José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • Kepa Aulestia relata el infierno del periodismo vasco en los años de ETA. Y aparece en su libro la portavoz de Bildu, que este superjueves será protagonista en el Congreso

Kepa Aulestia es uno de los analistas más sutiles y ecuánimes de la realidad política vasca. Lo ha sido en los momentos más difíciles y lo es ahora en tiempos que son livianos. Sus columnas en El Correo aportan lo que nuestra tierra necesita: sensatez, sentido común y comedimiento. Aulestia, que procede del mundo nacionalista, acaba de publicar un libro que se echaba en falta: ETA contra la prensa. Qué significó resistir (Editorial Fundación Ramón Rubial y Catarata). Es un ensayo histórico para ser leído, porque no soporta un resumen. Sin embargo, creo que ofrece algunos episodios que dan la medida de una obra trabajada con documentación y vivencia, bien estructurada y narrada con exhaustividad. 

Hace unos días, expresaba a un ministro del Gobierno mi invencible repugnancia a la persona de Aizpurua. Enalteció el terrorismo etarra (fue condenada por ello en 1986) y nos señaló para intimidarnos. Lo consiguió a veces; otras no. Pero es insufrible observar que aquella mujer sin entrañas sea hoy una adalid de los derechos humanos y sociales en la tribuna del Congreso. Y que, como sucedió el pasado martes, se jacte de un acuerdo presupuestario con el Gobierno concretado en 10 puntos, uno de ellos, la sustitución en Navarra de la Guardia Civil por la Policía foral.

Aulestia no se priva de recordar, sirviendo a la verdad, que cuando los criminales asesinaron en 2001 al director financiero de El Diario Vasco de San Sebastián, Santiago Oleaga, un hombre trabajador, recto y profesional, Aizpurua, al alimón con Martxelo Otamendi, realizó una entrevista a la dirección de la banda. Reproduzco los términos de las preguntas y de las repuestas según las recoge el autor de la obra (página 37): 

“—¿Las acciones contra los medios de comunicación y periodistas no vulneran gravemente la libertad de expresión? 

—No, en nuestra opinión, no vulneran la libertad de expresión. Al contrario: actuando contra los pseudoperiodistas y los medios de comunicación que se muestran a favor de la opresión en Euskal Herria se ganan espacios para la libertad de expresión (…)

—¿Por qué son objetivo?

—Son asalariados de un Estado y de unas fuerzas armadas extranjeras, disfrazados de periodistas. Trabajan coco con codo, no respetan la deontología periodística, promueven la guerra. No hay más que leer los editoriales de El Correo Español y El Diario Vasco para comprobar la función que cumplen en Euskal Herria. No quieren la paz. 

—Santiago Oleaga no escribía editoriales.

—Era miembro de la estructura que establece la línea editorial de El Diario Vasco”.

La interlocutora de los criminales que proferían esas barbaridades era la actual portavoz parlamentaria de Bildu en el Congreso de los Diputados. Nótese que para Aizpurua los asesinatos eran acciones y las víctimas objetivos. Kepa Aulestia arroja este fogonazo de luz para demostrar cómo hubo cómplices de ETA, cómodamente instalados en una normalidad que consistía en hacer la vida imposible a los periodistas vascos que nunca —lo dice el autor— nos avenimos a doblegarnos a los propósitos de la banda. 

Aulestia no se olvida de la doble victimización de los que tuvimos que marcharnos de nuestra tierra por personajes como Aizpurua y otros 

El relato de Aulestia es impresionante incluso para los que lo vivimos porque, por autodefensa más que por olvido, diluimos aquel espanto en el hondón más profundo de nuestros recuerdos. Pero como el autor es un tipo de gran sensibilidad, además de recordar a los asesinados uno por uno, de señalar la divisoria entre aquellos que hostigaban y los otros que sufríamos esa macabra hostilidad, que describe con justeza cómo se resistió, no se olvida de la doble victimización de los que tuvimos que marcharnos de nuestra tierra por personajes como Aizpurua y otros. 

Copio un retrato psicológico de los transterrados vascos que Aulestia logra desentrañar magistralmente: 

“Los periodistas [aquí cita nombres que eludo para no personalizar la reflexión de fondo] se vieron obligados a abandonar Euskadi para refugiarse en Madrid (…) No es cierto que decidieran libremente irse, que tuvieran igual posibilidad de no hacerlo. En primer lugar, atendieron a indicaciones de los responsables de Interior del Gobierno vasco y del Ejecutivo central. Su integridad personal estaba en muy serio riesgo y no había posibilidad alguna de garantizársela realizando una vida medianamente normal, tanto en lo personal como en lo profesional”.

Y añade: “La sola perspectiva de abandonar Euskadi se convertía automáticamente en una doble victimización. La insidia formaba parte de la amenaza de una manera tan sutil como cruel. Si se quedaban tendrían que vivir escoltados permanentemente (…) El efecto de una amenaza cierta era demoledor en todos los órdenes. Paradójicamente, también se resentían las relaciones con las respectivas empresas periodísticas que encontraban dificultades para hacer frente a semejante crisis de manera suficientemente satisfactoria para los afectados directos (…) Si se marchaban fuera se sabría, y hasta personas cercanas, del mismo grupo de amigos o del trabajo, murmurarían sobre hasta qué punto habían aprovechado la oportunidad de cambiar de aires y medrar profesionalmente como perseguido. En esto consiste el cerco de ETA. En colocar su nombre sobre la diana mediante diversas señales de que había sido condenado a su muerte y, al mismo tiempo, desentenderse de la amenaza mientras se corría la voz de que en realidad igual no era para tanto”. 

Que pacten, allá ellos y su conciencia, pero que al menos exijan una negociadora que no sea de la catadura de Mertxe Aizpurua 

Aulestia clava lo que ocurrió. Y efectivamente, “resistir significó evitar que la inquietud embargara la redacción en una suerte de duelo previo. Alarmar lo justo enrabietándose también lo justo. Recurrir al voluntarismo alegando que al final se impondría la palabra, aunque no se supiera cuándo (…)”. Y añado: resistir fue soportar a Aizpurua y otros muchos como ella. Por eso, los periodistas debieran hacerse con este libro y los parlamentarios llevarlo leído al pleno del Congreso cuando la periodista Aizpurua apele a los derechos humanos y sociales. Por fortuna, vivimos para contarlo. Otros —un homenaje a ellos— lo pagaron con su vida: de Javier Ybarra a José Luis López de la Calle. 

Quizá muchos socialistas de este PSOE de Sánchez nos entiendan mejor cuando atribuimos a Sortu su falta de pudor: en este superjueves, Aizpurua, como cara visible de Bildu, será muy protagonista: votará favorablemente los presupuestos y la reforma del Código Penal después de un acuerdo de “calado” (sic) de 10 puntos con el Gobierno. Que pacten, allá ellos y su conciencia, pero que al menos exijan una negociadora que no sea de la catadura de Mertxe Aizpurua.