Cristian Campos-El Español

No conocía el caso de la universidad americana Evergreen. El psicólogo social Jonathan Haidt habla de él en su último libro, La transformación de la mente moderna (Deusto).

Evergreen, cercana a la ciudad de Seattle, está considerada como una de las diez universidades más progresistas del país. Es conocida por su granja orgánica y por ceremonias colectivas como esa en la que los profesores del centro se suben a una canoa imaginaria y simulan remar juntos hacia la igualdad mientras los estudiantes tocan tambores indígenas.

Evergreen celebra cada año su Día de la Ausencia. El Día de la Ausencia de Evergreen, los estudiantes y los profesores negros no van a clase. El objetivo es que su ausencia «se note» y el resto de la comunidad universitaria sea consciente de lo mucho que aportan, académica y personalmente, los ausentes.

El 15 de marzo de 2017, Bret Weinstein, un profesor de biología de la universidad, escribió una carta en la que mostraba su disconformidad con los nuevos planes para el Día de la Ausencia. Ese año, los estudiantes negros no sólo pretendían ausentarse de clase, sino también obligar al resto de los alumnos a hacer lo mismo.

Pocos días después, un grupo de estudiantes rodeó a Weinstein cerca de su despacho. Le llamaron «pedazo de mierda», le acusaron de racismo y le exigieron que dimitiera. Weinstein intentó dialogar con ellos, pero los estudiantes le respondieron que no estaban interesados en hablar «en términos de privilegios blancos».

Como la tensión iba en aumento, alguien llamó a la policía. Los estudiantes impidieron que los agentes llegaran hasta Weinstein mientras se victimizaban diciendo «temer por su vida». Luego se dirigieron al despacho del rector de la universidad.

En los vídeos puede verse a los manifestantes callar al rector con frases como «que te jodan, George, no queremos escuchar ni una maldita cosa que tengas que decir, que te calles la puta boca«. El rector accedió entonces a reunirse con los estudiantes y con los profesores que les apoyaban.

El rector se puso en esa reunión del lado de los violentos y prometió «incorporar» a los profesores incómodos. ‘Incorporar’ es en lenguaje políticamente correcto un eufemismo de ‘reeducar’. Si los profesores no cedían a la reeducación, serían despedidos. «Incorpóralos, enséñales, y si no lo entienden, sanciónales» dijo el rector.

Los estudiantes exigieron que a la reunión se uniera la jefa de policía del campus. La obligaron a desarmarse. También obligaron a los estudiantes blancos a colocarse al final de la sala. Bloquearon las salidas y se armaron con gas pimienta para impedir a nadie salir del recinto.

Los estudiantes negros que apoyaron a Weinstein fueron acusados de «traidores a la raza». El resto se burló del rector de la universidad por su costumbre de gesticular con las manos. El rector bajo las manos, sumiso. Una estudiante le rodeó y se rió de él. «He bajado las manos» dijo el rector. «Estoy descolonizando el lugar» le dijo ella.

Una estudiante negra le dijo «teníamos civilización antes que vosotros, cuando todavía vivíais en cuevas». El rector asintió con la cabeza y los estudiantes se rieron de él.

Al día siguiente, los estudiantes registraron todos los coches que llegaban al campus. Buscaban a Weinstein. Irrumpieron en la sala de profesores y se llevaron la tarta con la que estos celebraban la jubilación de un compañero. «¿No nos habéis enseñado lo que debemos hacer con estas porquerías?» dijeron.

Después, formaron barricadas y secuestraron a los profesores y al rector de la universidad.

Los estudiantes expusieron sus demandas: programas de reeducación política para los profesores y derecho a no entregar los deberes a tiempo. El rector pidió ir al lavabo «para hacer pis». «Aguántate» le respondió un estudiante. Finalmente, accedieron a su petición. Fue al lavabo vigilado por un estudiante.

La policía descubrió que los estudiantes tenían planes para asaltar la comisaría de la universidad. Los estudiantes que apoyaron a Weinstein fueron espiados y acosados por sus compañeros. Algunos grupos se arrogaron el papel de vigilantes del campus y se pasearon por él con bates de beisbol, golpeando a aquellos que no se sometían.

Algunos profesores se mostraron orgullosos de los violentos. «Están haciendo exactamente lo que les hemos enseñado». No lo decían irónicamente.

Ninguna televisión nacional cubrió la noticia, que pasó completamente desapercibida hasta que llegó a oídos de Tucker Carlson, el presentador estrella de la cadena conservadora Fox. Cuando Carlson se hizo eco de ella, el tema saltó al resto de cadenas.

Una parte de los profesores pidió entonces el despido de Weinstein con el argumento de que «había provocado una reacción violenta del supremacismo blanco». Al parecer, el simple hecho de contar lo ocurrido en Fox News había «puesto en peligro» a los violentos.

La presión obligó a Weinstein y a su mujer, también profesora de la universidad, a dimitir. Les siguió la jefa de policía del campus. El rector de la universidad felicitó a los violentos y contrató a uno de sus cabecillas para el Consejo Asesor sobre Igualdad de la Presidencia. Una de sus principales tareas, como explica Haidt en el libro, fue reescribir el código de conducta estudiantil a su gusto.

No hace falta un batallón de psicólogos evolutivos ni haber pasado por una guerra para intuir que, como defendieron entre otros Thomas HobbesFriedrich Nietzsche y también por supuesto Alexsandr Solzhenitsyn, el mal y la crueldad están grabados a fuego en la naturaleza humana, a la espera de las circunstancias correctas que los hagan aflorar.

Esas circunstancias no son siempre las mismas para todos los seres humanos. Algunos hombres se encienden con agua. Para otros hacen falta litros de gasolina. Otros no se encienden jamás.

Esas circunstancias se dieron en la China de la Revolución Cultural, en la Alemania de los años 30, en el País Vasco de ETA y en la Rusia de la Revolución de Octubre. Se está dando ahora en los Estados Unidos de Black Lives Matter y los antifa.

Es un error pensar que son las ideologías, o algunas de ellas, las que generan el mal y corrompen a un ser humano intrínsecamente bondadoso. Las ideologías sólo canalizan la naturaleza humana en función de las circunstancias culturales, políticas y sociales del momento, se alimentan de esa naturaleza y se multiplican como un organismo vivo más.

Las ideologías también se adaptan al medio. Algunas lo hacen con maestría, y sobreviven durante siglos, como el islam o el judaísmo. Otras tienen vidas más breves, como la socialdemocracia, hoy cadáver. Otras heredan el nicho de alguna ideología anterior y parasitan las mentes de sus acólitos. Es el caso del comunismo, que no es más que el heredero del cristianismo.

Las ideologías pescan seres humanos en un barreño. A veces, pescan el equivalente de un atún de 500 kilos, como fue el caso del nazismo, y a veces una sardina de sólo unos gramos, como en el caso de los partidos populistas occidentales, cuya capacidad de hacer el mal está muy limitada por unas instituciones democráticas que todavía conservan cierto potencial intimidatorio.

Por supuesto, nada garantiza que una sardina no vaya a convertirse en un salmón o hasta en un atún si se dan las circunstancias adecuadas. El procés es un ejemplo de ello, aunque, de momento, el nacionalismo catalán sólo ha dado para espetos.

A fecha de 24 de junio de 2020, la ideología que mejor está canalizando esa naturaleza humana que aspira a la dominación del hombre por el hombre es la izquierda identitaria. SiCabaret hubiera sido rodada hoy en vez de en 1972, los jóvenes cantantes de Tomorrow Belongs To Me serían los estudiantes de Evergreen.