- Arrebatado el estandarte del feminismo por los violadores del ‘sí es sí’, el sanchismo se aferra a la causa ecológica. Doñana es ahora su símbolo, el eje de su campaña
Dalí y Buñuel cuando andaban por la veintena rodaron en París Un perro andaluz (1929), un corto surrealista y provocador, una confluencia lírica entre dos sueños. Una nube desflecada cruza la luna y una cuchilla de afeitar atraviesa un ojo. Veinte minutos de imágenes colgadas de lo irracional. Frailes ahorcados, dedos con hormigas y burros muertos. Ni había ni perro ni era andaluz.
Igual ocurre con la polémica de Doñana, el último artefacto de la factoría de ficción de la Moncloa. Una escandalera monumental sobre una iniciativa de la Junta que el propio PSOE avaló hace unos meses con su abstención. Todo es artificio, una desmesura hiperbólica de catástrofes inminentes. La realidad es más prudente. Ni se succionan los famosos acuíferos ni la medida roza siquiera al Parque Natural. Es más, la última palabra para que la orden se concrete depende de la ministra Ribera, sumo sacerdotisa nacional de toda patraña verde.
Pedro Sánchez ha escuchado la palabra ecología y se ha lanzado como un poseso sobre la pieza. «Doñana no se toca. Vamos a salvar Doñana», gritaba este fin de semana desde Burgos, ante un auditorio pasmado. La referencia se antojaba lejana, si se piensa en los enormes problemas de Castilla y León, región tan abandonada. «No permitiremos que la derecha convierta Doñana en un cortijo», insistía en sus alaridos. ¿Pero no es ahí donde tiene el presidente su palacete de verano, su cortijo?, susurraban, atónitos, los asistentes.
Una diputada de Adelante Andalucía arrojó un cubo de arena en el escaño del presidente de la Junta, entonces vacío, y empezó la función
Los estrategas del Ala Oeste intentaron camuflar la chapuza de Ferrovial con una escandalera en torno al Rey don Juan Carlos. Bullanga de bajo vuelo que apenas sobrevivió un par de días en la escaleta. El asalto a la empresa del Ibex dominaba los informativos económicos de toda Europa mientras el valido Bolaños se devanaba los sesos para calmar la tormenta. Emergió entonces Doñana como desesperada tabla de salvación. Una diputada de Adelante Andalucía arrojó un cubo de arena en el escaño del presidente de la Junta, entonces vacío, y empezó la función.
El coro de los niños cantores del Gobierno atacó la improvisada sonatina. «Terrorismo medioambiental», «depredadores de la naturaleza», «ecocidio», «crimen ecológico» y demás pamemas. Ribera subió el tono del agravio: «Esa arrogancia de señorito desde su pequeña esquinita«. Se le fue la mano. Quiso la ministra ofender a Juanma Moreno y le sacudió a todos los andaluces de «la esquinita». El presidente de la región respondió con mayor audacia de lo que acostumbra: «Nadie va a venir desde su ático de la Castellana a decirnos a los andaluces lo que podemos hacer».
El sentimiento de lo propio cotiza al alza en unas elecciones autonómicas. El PP inflama la fibra de lo andaluz y la arroja sobre la destartalada banda del sanchismo, que pretende convertir la palabra Doñana en una especie de hechizo para espantar el vampiro de la ultraderecha. El ‘sí es sí’ ha privado a Sánchez de una de sus frases favoritas. Ya evita decir lo del ‘Gobierno más feminista de la Historia’ cuando hay mil violadores y pederastas beneficiados por su ley. Ahora se aferra con ahínco al mito ecologista y a Doñana. Cinco páginas dedicó El país a este asunto el día del batacazo de Ferrovial. Este es el fiel barómetro del pavor que asola los despachos de presidencia.
Hacerse con alguna pieza del goloso arcón de las diputaciones, todas ellas, salvo Málaga y Almería en manos socialistas, que manejan más de 2.000 millones de presupuestos y miles de cargos y sillones
Andalucía es una de las plazas estratégicas de la cita del 28-M. No se elige Gobierno de la Comunidad, pero está en juego el poder municipal, ahora bajo dominio absoluto de la izquierda. Controla cinco de las ocho grandes capitales y casi el 60 por ciento de los 800 ayuntamientos. Un escenario que el PP confía en revertir. Hacerse con Sevilla sería un triunfo de notable simbolismo. Arrancar alguna diputación, todas en manos socialistas menos Málaga y Almería, reportaría enormes beneficios. Estos entes, quizás prescindibles, disponen de más de 2.000 millones de presupuesto amén de miles de cargos y sillones.
Doñana está en riesgo desde hace años. La terrible sequía agrava el cuadro. Muy poco hizo por la zona el PSOE en sus cuatro décadas en las que controló el cuadro de mandos de la región. La ley de Juanma Moreno, apoyada por Vox, intenta remediar un problema colateral al parque, que afecta a cinco municipios y un puñado de familias que vive de la fresa. No pone en peligro Doñana más de lo que ya está. Ni siquiera roza sus lindes. Ni entrará en funcionamiento hasta que Ribera autorice el trasvase. El PSOE, entre gritos desgarrados a lo Sarah Bernhardt, se desgañita por la agonía de un perro andaluz que ni es perro ni es andaluz.