EL MUNDO – 18/12/15 – JORGE BUSTOS
· Otra ventaja del periódico es que puede tomarse su tiempo para titular con exactitud que fue un joven de extrema izquierda el que agredió al presidente del Gobierno, mientras las redes sociales y las televisiones engordaban su historia particular de la infamia. Primero madrugaron la palabra bofetada, de tierna connotación reeducativa, y no crochet de izquierdas a traición, que es el nombre técnico. Después deslizaron esquizofrenia, con su atenuante matiz compasivo. Por último, los patrulleros de progreso se aplicaron a señalar al imprudente que vinculase la indecencia verbal de Sánchez con el puñetazo físico en Pontevedra.
Esa causalidad resulta tan infundada y torticera como la cuca equidistancia de Oriol Junqueras –tiene mérito equidistar siendo bizco– cuando, interpretando el sentir de una indigerible cantidad de izquierda política, mediática y tuitera, afirmó que condena toditas las violencias, incluyendo los desahucios y los despidos. Hay un abismo metafísico y moral entre despedir a un trabajador y hostiar a un presidente, y que Junqueras y miles de españoles más aún no lo entiendan certifica el fracaso de generaciones enteras de maestros. La agusanada psique del podemita Urban –declaró cuando Bataclan que hay moritos suburbiales que no ven más salida que inmolarse– volvió a asomar el miércoles, al menos hasta que se supo que el fascista antifascista provenía de familia de cuna meneada.
Cuando se pone en marcha la máquina roja de la compasión, es que ha muerto el inocente equivocado o han atacado al sospechoso habitual. «Es un chico conflictivo», se arguye. No: es un chico conflictivo de extrema izquierda, valga el pleonasmo, porque la extrema izquierda consiste precisamente en crear conflicto. Hay larga bibliografía marxista-leninista al respecto, que Pablo Iglesias tiene estudiada en su tesis doctoral titulada Multitud y acción colectiva, donde defendía la búsqueda de «ciertos niveles de conflictividad» con la Policía. Ahora ya no piensa así sino que apela al amor sapiencial de las abuelitas, y yo lo celebro cada mañana con fluidos Orinocos bajando por mis cuencas.
Lo que no cambia son los atajos que toma el rasero progresista para primar lo singular o lo colectivo según las circunstancias. Si un cura del Opus viola a un niño, el problema es del Opus, no del cura. Si un machista zurra a su mujer, el problema es estructural y político, no tanto del enajenado. Si el cachorro de una ideología genealógicamente violenta le revienta la cara a Rajoy (ah bueno, es Rajoy…), entonces se trata del típico muchacho conflictivo. Así que las vestiduras se rasgan o no dependiendo de la mejilla golpeada. Y si es una mejilla de derechas, aparte de que debería poner la otra como le aconsejaron de niño, estalla la indignación ante la más mínima conjetura electoral a raíz del ataque… en un país donde se manipularon los efectos emocionales de una masacre terrorista para derribar a un gobierno. Qué escándalo: aquí se hace política con la violencia. Je.
Por lo demás, un murmullo de admiración ha recorrido los chats. La despierta el encaje de Rajoy, que aguanta la embestida de pie del mismo modo que Suárez y Carillo se quedaron sentados el 23-F. Resulta tentador conferir valor metafórico al puñetazo: el marianismo no será fácil de derribar. Y ya que andamos con el cuento de vieja y nueva política, digamos que en Pontevedra lo mejor de uno de 60 resistió lo peor de uno de 17. Veremos el domingo.
EL MUNDO – 18/12/15 – JORGE BUSTOS