Alberto Ayala-El Correo
Esquerra Republicana (ERC) acaricia un sueño desde la restauración de las libertades democráticas en nuestro país: ser la fuerza política de referencia de Cataluña. La que gobierna las principales instituciones de aquella comunidad y el interlocutor en Madrid. Una suerte de PNV a la catalana, pero de izquierdas. Pujol y CiU impidieron que el sueño se hiciera realidad. Cuando el pujolismo amenazaba ruina cercado por los escándalos de corrupción, la postconvergencia lograba salvar los muebles, primero con Mas y luego con Puigdemont, envolviéndose deprisa y corriendo en la bandera independentista y dando inicio al fallido ‘procés’. Hoy el sueño republicano parece más al alcance de su mano que nunca. El histórico partido ha ganado este año las municipales y las dos elecciones generales que se han celebrado. El 10-N, dejándose dos escaños mientras JxCat ganaba uno y la CUP se estrenaba en este tipo de comicios con dos.
Las encuestas vaticinan que ERC tiene casi todos los boletos para imponerse también en las autonómicas que se calcula podrían celebrarse antes del próximo verano. Sólo un error, una equivocación importante podrían evitarlo. Y en la dirección republicana han aparecido los nervios y las dudas. ERC concentra todas las miradas porque tiene en su mano decidir si España tendrá por vez primera desde la Segunda República un Gobierno de coalición de izquierdas PSOE-Unidas Podemos.
La formación catalana prefiere ese Ejecutivo a cualquier otro. Pero con su líder, Oriol Junqueras, en la cárcel condenado a 13 años por sedición y malversación, debe conseguir de Pedro Sánchez contrapartidas suficientes para no ser acusado de traidor por el resto del movimiento secesionista.
Pedro Sánchez puede aceptar una mesa de diálogo en la que se hable de todo, pero ni la autodeterminación ni la amnistía pueden ser objeto de pacto. Porque hoy por hoy son inconstitucionales y aunque alguien quisiera modificar la carta Magna la actual composición del Congreso lo hace imposible. ¿Será suficiente?
Gabriel Rufián ya fue tildado de ‘botifler'(traidor) por algunos de los manifestantes que incendiaron el centro de Barcelona tras el fallo del Supremo. La postconvergencia no se lo pondrá fácil. Aún no ha olvidado ni las fortísimas presiones de Marta Rovira ni el tuit de las 155 monedas de plata de Rufián que llevaron a Puigdemont a cambiar de opinión ‘in extremis’ y olvidar la convocatoria anticipada de elecciones, lo que significó la intervención de Cataluña en aplicación del 155.
Hay tembleque, se dice, en la cúpula de ERC. Apuesten a que la balanza terminará de inclinarla el preso Oriol Junqueras desde su celda en Lledoners.