comité electoral del PSOE, el partido se movilizó para aclarar que, aunque su nombre no figurara en el listado correspondiente, el “favorito” seguía coordinando la campaña y participando en las reuniones del comité reducido que toma las decisiones estratégicas. Un telefonazo personal de Sánchez había devuelto a su Godoy al trono. Trabajo por delante tiene. El voto socialista parece haberse parado en las encuestas, mientras el de Podemos se mantiene sensiblemente estable, apenas con ligeros retrocesos. Ir por lana y volver trasquilado. ¿Y cómo ha recibido la amenaza Pedro el Grande? Emprendiendo una espectacular pirueta discursiva, que no ideológica, para presentarse ante el electorado como el campeón del españolismo, el Santiago y cierra España de la unidad nacional amenazada por el separatismo catalán. “Ahora, España”. Antes no, y después ya veremos. En la mejor tradición del “OTAN, de entrada no” del compañero Felipe. Un ejercicio de travestismo que tiene a muchos ciudadanos sumidos en un pasmo del que no logran recuperarse. “Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras”.

Se trata de pescar votos por el centro, particularmente en el caladero de Ciudadanos (Cs), puesto que en esa izquierda que le ha tomado la matrícula hay poco que rascar

Se trata de pescar votos por el centro, particularmente en el caladero de Ciudadanos (Cs), puesto que en esa izquierda que le ha tomado la matrícula hay poco que rascar. Nadie duda de su cuajo para imponer un 155 mucho más drástico que el endosado en su día por el pastueño Mariano Rajoy si ello le sirviera para salvar con holgura el listón del 10 de noviembre. El andamiaje discursivo del presidente en funciones, empero, tiene su talón de Aquiles en ese PSC de Miquel Iceta a quien debe casi todo lo que hoy es. Y es Iceta, un tipo capaz de levantarse independentista y acostarse constitucionalista sin despeinarse, quien marca la política socialista en Cataluña. Ello por no mentar lo ocurrido en Navarra y en otros lugares. De modo que “España, ahora”, sí, pero donde se pueda, porque no se puede en Cataluña, ni en Navarra, ni en País Vasco, ni en Baleares

 Cataluña, he ahí el problema, una de las piedras en el camino no solo de Sánchez, que desde luego, sino en el de todos los españoles que aspiran a continuar viviendo en una democracia con igualdad de derechos. El segundo aniversario del referéndum del 1-O ha puesto al descubierto las costuras rotas del movimiento separatista. Su debilidad. Todas las sociedades 2.0 son cobardes por naturaleza, si bien la catalana lo es muy especialmente. El separatismo funcionó mientras fue percibido como el depositario único del poder, todo el poder, por incomparecencia dolosa del Estado. Cuando esa percepción se rompe, cuando se constata que existe un Estado de verdad dispuesto a utilizar su fuerza legítima para oponerse a sus planes, y que esa fuerza siempre será superior a la suya, entonces el fervor multitudinario cede el paso a la precaución y el miedo. Dicho lo cual, se engañaría quien imaginara que el Movimiento está muerto. La crisis afecta fundamentalmente a aquella burguesía que se dejó embarcar en la chalupa agujereada de Mas, pero sus restos se han radicalizado y se han hecho fuertes en posiciones de extrema izquierda. Se ha hecho, por tanto, más peligroso. La verdadera prueba de fuego, con todo, tendrá lugar tras la publicación de la esperada sentencia de los líderes del ‘procés’. Lo que ocurra esos días tendrá una influencia directa en los resultados del 10 de noviembre y, naturalmente, mucho más allá.

El fantasma de una nueva recesión

El otro gran problema es la economía. El fantasma de la crisis llama de nuevo a las puertas de un país que aún tiene muy presente los estragos causados por la gran recesión de 2008. La situación se ha deteriorado rápidamente por un cúmulo de circunstancias que están en la mente de todos. Si el consenso de los economistas estaba fijado en un crecimiento del 2,4% para este año, el Banco de España (BdE) lo ha dejado ya reducido a un 2%, y es muy posible que el resultado final quede por debajo de esa cifra. Los optimistas hablan de un crecimiento del 1,5% “como mucho” para 2020, con el fantasma de una nueva crisis asomando en el horizonte de 2021 cuya profundidad dependerá de la existencia, cuanto antes mejor, de un Gobierno estable, capaz de dar respuesta institucional a las demandas de una economía que no conoce una sola reforma de importancia desde hace mucho tiempo. Se ha perdido un tiempo precioso en la discusión galgos-podencos que ha tenido ocupada a nuestra clase política, aunque la cosa podría haber sido peor, mucho peor, de haberse materializado ese Gobierno de coalición PSOE-Podemos con las 370 medidas planteadas en su día por Sánchez como última oferta a Iglesias, medidas propias de un botarate populista dispuesto a tirar del gasto público financiado con subidas de impuestos a todo hijo de vecino. Salvados por la campana.

