PEDRO G. CUARTANGO – EL MUNDO – 04/03/17
· Cuando era niño, fui educado con la idea de que la mentira era un pecado mortal y que cualquier hombre de bien debía mantener su palabra hasta en las circunstancias más adversas.
En la sociedad de la posverdad, esta filosofía no sólo se ha vuelto un anacronismo sino que además cualquiera que defienda el valor de la palabra puede ser considerado un tonto o un romántico sin conexión con la realidad. Dicho con otros términos, la palabra hoy no vale nada.
El lenguaje está al servicio de la manipulación, la retórica es un instrumento de los demagogos y los compromisos duran lo mismo que un castillo de arena construido en la orilla de la playa. Todo es circunstancial y relativo.
Ahí esta el ejemplo de François Fillon, el candidato conservador a la Presidencia francesa, que prometió que dimitiría si era imputado y ahora dice que está sufriendo una conspiración pese a que ha quedado acreditado que malversó dinero público al contratar a su mujer.
Fillon se presentaba como un hombre de firmes convicciones católicas, pero ha resultado un truhán que no se respeta a sí mismo ni a los demás. Es un farsante que ha recurrido a todo tipo de falacias para no asumir su responsabilidad, que es lo único digno que podía haber hecho.
Salvando las distancias, la conducta de Pedro Antonio Sánchez, el presidente de Murcia, demuestra también el nulo valor de la palabra para algunos dirigentes. Se comprometió a dimitir si era imputado y ahora se niega a hacerlo con el argumento de la presunción de inocencia.
No voy a entrar en el fondo de la cuestión, pero Sánchez jamás volverá a recuperar su credibilidad tras haber demostrado lo poco que aprecia sus compromisos. No entiendo a quienes critican a Ciudadanos, cuyo único pecado consiste en exigirle que haga honor a su palabra.
Desgraciadamente los ejemplos de esta conducta proliferan, como estamos viendo en EEUU, donde el fiscal general del Estado, Jeff Sessions, mintió en el Congreso bajo juramento al negar que había mantenido contactos con personal ruso durante la campaña electoral. Como ha quedado demostrado, Sessions se entrevistó en secreto con el embajador de Putin. Y ahora, tras ser cogido en un flagrante embuste, se niega a dimitir.
Lo increíble no es que estos políticos prefieran aferrarse al cargo a costa de quedar como unos mentirosos. Lo incomprensible es que haya un amplio sector de la sociedad que justifique estas conductas sea por puro sectarismo o por laxitud moral. He visto estos días cómo muchos compañeros periodistas defendían en las tertulias a Sánchez con el argumento de que Ciudadanos tiene una vara de medir en Andalucía y otra en Murcia.
Ignoro cuáles son los criterios del partido de Rivera y si incurre en contradicciones, pero no estamos examinando la política de alianzas de Ciudadanos sino el valor de la palabra de nuestros dirigentes políticos. Convertir este debate en una cuestión táctica es no entender nada porque de lo que estamos hablando es de principios.
La política se ha desacreditado porque la ética brilla por su ausencia en muchas de las actuaciones de quienes nos representan. Y bastantes españoles han abandonado al PP y al PSOE porque perciben con nitidez que los compromisos electorales se convierten en papel mojado cuando llegan al poder. Para recuperar la credibilidad de la política, lo primero que hay que hacer es dignificar el lenguaje y ser coherentes con la palabra dada, algo por lo que algunos han sacrificado su vida y que hoy al parecer no vale nada.
PEDRO G. CUARTANGO – EL MUNDO – 04/03/17