Hemos inventado el «trasvasismo totalitario» y el «trasvasismo moderado», que es una doctrina política incolora, insabora e inodora, una ideología de agua. Acaba de nacer en la España desideologizada por el marketing electoralista el trasvasismo-leninismo, un fruto tardío del pensamiento débil, la política kleenex, la izquierda basura, la posmodernidad metro-sociata.
A la gente le gusta ponerse etiquetas, decir que es algo en la vida o muchas cosas a la vez. En ese arte han destacado siempre los franceses y la izquierda; no digamos ya la izquierda francesa. En realidad las vanguardias, los «ismos» se crearon para abastecer esa fiesta terminológica de los disfraces, o sea con el único fin de que hubiera surrealistas, creacionistas, simbolistas y ultraístas, además de gaullistas y noventayochistas. En España ha sido también la izquierda la que mejor se las ha pintado para los «ismos». Al PSOE no le bastaba con tener socialistas y necesitó inventarse guerristas, felipistas y chavistas. Ahora el PP está empeñado en imitarles, pero se ve que no es lo suyo. Cuando algunos amigos me dicen que son «marianistas» o «de Lasalle» tengo la impresión de que he vuelto al colegio o de que no he salido de él y de que ahí sólo faltan los maristas y los jesuitas.
Pero el colmo de esta afición fonética y fanática por la etiqueta lo representa el término «trasvasista». Leo en la prensa que «el conseller de Medio Ambiente y Vivienda de la Generalitat catalana, Francesc Baltasar, ha asegurado que el ejecutivo que preside Montilla no analizará ni estudiará ninguna alternativa trasvasista» y reparo en que con el Ebro hemos conseguido ya hacer ideología en este país y este presente descreídos. Hemos inventado el «trasvasismo totalitario» y el «trasvasismo moderado», que es una doctrina política incolora, insabora e inodora, una ideología de agua. Acaba de nacer, sí, en nuestra España desideologizada por el marketing electoralista el trasvasismo-leninismo, que es un fruto tardío del pensamiento débil, la política kleenex, la izquierda basura, la posmodernidad metro-sociata, «la insoportable levedad de la Ser».
Yo es que no entiendo cómo se puede ser ni trasvasista ni antitrasvasista. No encuentro en el dilema de llevar el agua de un lado para otro o de preferir que el agua se quede en su sitio un mínimo indicio de cuerpo doctrinal, un lejano síntoma de consistencia conceptual y filosófica en la que hincar el diente que permitiera levantar una construcción teórica con voluntad de permanencia. No veo, en fin, cómo se puede sacar ideología de un hecho tan elemental y chusco, de una circunstancia tan efímera y ramplona, de un simple dilema hídrico que se puede resolver con trasvases o sin ellos pero según los casos y los momentos. ¿Cómo ser trasvasista por una cuestión de principios? ¿Cómo ser un mártir del trasvasismo? ¿Cómo hacer del trasvasismo esencialismo? Uno jamás se pediría un carné de trasvasista porque le ha costado en la vida hasta definirse con respecto a los patrones clásicos y manidos de las ideologías. Uno, que ni llegó a ser nunca un auténtico marxista, porque -como decía Machado- era demasiado romántico como para pensar que el ser humano sólo se movía por la economía, ni ha podido terminar siendo un verdadero liberall porque le falta demasiada fe en la ley de la selva mercantilista, no piensa tampoco hacerse trasvasista. Quizá en el trasvasismo está el último tren que podía coger para sentirme un hombre de provecho, pero renuncio a él con gusto. Lo dijo Heráclito de Éfeso quinientos años antes de nuestra Era: «No te bañarás dos veces en el mismo río». ¿Cómo hacer nacionalismo identitario o ideología esencialista con la fundamental y fundacional expresión de lo cambiante?
Iñaki Ezkerra, LA RAZÓN, 5/6/2008