La cosa podría haber sido mucho peor de haberse materializado ese Gobierno de coalición con las 370 medidas planteadas en su día por Sánchez como última oferta a Iglesias

A estas alturas caben pocas dudas de que el Gobierno que salga de las generales del 10-N, sea del signo que sea, se verá obligado a adoptar medidas de ajuste en no pocas partidas del gasto. Porque la situación de un país que todos los años necesita salir al mercado para endeudarse en cerca de 40.000 millones simplemente para mantener su maquinaria en funcionamiento es insostenible incluso con tipos de interés como los actuales. “Cuando una persona o empresa gasta más de lo que gana, quiebra. Cuando un gobierno gasta más de lo que gana, te envía la cuenta” que dijo Reagan. Hablamos de un país con un déficit que mañana mismo el BdE podría elevar hasta el 2,6% a final de año, por encima del guarismo pactado amablemente con Bruselas, un país que se ha mostrado incapaz de acabar con ese desfase incluso tras años de crecimiento del PIB en el entorno del 3% y más. Como parece imposible imaginar un Gobierno Sánchez cogiendo el toro de ese ajuste por los cuernos tras el 10-N con la ayuda de Iglesias y su Podemos, solo cabe suponer algún tipo de pacto PSOE-PP o PSOE-Ciudadanos capaz de poner fin al bloqueo actual y hacer viable un Gobierno encargado de hacer frente al tsunami que se avecina.

Solo cabe suponer algún tipo de pacto PSOE-PP o PSOE-Ciudadanos capaz de poner fin al bloqueo actual y hacer viable un Gobierno encargado de hacer frente al tsunami que se avecina

 
Albert Rivera sorprendió ayer al personal en el auditorio de Mutua Madrileña al dar por finiquitado su “no” a Sánchez. “España en Marcha” es el nuevo eslogan de Cs. “Españoles con futuro / y españoles que, por serlo, / aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno”, que dice un verso del “España en marcha” de Gabriel Celaya. El argumento, sencillo, pivota sobre la necesidad de evitar unas nuevas elecciones en la primavera de 2020, que serían las quintas, y sobre la urgencia de acometer una serie de reformas –las pensiones, por ejemplo- que están en la mente de todos y que el partido naranja se ofrece a abordar preferentemente con el PP o, en su caso, con el PSOE. Buen golpe de timón. Está por ver el precio que paga Cs en las urnas por haberse negado a resolverle a Pedro el problema de Pedro, como en los últimos meses le han exigido con violencia mediática inusitada desde los cuatro puntos cardinales. Cs y su orfandad mediática. Como apuntan las encuestas en el caso de Podemos, no parece, con todo, que el “castigo” vaya a ser excesivo, entre otras cosas porque, al margen de esa condición de Guadiana que le caracteriza, lo único que ha hecho Rivera ha sido ser fiel al compromiso anunciado mucho antes de 28 de abril de no pactar con Sánchez en ningún caso. Lo que sí parece claro es que la suma PSOE-Cs no será suficiente para sostener un Gobierno Sánchez a partir del 3 de diciembre.

Hacia la “gran coalición” que apoya el marianismo

Queda el PP. El zangolotino Rajoy lo dejó claro el viernes en La Toja donde, con Felipe González como compañero de tertulia, se mostró partidario de una “gran coalición” (sic) entre PSOE y PP tras las generales. No deja de tener su aquel que el gallego borrachín que fue capaz de refugiarse en el Arahy la tarde noche del 31 de mayo del 18 dejando sobre el escaño la muesca inerte del bolso de la señorita Pepis, se presente ahora como salvador del desastre por él mismo creado. Su desvergüenza roza lo inaudito. De la misma opinión es Núñez Feijóo, presidente de la Junta de Galicia, y otros muchos que tuvieron mando en plaza en la derecha hasta la moción de censura. El marianismo se ha puesto otra vez en marcha, y las presiones sobre Pablo Casado, naturalmente empresariales, van a ir en aumento en las próximas semanas. Marianismo y sanchismo coinciden en algo capital: en la oportunidad que las urnas ofrecen de reducir a Cs y Podemos a la mínima expresión, volviendo a entronizar a ese viejo bipartidismo (“tú ándate siempre de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas y guarda el coño”, de acuerdo con el consejo que un moribundo Alfonso XII dio a la reina María Cristina) que creímos muerto. La operación coexiste con un corrimiento hacia posiciones más centradas que, con mayor discreción que Sánchez, ha emprendido en las últimas semanas el palentino, estableciendo un cortafuegos con Aznar y los suyos.

Lo que sí parece claro es que la suma PSOE-Cs no será suficiente para sostener un Gobierno Sánchez a partir del 3 de diciembre

Las presiones sobre Casado no cejan dentro del propio PP. El argumento es el esgrimido ayer por Rivera: la necesidad de evitar una quinta llamada a las urnas, hipótesis inaceptable, con el país en puertas de una nueva y quizá brutal crisis económica. En Génova existe la sensación, travestida de rumor, de que gente de ambos partidos está ya hablando sobre el día siguiente, es decir, sobre qué hacer el 11 de noviembre. Pero acudir en plan Cuerpo de Bomberos a apagar el incendio provocado por un ambicioso irresponsable sin más norte que su propio ego, es una operación de alto riesgo para el joven líder popular. Una vulgar encerrona, en la que Casado se juega mucho. Por el riesgo de quemarse en esa operación de socorro de cuyo éxito Sánchez podría ser el único beneficiario, y por la eventualidad de dejar al descubierto el flanco de Vox, y sobre todo de un Ciudadanos que con Rivera al frente sigue soñando, a expensas de lo que resulte el 10-N, con desplazar al PP de la hegemonía del centro derecha. Nadie concibe un apoyo, en todo caso, que vaya más allá de la abstención para asegurar la elección del socialista como presidente, y de asumir el peaje de garantizarle también los PGE de 2020. Demasiado, en todo caso, para un hombre que está aún lejos de haber reconstruido los pilares de esa fortaleza que el irresponsable Rajoy redujo a escombros.