Sin la aventura de Ibarretxe, la supervivencia de ETA carece de sentido; sin la presencia de ETA, la huida hacia delante del lehendakari es un salto en el vacío. Ambos se necesitan, aunque se detesten dentro de la comunidad de ideas y fines. La prueba será el voto parlamentario de junio. Sólo hay un punto débil: aun con la boca pequeña, el PNV tiene que celebrar el desmantelamiento de la banda.
En estos últimos tiempos, olvidando la impresentable salida de tono a costa del hoy presidente del Congreso, Josu Erkoreka desempeña el papel de la cara amable del PNV en Madrid. Lamenta la muerte del guardia civil en el atentado y condena éste, se alegra de que los etarras de Burdeos hayan sido detenidos y mira con optimismo al futuro después del encuentro del lehendakari y Zapatero, garantizando que la del primero es una posición abierta. Ocurre, sin embargo, que detrás del gesto amable siempre despunta la daga florentina. Después del atentado, no habla de que sea preciso desarrollar una estrategia unitaria frente al terror, lo cual debiera ser un más allá del ritual de la condena unánime; nos dice que hay que buscar ‘acuerdos’, sugerencia implícita de que es preciso situarse en la órbita Ibarretxe, promotor del único acuerdo, y no precisamente antiterrorista, que hay sobre la mesa. Bien por las detenciones de Burdeos, proclama, pero elude extraer la menor consecuencia política del suceso, y pasa de inmediato a echar una sombra sobre la importancia de la operación y a hacer una sugerencia: tal vez la misma se ha hecho para servir de titular ocultando la entrevista Zapatero-Ibarretxe. Por la noche, en una entrevista concedida a Telemadrid, es aún más sinuoso. La actitud del PNV en el Parlamento vasco votando una moción de Aralar contra la tolerancia del Gobierno español en temas de tortura resulta justificada por un reciente informe de un relator de la ONU sobre derechos humanos. Sin embargo, lo único claro en las palabras de Erkoreka es que el relator censura la duración de las detenciones amparadas por la ley, de donde surge «una sombra de duda». Datos concretos ofrecidos para tan radical postura, ninguno. Y en torno a los propósitos de Ibarretxe de cara a la consulta, son «unas casillas en blanco» en busca de una concordia con el Ejecutivo español. Por otra parte, añade, Ibarretxe ya presentó en Madrid «un nuevo Estatuto» que ni siquiera fue admitido a trámite, cuando el catalán sí lo fue. ¡Cuánta incomprensión!
Lo del titular es tal vez lo más irrelevante y lo más significativo. Resulta ridículo pensar que la larga mano del Gobierno pretendiera ocultar con las detenciones el trascendental diálogo de sordos de La Moncloa. ¡Y para eso manda al ministro Rubalcaba a Senegal! Constituye además una prueba evidente de una mala fe orientada a minimizar la significación del éxito alcanzado por la unidad de acción policial entre Francia y España, lo mismo que las dudas premiosamente expuestas sobre la condición dirigente de los detenidos o, en el caso de Urkullu, su mención sobre la hidra cuyas cabezas siempre se reproducen. Nadie duda de que esto es posible, pero tampoco cabe poner en cuestión el alcance de un golpe a ETA que llueve sobre mojado y supone un claro mensaje a la organización terrorista: en la situación actual es posible que algún comando siga por un tiempo sembrando la muerte, y nada más. De no cambiar sustancialmente la situación, ante el cerco policial a ambos lados de la frontera, la estrategia de pulso terrorista al Gobierno y a la sociedad carece de futuro.
Si tiene alguno, ello se deberá a que otra estrategia fallida, la del lehendakari Ibarretxe en pos de una autodeterminación fraudulenta, sigue reservando a ETA el singular papel de aliado indeseable (hasta cierto punto, por los medios empleados) pero necesario. No en vano su bálsamo mágico (y ‘ético’) para convencer a ETA de que se evapore abre el texto de la llamada ‘Propuesta abierta de pacto político para la convivencia’, que como muestra de respeto al presidente Zapatero hizo Ibarretxe llegar a la prensa el 10 de mayo, para abrir boca antes de la entrevista.
