Rubén Amón-El Confidencial

  • El presidente ha maltratado a sus socios de gobierno hasta descabezarlos, pero también los reanima para alumbrar los presupuestos y para intentar renovar la legislatura

El problema es la dosis. O cómo envenenar a tus aliados sin provocarles la agonía. Contar con ellos y despreciarlos a la vez. Jibarizarlos, pero sin llegar al extremo de extinguirlos. Así se relaciona Sánchez con Unidas Podemos. Someterlos cuando crecen. Estimularlos cuando desfallecen. 

Lo demuestra el caso de Montero. Hubiera sido tentador utilizar a los ministros y los rapsodas del régimen con el objetivo definitivo de sepultarla, pero ha prevalecido la decisión de indultarla. Más cerca estaba del hundimiento, más Pedro Sánchez se ha esforzado en socorrerla del cadalso.

Y no solo por eludir la tentación del encarnizamiento, sino porque el presidente del Gobierno intenta proteger la ley del solo sí es sí recurriendo al criterio unificador del Supremo y a la sumisión de la Fiscalía, de tal manera que el espesor institucional redima la logorrea de Montero y preserve la reputación del Ejecutivo en un expediente de extrema alarma social/electoral. 

El error de Montero no ha consistido en promover una ley que se bendijo en el Consejo de Ministros y que fue ungida en el Parlamento con un amplísimo consenso, sino en socavar la credibilidad de los jueces, simplificarlos a la categoría de machistas y de fachas, cuestionar el Estado de derecho. 

Se exige la dimisión de la ministra de Igualdad, pero Sánchez no puede llegar tan lejos sin fracturar la coalición ni sabotear él mismo con decisiones maximalistas ni calenturas la inminente aprobación de los presupuestos.

El líder socialista lidera un Gobierno de zombis. Él mismo expone síntomas de vida en la mortalidad —o al revés—, pero la expectativa de la victoria en las próximas legislativas no solo requiere entregarse al chantaje del soberanismo —el punto de apoyo que no tiene Feijóo—, sino mantener en adecuadas condiciones de salud la coalición gubernamental. 

De otro modo, la gran fractura de la izquierda a la que asistimos en directo —Pablo contra Yolanda, el PSOE contra Podemos, Yolanda contra Pablo— tanto puede conducir a la desmovilización de los votantes como amenaza la estabilidad política de Sánchez. Necesita el patrón monclovense una estructura parlamentaria en la que apoyarse más allá de los números socialistas. Porque decae el peso de la marca de Ferraz. Y porque el hundimiento de la izquierda de la izquierda en una batalla de caudillos perjudica seriamente las opciones aritméticas de renovar la legislatura.

Sánchez ha deparado a Unidas Podemos un tratamiento humillante y vejatorio. Tanto los ha discriminado de los grandes proyectos —reforma laboral, política exterior, vivienda, pensiones, defensa…— como ha contemplado desde la barrera la agonía de Pablo Iglesias y la rebelión de Yolanda Díaz. Se pelean entre sí los delfines. Se consume en el fuego la candidatura de Irene Montero. Y se confía Sánchez a la expectativa de atraer para sí al votante centrista o moderado que recela de Núñez Feijóo y que abjura de las injerencias populistas de Isabel Díaz Ayuso. 

El problema es que Sánchez ha llevado demasiado lejos el maltrato a sus socios. Tanto los ha desnutrido y fagocitado que difícilmente pueden reaccionar ahora a las terapias de reanimación. No digamos si las elecciones autonómicas y municipales de primavera exteriorizan el hundimiento de la marca morada. Lo está deseando Yolanda Díaz para erigirse ella misma en redentora, pero no resulta nada claro que la vicepresidenta del Gobierno pueda cuajar como el trampolín que necesita Sánchez para alcanzar el umbral de los 176 diputados en la próxima investidura.

La ducha escocesa tiene que administrarse con prudencia y criterio. Sánchez es un experto en la disciplina. Ha demostrado una extraordinaria cualificación en la alternancia del calor y del frío, pero la incredulidad y agotamiento de Unidas Podemos demuestran que el presidente del Gobierno ha abusado de la temperatura con el riesgo de chamuscarse él mismo. 

Hablamos del medio plazo, porque el corto plazo ha puesto en evidencia la capacidad de adaptación de Sánchez a las emergencias coyunturales. La holgura con que el Parlamento apoya los presupuestos es el reflejo de la postración al chantaje del soberanismo —de Bildu a ERC, del PNV al PDeCAT— y la prueba de las tragaderas de Unidas Podemos, pero así como el nacionalismo representa una alianza inquebrantable —e inasequible a Feijóo—, el proceso de descomposición a la izquierda de la izquierda puede malograr el futuro de Sánchez por haberla dinamitado él mismo.