Kepa Aulestia-El Correo
El pasado otoño la dirección del PNV decidió hacer caso omiso a la máxima ignaciana -‘En tiempo de desolación nunca hacer mudanza’- y resolvió prescindir de Iñigo Urkullu como candidato a lehendakari, mientras las encuestas insistían en la posibilidad de que EH Bildu fuera la primera fuerza en las autonómicas. Para el EBB, la continuidad del tres veces designado para vivir en Ajuria Enea podía resultar más azarosa que encargar a Imanol Pradales algo que, de manera impropia, se presentaría como una remontada. Mañana se sabrá si Andoni Ortuzar llevaba razón, o hubiese sido más prudente mantener a Urkullu como cabeza de las tres candidaturas territoriales.
Junto a la perspectiva de que el PNV quede en segundo lugar, aflora el temor en sus bases a que esta sea la última ocasión en la que el partido fundado por Sabino Arana pueda dar por sentado que seguirá en el gobierno de las instituciones vascas. A partir de mañana le quedarán entre tres y cuatro años para tratar de afianzarse de nuevo en el poder, sin tener que cederlo total o sustancialmente. El problema es que no está claro qué debería hacer para conseguirlo. Continuar renovándose y rejuveneciéndose, pero ¿cómo? Plantar una batalla más directa contra la izquierda abertzale, a riesgo de enzarzarse en una disputa doméstica. Gestionar con mejores resultados las instituciones, después de admitir durante esta campaña que ha fallado a los ciudadanos, cuando no está claro que los electores vayan a mostrarse agradecidos ante un esfuerzo de inciertas consecuencias.
Un partido con 130 años de historia no tiene asegurado el futuro. Aunque la eventualidad de que la izquierda abertzale haga mañana realidad el objetivo que se propuso hace sesenta años -rebasar al nacionalismo tradicional- haya requerido dos generaciones y una trayectoria imposible de vindicar hoy. Los propios jeltzales se debaten entre sentirse envejecidos o reclamarse longevos. Como si, por una parte, no contasen con la energía precisa para seguir pugnando por cada papeleta y, por la otra, confiaran en su veteranía para superar las dificultades del momento. Hubo un tiempo en el que el punteo del censo en cada mesa electoral permitía a sus organizaciones locales aproximarse a la identificación personalizada de quienes votaban PNV. Hoy ese ya no es un patrimonio en propiedad para el partido de Ortuzar y Pradales. Sus papeletas son prestadas, como las de los demás, por parte de gente cada vez más anónima y menos predecible.
Puede que, a pesar de todo, el PNV se venga arriba mañana. En parte gracias a que la última semana de EH Bildu -en la que Pello Otxandiano ha acabado retransmitiendo qué y cómo piensan sus bases- haya activado el voto a favor de sus adversarios. Empezando por los jeltzales. De lo contrario, el EBB no podrá eludir la decepción de las urnas. Tendrá que admitir que el PNV no está ya como para improvisar liderazgos políticos por designación. Por eternizar la bicefalia entre los del partido y los de la institución. Por preservar a los primeros del juicio electoral cuya sentencia adversa se impute a las carencias de los segundos y nunca a Sabin Etxea.