El triunfo de nuestra anomalía

HERMANN TERTSCH, ABC – 16/05/14

· Las redes albergan canallas en todo el mundo. Solo en España forman una gran banda organizada para imponer también allí las mentiras que han determinado nuestro fracaso político.

Comprendo bien a mi querido y admirado Gabriel Albiac cuando explica su ausencia de las redes sociales. Cree Albiac, y está en lo cierto, que la virtud y la sabiduría nunca llegan por afluencia. Y las calamidades en cambio casi siempre. Y que la salud mental, el buen gusto y la sana preocupación por uno mismo recomiendan tener abiertos solo los mínimos cauces necesarios de contacto con el resto de los seres humanos. No tengo aún el sano grado de misantropía que Albiac cultiva con enorme provecho. Aunque también en eso aspiro a parecerme un poco más a él con el tiempo. Dicho esto, voy a romper una lanza por la humanidad. Porque sostengo que la inconcebible y oceánica miseria moral expresada en aluvión en las redes sociales en España con motivo de la muerte de una política, no es extrapolable al resto de la población mundial. Con esto no digo que los internautas españoles sean peores personas que sus colegas extranjeros.

Pero sí que aquí el odio movilizado triunfa. Y goza de prestigio. El tsunami de vileza que se produjo en las horas posteriores al asesinato de Isabel Carrasco, una autoridad provincial que nadie conocía pero enseguida tantos odiaron, no tiene parangón. Ni entre Rusia y Ucrania, donde el rencor y militancia rugen ahora, se habrán dado en las redes unos mensajes así de celebración de la muerte de una persona desconocida, de satisfacción por el daño y deleite ante el dolor ajeno.

En España siempre se ha odiado más y mejor. Nuestra gran anomalía nacional que determina otras muchas. Tuvimos en la historia momentos en que creímos habernos liberado de la maldición de la anomalía. Así en la transición. Durante unas décadas muchos millones creímos que nos íbamos pareciendo a los países con los que cultural e históricamente confluimos en Europa. Y llegamos a sentir el orgullo en la reconciliación, la satisfacción en la experiencia del ejercicio propio de la tolerancia. Parece claro que fue otro espejismo.

Bastó lustro y medio con doctrina oficial de revancha, con la vuelta al relato de la España buena y la España mala, esta vez invertidas a las del franquismo, para que volviéramos a la maldición. Al espíritu del ajuste de cuentas que es el de la Guerra Civil. Esa culpa infinita de los responsables jamás podrá saldarse.

Hoy, los jóvenes cuyo único bagaje político es la subcultura del revanchismo zapaterista estan emboscados y embozados en las redes y disparan. Todo vale, todo es gratis y no hay límites. La munición la reciben de sus únicos suministradores de información, los mensajeros de la izquierda radical en televisión. Son los sumos sacerdotes del antifranquismo, esa gran farsa que envenena y paraliza cultural, política y moralmente a la sociedad española desde hace cuatro décadas. No haber luchado contra esa mentira con eficacia es el fracaso que nos condena a las generaciones de la transición a ver cómo se hunden aquellas esperanzas de normalidad. La anomalía vuelve a triunfar y la cobardía nacional, olvidadas las promesas de regeneración, se adapta a ella para una larga convivencia.

La coalición viable. Las camadas de la revancha expulsan de Twitter con el terror a todo el que presente un discurso distinto, auténtico y veraz. Como apaciguadores y negociantes expulsan de la vida política a todos los que recuerdan pasados compromisos de regeneración, cohesión y limpieza, las promesas de combatir la anomalía. Los odiadores como somatén de los indolentes. Las redes albergan canallas en todo el mundo. Solo en España forman una gran banda organizada para imponer también allí las mentiras que han determinado nuestro fracaso político y moral en la apuesta por la regeneración como sociedad moderna.

HERMANN TERTSCH, ABC – 16/05/14