José Luis Alvite, LA RAZÓN, 19/4/12
Habría que realizar un sondeo para conocer con precisión la actitud del pueblo español frente a las disculpas presentadas por el Rey después del oscuro episodio de Botswana. No creo que me equivoque mucho si afirmo que muchos de sus más apasionados censores han descubierto en el Rey un tono de abatimiento que jamás habrían imaginado en alguien a quien ellos han presumido siempre un ser despreciable y arrogante, incapaz de sucumbir a la vergüenza y ajeno a cualquier remordimiento. Personalmente considero despreciable el comportamiento del Rey e inadmisible su ligereza, pero me ha conmovido la humillada naturalidad con la que ha pedido perdón. Acorralado por la mala imagen, el Rey se enfrentó a las cámaras con el rostro demacrado, quizá por el peso de la vergüenza o por ese arrepentimiento que muchos hemos sentido al darnos cuenta de la gravedad moral de nuestros actos. Esta vez no se trataba del dolor institucional por un atentado, ni de la aflicción genérica por una catástrofe, sino del abatimiento frente a la propia responsabilidad, algo que a los humanos nos ocurre cuando nos damos cuenta de que nuestras alegres ligerezas han causado decepción y dolor a quienes confiaban en nosotros. El Rey se enfrenta ahora a su conciencia y al remordimiento que le toque padecer. Será una lucha consigo mismo, un tiempo de inventario y reflexión que a mí, en numerosas ocasiones, al final de reiterados y agradables errores, me ha servido para darme cuenta de que las flaquezas y los vicios dejan siempre un regusto de placer y un rastro de fracaso, como cuando al arrimarte en enero al fuego resulta que inesperadamente te coge el frío. Conocíamos al Rey sentado en el trono. ¿Alguien creía acaso que el Rey jamás se sentaba en el retrete?
José Luis Alvite, LA RAZÓN, 19/4/12