Mikel Buesa-LA RAZÓN

  • Volvamos a Villacís aunque ya no haya caso. No teniendo una personalidad arrolladora, al concurrir en Madrid, su valor electoral es muy reducido si atendemos al resultado de las encuestas
Empecemos por lo primero: salvo en unos pocos casos en los que el liderazgo carismático es notorio, el valor de un político es el que corresponde a las siglas de su partido, lo que señala que si éste no tiene tirón, aquél no vale casi nada. Está después el ámbito de las elecciones, lo que complica las cosas. Si la circunscripción es única, como en las locales y algunas regionales, debido a la proporcionalidad del sistema y a que, salvo en los pueblos pequeños, se elige a más de trece candidatos, el efecto corrector de la Ley D’Hondt es muy pequeño y, por tanto, este factor ni quita un añade nada al valor del político individual. Pero si hay múltiples circunscripciones, como ocurre en muchos comicios regionales y en los generales, entonces entra en juego su tamaño. Cuando éste es grande y hay diez o más escaños a repartir, entonces nos encontramos en una situación similar a la del caso anterior. Pero si no es así, sobre todo cuando estamos ante un máximo de cinco puestos —como ocurre en más de la mitad de las provincias—, entonces el sistema electoral se comporta como si fuera mayoritario y en esa circunstancia el efecto D’Hondt hace estragos al excluir del reparto a todos los candidatos que no lleguen a entre el diez y el veinte por ciento de los votos. Por eso, en estas ocasiones, el político, si se cambia de partido, vale lo mismo que el efecto marginal en escaños de los votos que aporta.

Volvamos a Villacís aunque ya no haya caso. No teniendo una personalidad arrolladora, al concurrir en Madrid, su valor electoral es muy reducido si atendemos al resultado de las encuestas. Por tanto, su aportación al PP sería irrelevante. Si su partido hubiese optado por una retirada a tiempo, entonces ese valor habría sido positivo. Pero ha perdido esta oportunidad.