El lehendakari no es estúpido y sabe perfectamente que con ‘compromisos éticos’ -pensemos en las ‘mociones éticas’- no se va a parte alguna, pero necesita afirmar su validez a efectos de ocultar que por muchos atentados que haya, y pruebas sobre el enlace de ETA y Batasuna, él mantendrá su ceguera voluntaria, condenando la ley de partidos, tendiendo su mano a un brazo político del terror cuyos votos le son imprescindibles en la próxima sesión del Parlamento vasco para avalar la inconstitucional consulta. Del mismo modo que es consciente de que no ofrece a Zapatero ‘unas casillas en blanco’ por rellenar, como sostiene de forma mendaz su emisario, sino un auténtico ‘diktat’ en el que todo está atado y bien atado. La gran oferta es que convoquen la consulta juntos; léase que ZP traicione una Constitución que el alavés ni siquiera incluye en la galería de normas que exhibe a efectos de legitimar su ‘hoja de ruta’. En suma, Ibarretxe se sitúa al margen y en contra de la Constitución en virtud de la cual gobierna, y propone a Zapatero que le acompañe en su salida del orden legal.
La política incluye siempre alguna dosis de engaño, pero no debe ser sólo engaño, y menos cuando planea sobre todos la sombra del terrorismo. (Perdón, sobre todos, no). Ibarretxe busca amparo en las negociaciones de Loyola para lamentarse de que se rechace lo que pudo ser ofrecido a ETA. Lo importante es, sin embargo, que su citada ‘Propuesta abierta’ refrenda la coincidencia entre el ideario que expresa, detalles aparte, y el de ETA, con su visión del derecho esencial a la autodeterminación de la nación vasca (es decir, de la comunidad nacionalista) configurada en esa entidad mágica que es Euskal Herria, para cuya materialización mediante un decisivo referéndum fija fecha a lo Carod, «antes de que finalice 2010». El comunicado etarra de declaración del ‘alto el fuego permanente’, en marzo de 2006, proporciona un buen borrador para lo que ahora Ibarretxe viene a expresar. En ambos textos el ‘derecho a decidir’ se afirma de forma imperativa, sin que sea lícito pensar en solución alguna reformista desde las instituciones vigentes. Hasta el punto de que en su recomendación de la consulta del 25 de octubre, Ibarretxe asume inconscientemente el papel de una representación nacional vasca que incluye a los etarras, ya que es toda «la sociedad vasca» la que en ella ratificará «el compromiso ético con el final definitivo de la violencia». Si suponemos que ya el PNV y EA, igual que los no nacionalistas, tienen asumido ese compromiso, el añadido que proporciona tal consulta sólo puede en buena lógica referirse a ETA y a sus seguidores, a menos que éstos no sean sociedad vasca. Galimatías propagandístico o magia pura.
Después de la entrevista de La Moncloa, quedan por lo menos claras las estrategias a medio plazo. Ibarretxe intentará ganar los votos de los peones parlamentarios de ETA, y olvidándose una vez más del terror, presentará la convocatoria de la consulta como expresión de la voluntad legítima de los vascos, que si Madrid rechaza acudiendo a la ley, será prueba de que el ‘derecho a decidir’ de la nación vasca es negado, sin concretar, claro, cuál es el fin último del camino emprendido.
Nada importa a Ibarretxe que al fomentar la imagen del enfrentamiento entre los dos gobiernos, con el español en su papel eterno de opresor, ETA encuentre justificación para seguir matando. Sin la aventura de Ibarretxe, la supervivencia de ETA carece de sentido; sin la presencia de ETA, la huida hacia delante del lehendakari es un salto en el vacío. Ambos se necesitan, aunque se detesten dentro de la comunidad de ideas y de fines a mayor gloria del padre común. La prueba será el voto parlamentario de junio. Sólo hay un punto débil: aun con la boca pequeña, el PNV tiene que celebrar el desmantelamiento de la banda. Y de la irritación consiguiente puede surgir la fractura. No creo.
(Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político en la Universidad Complutense)
Antonio Elorza, EL DIARIO VASCO, 23/5/2008