IÑAKI EZKERRA.EL CORREO

  • La ley de la ministra tiene más enemigos que la de Wert, cosa sin duda meritoria

El colegio al que yo fui desde los siete años era de curas y de niños. Frente a él había otro de monjas y de niñas. Mirar por la ventana a las aulas de las chicas fue probablemente la actividad más provechosa que yo realicé en aquel centro. El hecho de que ambos colegios estuvieran separados sólo por una calle alimentó las más escabrosas fantasías de Santamaría, mi compañero de pupitre, que sostenía con seriedad la existencia de un túnel subterráneo que permitía los encuentros nocturnos entre las dos congregaciones religiosas para entregarse, como no podía ser de otro modo, a las más depravadas prácticas sexuales. Santamaría logró reclutarnos a dos compañeros de clase para una expedición a la hora del recreo por las bodegas del edificio que probara su tesis. Sobra decir que nos pillaron a los tres ‘in fraganti’.

Me he acordado de esta aventura infantil gracias a Isabel Celaá y a esa ley suya que tiene más enemigos que la de Wert; cosa, sin duda, meritoria. Uno es partidario de la enseñanza mixta y ve incluso positiva esa objeción que se alega en contra: la ventaja en el desarrollo físico e intelectual que muestra el sexo femenino sobre el masculino en esas primeras edades. Me parece hasta estimulante, siempre que les sirva a ellos para esforzarse y no a ellas para abandonarse. En lo que, sin embargo, uno no caería es en hacer de esta cuestión un castillo porque hay teorías pedagógicas para todos los gustos y porque sobran los asuntos a discusión que no deberían admitir discusión alguna.

Sobra, por ejemplo, la discusión sobre el carácter vehicular del castellano cuando éste figura en un artículo constitucional. Sobra el cuestionamiento de los centros de educación especial cuya supresión nos retrotraería a la más tenebrosa escuela franquista que metía en las aulas de los niños sanos a paralíticos cerebrales y en la que reinaba la ley de la selva. Si la simple obesidad es en la escuela de hoy un boleto para el ‘bullying’, cualquiera que no sea Isabel Celaá puede imaginar la suerte de los críos que padezcan serias limitaciones. Sobra, en fin, el dilema de enseñanza pública o concertada cuando ambas han convivido hasta hoy en un mismo sistema y la segunda, además de obtener mejores resultados, ha aligerado al Estado la carga económica de la primera. Sobra en un momento de crisis como el presente, en el que resulta disparatado aumentar el gasto público que debe centrarse en los más desasistidos y en reactivar todo el sector privado. ¿Para eso estamos pidiendo patéticamente dinero a Bruselas? No sé por qué tengo la impresión de que este Gobierno anda buscando en la escuela española el túnel de Santamaría, mi fantasioso compañero de clase.