Todo lo que soslaye la condición humana de las víctimas facilita la aceptación del crimen como un acto político; todo lo que resalte a la persona hace más difícil justificar el asesinato. ETA sabe que si se pone el foco en las personas, las excusas ‘políticas’ que invoca quedan en evidencia. El testimonio de víctimas puede ser eficaz para vacunar a muchos jóvenes de la tentación de la violencia.
El ‘Informe Rose’, aquel documento elaborado en 1986 por un grupo de expertos internacionales contratados por el Gobierno de José Antonio Ardanza, consideraba que «la imagen de las víctimas (de ETA) y sus familiares debe ser conocida por el público» y recomendaba «dar publicidad a las manifestaciones públicas del sufrimiento común». Aquel documento establecía, al referirse a la educación, que «se deberá instruir a la juventud en que el uso de la violencia para alcanzar fines políticos no puede ser justificado».
Veinticuatro años después de aquel informe en el que se reclamaba un plan de concienciación para combatir el apoyo a la violencia estamos discutiendo si las víctimas de ETA deben ir a dar testimonio de su sufrimiento a las aulas, unas aulas en las que todavía un 15% de jóvenes legitima la actividad de la banda y un porcentaje similar muestra actitudes ambiguas, según la encuesta dirigida por el profesor Javier Elzo y dada a conocer por el Ararteko en julio del pasado año.
A la vista de esos datos, la urgencia para el sistema educativo, sin perjuicio de inculcar en los alumnos el conocimiento y respeto genérico hacia los derechos humanos y la denuncia de cualquier vulneración, debería ser atajar la simpatía hacia ETA que existe entre una parte del alumnado para evitar que algunos de esos jóvenes dentro de pocos años se conviertan en terroristas.
Los terroristas se esfuerzan por hacer desaparecer el carácter de persona de sus víctimas. Acentúan para ello los elementos abstractos presentándolos como enemigos de Euskal Herria o niegan simbólicamente su condición humana como hacen al identificar a los policías como «perros». Todo lo que sea soslayar la condición humana de las víctimas facilita la aceptación del crimen como un acto político y todo lo que resalte a la persona hace más difícil justificar el asesinato.
La mejor forma de combatir esa actitud justificadora del asesinato es mostrar a las víctimas como personas de carne y hueso, no como un concepto abstracto ni como una realidad estadística, sino como alguien con nombre y apellidos que sufre por culpa de ETA. Personalizar los efectos del terrorismo ayuda a combatirlo. La propia ETA, en 2004, respondió irritada a una campaña del Gobierno vasco en recuerdo de las víctimas diciendo que «en la base» de aquella iniciativa estaba «el propósito de desfigurar el conflicto político».
ETA era consciente de que si se ponía el foco en las personas que habían sido víctimas de su actividad terrorista, las excusas de naturaleza política que invoca para justificar sus crímenes quedaban en evidencia. De la misma manera, el testimonio de los damnificados puede ser una medida eficaz para vacunar a muchos jóvenes de la tentación de la violencia.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 27/4/2010