ABC-LUIS VENTOSO

Lo conocido: la partición de la derecha en tres es una bendición para un flojo Sánchez

NOS estamos volviendo un país peculiar. Cuatro elecciones en cuatro años. Debates electorales en jornada de diario que concluyen a hora más propicia para copear en los pubs. El país más feminista del orbe (o de eso se jacta nuestro Ejecutivo hasta el empalago)… donde los cinco candidatos a presidente son hombres, incluido, por supuesto, el del partido que se hace llamar Unidas Podemos y donde siempre manda el mismo barbas (que además ha colocado a su mujer como su número dos).

La cita se presumía un todos contra Sánchez. Pero acabó evidenciando la falla que permite flotar a este flojo presidente: la fractura de la derecha en tres, que merma las posibilidades de dar relevo al PSOE. El debate arrancó con el conflicto catalán, talón de Aquiles de Sánchez, que –nunca se olvide– okupó el poder con los votos de Torra y Puigdemont (y con una morcilla en una sentencia escrita por un juez de su cuerda). Y aunque Casado, Rivera y Abascal le afearon con acierto sus incongruencias, Sánchez salió vivo, porque las críticas se dispersaron al empezar a zurrarse entre ellos aquellos que han de construir la alternativa. Incluso Casado y Rivera, que deberían haber concurrido juntos a estos comicios, pues piensan lo mismo, se cruzaron facazos dialécticos. Todo para felicidad de Sánchez, que sacudía la cabeza con gesto teatral y paternalista y se aferraba a su estrategia de no responder jamás a nada. Por su parte Abascal, que hizo toda su vida política –y económica– en el PP, casi dedicó tanto esfuerzo a zaherir a su ex partido como al PSOE.

No hubo bala de plata contra Sánchez porque no hubo pinza contra él. El candidato socialista, para el que el pasado nada importa y que tiene el tacticismo amoral por divisa, hasta se permitió anunciar la recuperación del delito por convocar referéndums ilegales, cuando es una figura que se cepilló precisamente el PSOE con Zapatero. Además prometió una nueva asignatura en «valores» políticos, que suena a otro pegajoso utensilio de ingeniería social (esos valores serán obligatoriamente progresistas). Pero casi lo más inquietante fue escucharle enfatizar aquello de «los pilares de la economía española son sólidos», la tonada que repetían Solbes y Zapatero cuando la primera oleada de la crisis ya nos mojaba los tobillos.

El debate tuvo un nivel discreto, aunque fue vivo. No se percibió un ganador rotundo. Casado, el más centrado, mejoró respecto a abril y anduvo bien en las réplicas. Rivera ya no llama la atención como antaño con sus efectos especiales y su viva dialéctica, pero sin duda sumó algún voto. Abascal es claro, y aunque no tiene la finura intelectual de su compañero Espinosa, da a su público exactamente lo que quiere. Iglesias, desdibujado y en su realidad paralela. Y Sánchez, dialéctico ramplón, sobrevivió fumándose impertérrito todas las preguntas que le hicieron a bocajarro, algunas de respuesta inexcusable para quien pretende gobernar España.

(PD: Curioso, casi ni un reproche directo de Sánchez a Abascal. Sabe que su subida merma al PP y le conviene. Hasta le robó a Vox el latiguillo de «la derecha cobarde»).