El tercer partido

KEPA AULESTIA, EL CORREO 09/02/13

· El congreso de los socialistas vascos corre el riesgo de volverse intrascendente.

El congreso que entre hoy y mañana celebrará el PSEEE asomaba como un cónclave difícil que los socialistas vascos parecen haber convertido en un trámite demasiado fácil. El riesgo que corre el encuentro es que se vuelva intrascendente, no ya para la opinión pública, también para los afiliados y los votantes más entusiastas del socialismo en Euskadi. Sus dirigentes han eludido una catarsis congresual por temor a la autodestrucción a que podría conducir un debate abierto a la refundación. Pero al constreñir las ponencias a un continuismo inercial, con algunas modificaciones en el reglamento interno, impiden que la ‘asamblea de delegados’ actúe de plataforma de lanzamiento de un partido que durante casi cuatro años se ha visto empotrado en el poder autonómico. Ha vuelto a la intemperie de la oposición aquí cuando el PSOE no acaba de encontrar su sitio en España, con menos presencia institucional que nunca en las tres últimas décadas. Los socialistas vascos se han visto en la necesidad de convencerse de que todo lo han hecho bien. Si acaso, recurren al escapismo de alegar que les ha faltado comunicarlo mejor. Lo único que admiten es la descarnada paradoja de haber recurrido al apoyo del PP con el objetivo de hacer posible un cambio, primero democrático y después de izquierdas, para concluir que ese entendimiento no fue asumido del todo por sus bases.

El PSE-EE es la tercera formación de las cuatro relevantes. No se trata de una situación pasajera en una sociedad profundamente conservadora en cuanto a sus inclinaciones partidarias. Lo más probable es que continúe ocupando esa posición durante años. La vindicación del tiempo en que Patxi López fue lehendakari tampoco ayuda a imaginar cómo un socialista podría regresar a la presidencia del Gobierno vasco. El actual panorama vasco, en plena crisis económica, no concede a ninguna formación –tampoco al PNV– el poder suficiente como para trazar una estrategia que vaya más allá de optimizar las oportunidades que se le presenten. Pero cuando un partido se ve apeado del gobierno de las instituciones –y el PSE-EE nunca fue tan marginal– le resulta imposible desarrollar una política distinta a la de la pervivencia en un «contexto claramente adverso».

Los socialistas vascos no tienen más remedio que volcar sus esperanzas en que en el conjunto de España se produzca un cambio de tendencia electoral y al PSOE se le entreabran las puertas de un eventual regreso a La Moncloa. Dicho de otro modo, los actuales dirigentes del PSE-EE cifran sus expectativas en que el desgaste que padece el Partido Popular por efecto de una crisis de confianza que Rajoy había imputado a Zapatero y por las sombras de la corrupción que se ciernen sobre Génova invierta los papeles. Visto de otro ángulo, que la derecha se desmembre antes de que lo haga la izquierda socialdemócrata. Pero a diferencia de la parsimonia con la que el PP de Rajoy pudo asistir al paulatino declive socialista, el PSOE de Rubalcaba se enfrenta a una carrera a contrarreloj: necesita que el deterioro de la anuencia popular se acelere antes de que Cataluña emprenda el viaje soberanista y de que la desafección hacia la política partidaria desbarate el tablero dominado por el bipartidismo.

Cuando el PSOE perdió estrepitosamente las elecciones generales de noviembre de 2011, los socialistas vascos experimentaron la engañosa sensación de constituir uno de sus últimos bastiones en el poder. Hoy todos los vascos socialistas atisban infinitamente más cercano el regreso de uno de los suyos a La Moncloa que a Ajuria Enea. Porque aunque algunos dirigentes del PSEEE depositen sus esperanzas en la maduración del entendimiento con la izquierda abertzale, en la

paulatina superación del abismo ético que separa a las víctimas de los victimarios, cuando eso se produzca es probable que el PSOE haya vuelto a La Moncloa –o acaricie con visos de realidad tal perspectiva– y que el nacionalismo soberanista se haya desentumecido en Euskadi.

Los congresos partidarios invitan siempre a sus protagonistas a evadirse de los problemas políticos a los que debieran enfrentarse de cara para divagar sobre lo divino y, al mismo tiempo, conceder al voluntarismo militante la oportunidad de librarse de la melancolía entablando un debate sobre la renovación entre la hipocresía y la demagogia. Los partidos en la oposición eluden plantearse las preguntas que pueden y deben responder, porque eso resulta más comprometido que dejarse llevar a la deriva de los acontecimientos.

Los socialistas pueden especular sobre las oportunidades que les brinda una sociedad sometida al embate continuado de la crisis, soñando con que devolverá su identidad a la izquierda institucionalizada. Pero el PSE-EE tiene ante sí un interrogante imposible de soslayar, aunque evite afrontarlo expresamente en la liturgia congresual: su respuesta a la ‘geometría variable’ por la que ha optado el PNV. Puede dejarse llevar por la eventualidad de coincidir en unos temas y discrepar en otros, de aliarse en unas instituciones y enfrentarse en otras con el partido de Urkullu y Ortúzar, a la espera de que Sabin Etxea se decante alguna vez por un socio preferente. O puede temer que ese día no llegue nunca durante lo que resta de legislatura y encarecer el precio del ‘tercer partido’ con un programa de condiciones y con un catálogo de reservas que, inevitablemente, le harían perder cintura en el regate en corto.

Los socialistas vascos saben de las dificultades para reeditar el entendimiento histórico con el PNV –cuya vigencia pasada habría que discutir– y de los problemas para entrelazar un pacto duradero con la izquierda abertzale que se proponga desplazar a los jeltzales del poder. Pero corren el riesgo de que les lleve la corriente si evitan adoptar una decisión al respecto. La carencia de un horizonte propio les deja a merced de una política de circunstancias.

KEPA AULESTIA, EL CORREO 09/02/13