ABC 14/04/15
EDITORIAL
· Ignorada de manera interesada, temeraria e insolidaria por la Generalitat catalana, la amenaza del terrorismo yihadista afecta a los países de las dos orillas
LA reunión de ministros de Exteriores de los países de la cuenca del Mediterráneo celebrada ayer en Barcelona no podía ser más oportuna. Ignorada de manera interesada, temeraria e insolidaria por la Generalitat, la amenaza que representa el terrorismo yihadista no solo afecta a los países europeos, que sufren atentados terroristas, sino también a los de la orilla sur, objetivos directos de grupos como el Estado Islámico para hacerse con el poder. Para ilustrar la premura de la situación, baste señalar que en la lista de los ministros que no han podido participar en esta cita figuran los de dos países que desempeñan un papel esencial en el equilibrio diplomático en la zona, pero que se encuentran arrasados por la violencia de los fanáticos: Siria y Libia. Sería un error gravísimo considerar que se trata de un problema específico de la orilla sur o de los países del norte, idea que serviría para atenuar las opciones de afrontar conjuntamente un único problema, con variantes gravísimas en ambos lados, pero que debe ser combatido con todas las armas posibles. El yihadismo representa el mal absoluto y no existe ninguna posibilidad de concebir un mundo en paz en el que estos fanáticos puedan actuar. Cualquier ideología que presuponga que se puede pactar con quien degüella en público a personas inocentes o destroza museos a martillazos resulta inaceptable. La guerra contra los grupos yihadistas tiene como escenario principal a los países árabes y, aunque han de ser ellos los que encabecen ese combate, Europa está obligada a apoyarlos con todos sus medios, sin descartar una eventual implicación directa. Los gobiernos de los países miembros de la Unión Europea deben revisar sus concepciones estratégicas para tener en cuenta la gravedad de esta amenaza.
Si la propuesta de la diplomacia española de convocar esta reunión ha de ser elogiada, no lo ha de ser menos el hecho de que se haya celebrado en Barcelona, que, como se encargó de recordar Mariano Rajoy, es la capital española del Mediterráneo. Otra cosa es que el presidente de la Generalitat haya preferido dedicar el espacio protocolario que le correspondía no a abordar los verdaderos problemas que nos afectan a todos, sino a exhibir nuevamente su miopía política, hablando de sus obsesiones identitarias. Miopía que es aún más evidente si se tienen en cuenta las extrañas relaciones entabladas entre el mundo soberanista subvencionado por la Generalitat y ciertos imanes radicales, como el marroquí Nouredine Ziani, invitado al Parlamento regional no hace mucho, junto a un «selecto» grupo de líderes islamistas. La frivolidad con la que los dirigentes independentistas están tratando este gravísimo problema puede tener consecuencias desastrosas, como han demostrado las últimas operaciones policiales. Pero de eso no habla Artur Mas. No toca.